ACTUALIDAD DIOCESANA

05/08/2023

A Marcelino, con mi corazón sacerdotal agradecido

El sacerdote y periodista, Juan Rubio, desgrana en este artículo lo esencial que aprendió de Marcelino Legido, un hombre que “pasó su vida haciendo el bien en la brecha evangelizadora desde y con los últimos de entre los últimos”

 

JUAN RUBIO, SACERDOTE Y PERIODISTA

“Estamos en el claroscuro del amanecer. Tanto la luz como la sombra aparecen desde el día que avanza. Por eso necesitamos fijar nuestra mirada en Cristo, el Crucificado, Señor de la Gloria, que es la luz que abre la claridad del día”. Son estas las primeras palabras con las que comienza su libro “Misericordia entrañable”, Marcelino Legido. Desde que, a mediados de los años ochenta del pasado siglo, conocí al autor, han sido estas mismas palabras las que, grabadas en lo más profundo de mi corazón sacerdotal, me han servido de bálsamo, aliento, ayuda y consuelo en mi propia trayectoria sacerdotal iniciada unos años antes. No entiendo mi ministerio, tanto en lo que a su gozoso don se refiere como a lo que de tarea implica, sin estas líneas cruciales. Ellas me han acercado y me siguen acercando al Misterio de Jesucristo y, a la vez, aun después de más de cuatro décadas de sacerdocio, marcan el ritmo de mi pobre y humilde ministerio. Sirvan estas breves líneas, un ramillete de papel y tinta, de agradecimiento a quien pasó su vida, como el Señor Jesús, haciendo el bien en la brecha evangelizadora desde y con los últimos de entre los últimos. Un lema sacerdotal preside desde aquellos años mi vida y ministerio sacerdotal: Seguir e invitar, especialmente a los últimos, el camino tratado por Jesús, poniendo mis pies sobre las huellas del Crucificado que Vive. Paso a esbozar en la siguiente triada, lo esencial que aprendí de Marcelino Legido que me ha ayudado en mi trayectoria personal.

Vivir el ministerio en clave de entrega

Pan partido y vino derramado. Cuerpo y Sangre derramados para dar vida. Núcleo eucarístico sacerdotal. La Eucaristía como fuente y culmen de mi vida cristiana y sacerdotal. Vivir en la generosa entrega y en desbordante derramamiento, pero no por prurito egoísta y personal, sino para dar vida y que sea, como la del Señor, vida abundante. Desplazar el centro de interés. Misterio de kénosis. Dios que baja en Jesucristo a lo más profundo de la tierra, que se despoja, incluso de lo legítimo, y se vacía para generar vida. La conjunción de los verbos Bajar, Despojarse y Vaciarse han sido, con luces y sombras, avances y retrocesos, la tarea de mi sacerdocio. Y, aun hoy, sigue siéndola, cada día con más gozo y con una esperanza viva.

Seguir los pasos del Señor poniendo mis pies en las huellas que nos dejó marcadas

No hay otro camino en la Iglesia que no sea este, un camino de esperanza, aunque sea una esperanza crucificada. Dudo de la eficacia de programas pastorales que oscurecen el único programa, Jesucristo, el camino al Padre. Creo en una Iglesia que nace del costado abierto del Crucificado, una Iglesia que se va formando con pequeña levadura y que une y reúne a los últimos de los nuestros, para escuchar su palabra y compartir el pan. Es un programa de minorías que acabarán confundiendo a las mayorías con la fuerza de su pobreza, de su escasez de medios, renunciando al poder, al tener y al ser, para lograr el Todo. Una Iglesia sin comedias sino con el sencillo olor del pan recién partido y el vino escanciado.

Abrir los cauces para una Humanidad

Nueva en la que no haya ni odio ni rencor, ni tampoco opresión y jactancia. Una Humanidad atenta a los más pobres para que los mas ricos lleguen a abrir su corazón a la fuerza redentora del Señor. Una Humanidad Nueva que nace en la cuna de la pobreza y triunfa sobre el odio con el amor.

Todo esto, pero mucho más, aprendí de Marcelino Legido. No he hecho de él un ídolo, sino un acompañante en el camino, como lo son Francisco de Asís, Juan de Ávila, Juan de la Cruz o Pedro Poveda. Acompañante en el camino de evangelización en las postrimerías del siglo pasado y en los albores del siglo actual. En mi tarea sacerdotal, pero también periodística a la que él me animó para dar voz a los que no tienen voz. Siempre he encontrado en su enseñanza el talante sacerdotal adecuado y la palabra oportuna que me conduce siempre a poner los ojos en el Señor de la Gloria. Lo aprendí de joven del obispo que me ordenó, Miguel Peinado y, después, de Marcelino Legido quien, desde que me ayudó en unos Ejercicios Espirituales en Málaga y hasta su muerte, pasando por sus visitas a los sacerdotes que entonces trabajábamos en la Sierra de Segura, en Jaén, en las duras tareas y del evangelio, en sus tierras de El Cubo de Don Sancho o en el convento en donde quedó su semilla enterrada y en donde lo visité por última vez.

Con corazón agradecido y una renovada vida sacerdotal, espero ese momento en el que “El Padre sea todo en todo, cuando su absoluta misericordia, entregada por el Hijo en el Espíritu, ya realzada como gloria de la gracia (…) llegue el momento de la liberación consumada para la plenitud de la comunión en el hogar de la herencia”. Estas últimas palabras del libro mencionado al comienzo de este texto, siguen cada día, al amanecer espabilando mi oído y abriendo mis ojos para ponerlos en Jesucristo.

Juan Rubio Fernández, sacerdote y periodista. Director de Vida Nueva (2007-2014)

 

¿Te gustó este artículo? Compártelo
VOLVER
Actualidad Diocesana

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies