ACTUALIDAD DIOCESANA

17/05/2020

Acompañar en la soledad, Pascua del Enfermo en tiempo de coronavirus

El director del Servicio diocesano de Pastoral de la Salud, y capellán del Complejo Asistencial de Salamanca, Fernando García Herrero, reflexiona en este artículo sobre el acompañamiento en la soledad, tema de la formación de la Pastoral de la Salud y de la Campaña del Enfermo 2020, que concluye este domingo, 17 de mayo, con la celebración de la Pascua del Enfermo. Una campaña que se ha visto alterada por la pandemia de la Covid-19, y que ha generado nuevas formas de soledad.

Acompañar en la soledad

 

“Acompañar en la soledad”, este lema nos convocó a las jornadas de Pastoral de la Salud en septiembre de 2019. Nos pusimos a estudiar el fenómeno de la soledad, sus dimensiones, sus causas, las respuestas… El lema responde a la invitación del Señor en el Evangelio de Mateo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os consolaré”. Una de las causas de este cansancio es la soledad, esa soledad dañina, no deseada, que nos va robando vida y ganas de vivir.

No teníamos ni idea de lo que nos esperaba. A mitad de curso nos sorprendió esta terrible turbulencia, brutal, ciega e incontrolada, que a todos nos confinó, nos redujo, nos paralizó, y a muchos de los nuestros los atacó, jugó cruelmente con ellos, los zarandeó… Y a otros muchos, nos los arrebató, algunos directamente, y otros muchos, como consecuencia de esta tristeza del vivir, que nos disminuye, nos va vaciando de motivos y nos lleva a la rendición biológica y existencial.

Y en esta dura prueba, ¡cómo se ha acrecentado y agigantado la soledad! Cuántas nuevas formas de soledad, que apenas sospechábamos que sólo unos pocos desventurados podrían padecer… Pero no, nos puede tocar a cualquiera, independientemente de la condición, edad, fortaleza o debilidad…

Soledad

La soledad de los combatientes de primera fila, que se han entregado, venciendo dudas y miedos, sacando lo mejor de sí mismos, todo el personal sanitario, especialmente. Todos muy acompañados por los aplausos y formando piña, animándose mutuamente, pero viviendo tantos momentos dramáticos de soledad en sus decisiones íntimas.

La soledad de los afectados en sus casas, solos con sus pensamientos y temores, o conviviendo sin convivir, aislados de los suyos, con el temor de contagiar a sus seres más queridos.

La soledad de los hospitalizados, aislados en sus habitaciones, sin más compañía que el rumor de sus pensamientos y la presencia cercana y vigilante de los que se dedican a su cuidado y atención.

La soledad de los que están en las UCIS, controlados escrupulosamente por multitud de ingenios electrónicos, siempre bajo la atenta vigilancia de los sanitarios intensivistas, pero combatiendo el combate extremo, en la soledad interior más estricta, privados, a veces, hasta de la compañía de su propia conciencia.

Y a todos ellos les está llegando, muchos sin saber de dónde les llega, la suave palabra: “Venid a mí, y yo os consolaré”. Sí, todos los que acompañan, cuidan, se entregan, se agotan y deciden a su favor, son transmisores vivos de ese alivio que el Señor deja en nuestras manos, corazón y decisiones. Todos. Sin saberlo. Sin valorarlo (es nuestro trabajo dicen). Sin darse importancia. Sin ser conscientes de que en la extremada entrega de su mejor saber y hacer, están llevando un consuelo, una presencia que va más allá de ellos mismos. Los transciende y se convierte en sacramento del consuelo y la presencia del Señor.

Entrega

En esta inmensa multitud bienhechora van muchísimos. Médicos, personal de enfermería, auxiliares, limpiadoras, directivos de nuestros centros… Pero también personal de ambulancias (los primeros que reciben al enfermo), vigilantes, personal de acogida, gestores de casos, agentes sociales… Y tantísimas personas anónimas en las residencias de ancianos (tan injusta y despiadadamente tratadas por jueces ciegos), que han arriesgado todo, dando mucho más de lo posible.

Y las familias. Éste es otro silencioso grupo de soledades hondas, que alcanzan dimensiones insospechadas. Las familias de quienes están confinados en su habitación, dentro de su propia casa. Las familias de los sanitarios, muchos de los cuales, temiendo un posible contagio, han tomado la dolorosa decisión de interrumpir la convivencia con los suyos.

Las familias de los hospitalizados, rotas en su interior por no poder acompañar a sus enfermos. Las familias de los que están en las UCIS, completamente privados de su presencia, salvo alguna comunicación telemática esporádica. Todas ellas pendientes de la llamada diaria, del ansiado y temido parte del estado de la salud y la evolución del enfermo.

Y está el grupo de quienes creo que han vivido la soledad y tristeza más hondas, y que han recibido con más fuerza y evidencia la promesa del Señor: “Yo os consolaré”. Los que han combatido el último combate en esa soledad última, que es la de todos, pero que esta gran desgracia los ha privado hasta de la mano amorosa, que hace llegar el mensaje del amor definitivo: “Te vas, pero contigo y conmigo te quedas”. Ni eso. Sí, la última soledad es soledad total, aun con presencia, pero aquí lo ha sido sin presencia amada. Ahí, especialmente ahí, cuando ya no hay mediaciones, Él nos dice: “No tengas miedo, yo estoy aquí, contigo, más visible y presente que nunca me sentiste. Cuando ninguno de los tuyos puede estar, yo estoy contigo, no temas.

Y en el entorno de estos hermanos, los victoriosos combatientes del último combate, están los que aquí quedan tristes, con triple tristeza y soledad: la de la partida de los suyos, la de no haber podido acompañarlos en la batalla final, la de no haber podido llorar juntos su partida, ni compartir el dolor (sólo el silencio, el misterio y la noche que nos envuelve, en espera de la luz), ni celebrar su despedida, ni vivir el duelo de forma normal.

Cuánto hondo dolor, cuánto interior silencio, cuánta soledad profunda… También aquí su íntima voz resuena: “Yo os consolaré”.

Tarea grande y larga tenemos todos por delante, para hacer verdad sacramental y visible estas verdaderas y necesarias palabras de vida: “Yo os consolaré”.

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