14/11/2025
El papa Francisco ha querido que el Año Jubilar 2025 sea vivido desde la virtud teologal de la Esperanza inspirándose para el lema del Jubileo del versículo cinco de la carta a los Romanos: “La esperanza no defrauda”, Spes non confundit”.
En la Bula del Jubileo ordinario del año 2025, Francisco nos dice cuál es el objetivo fundamental de este Año Jubilar: “Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, puerta de salvación (cf. Jn 10.7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como “nuestra esperanza” (1ª Tim 1,1).
Con la finalidad de propiciar este “encuentro” vivo, existencial y místico con Jesús, el Cabildo Catedralicio, a través de la Comisión del Patrimonio Artístico y Cultural, nos invitó a pensar y trabajar en una iniciativa jubilar que contemplara un itinerario visual y catequético sobre los “novísimos” (muerte, juicio, infierno y gloria) partiendo de la contemplación, explicación y oración ante fresco del Juicio Final de la Catedral Vieja con la confianza que el Papa Francisco nos invita a vivir este momento: “Nosotros, en cambio, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en Él. Es con este espíritu que hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada Escritura: «¡Ven, Señor Jesús!» ( Ap 22,20) (…). El Juicio, entonces, se refiere a la salvación que esperamos y que Jesús nos ha obtenido con su muerte y resurrección. Por tanto, está dirigido a abrirnos al encuentro definitivo con Él” [cf. Spes non confundit, nn. 19 y 22].
Este fin de semana (14-16 de noviembre), el Cabildo de la Catedral de Salamanca presenta “El Juicio Final de la Catedral Vieja: una mirada de fe y un mensaje de esperanza, una obra de arte audiovisual que invita a contemplar con nueva profundidad el gran fresco del Juicio Final que preside la bóveda del templo.
Inspirado en el Evangelio de Mateo (25, 31-46), este proyecto combina imagen, música, silencio y palabra para ofrecer una lectura evangelizadora y contemplativa del Juicio Final, interpretado no como amenaza, sino como mensaje de esperanza. El audiovisual une la belleza del lenguaje pictórico del siglo XV con las posibilidades expresivas del lenguaje audiovisual actual, incorporando con sensibilidad las aportaciones de la inteligencia artificial al servicio de la fe y la cultura.
El fresco del Juicio Final es mucho más que una obra de arte: es una profesión visual de la fe, una catequesis teológica y una puerta a la esperanza. En él resuena la verdad central del Credo cristiano: “Creo que Cristo vendrá al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos”. El fresco nos permite recorrer tres momentos de la historia de la fe:
El Juicio Final proclama que la historia tiene un sentido y un fin: todo converge en Cristo, Señor del tiempo y de la eternidad. Él es Juez y Salvador, el mismo que fue crucificado por amor y que volverá glorioso para revela la verdad del corazón humano.
El capítulo 25 del Evangelio según san Mateo culmina la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia y la fidelidad. Tras las parábolas de las vírgenes prudentes y de los talentos, el Evangelista nos introduce en una visión majestuosa: el Hijo del Hombre que viene en su gloria. Esta escena –el llamado Juicio Final- no es solo un anuncio escatológico: es, ante todo, una revelación cristológica. Jesús se presenta aquí como el Señor de la historia. Aquel que nació en humildad y fue juzgado por los hombres, es ahora quien juzga a todos los pueblos. El título “Hijo del Hombre”, tomado del profeta Daniel (7, 13-14), expresa su autoridad universal y su gloria divina, pero también su solidaridad con la humanidad: es Juez que comparte la suerte de los juzgados. El Cristo glorioso no es un soberano distante, sino que el mismo ha recorrido los caminos del hombre, que ha tenido hambre, sed y soledad. Por eso su juicio no se base en doctrinas, sino en el amor vivido y compartido: “Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber” (Mt 25,35). Para un exégeta experto como es el P. Bonnard: “Mateo enseña una doble justificación: gratuita al principio de la vida cristiana y “por las obras” en el juicio final. En definitiva, el hombre será juzgado por la fe vivida en las obras” (cf. Evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1976, p. 548).
El gran descubrimiento cristológico de este texto es que Cristo se identifica con el hombre necesitado. El Juez eterno aparece bajo el rostro del pobre, del enfermo, del forastero, del preso. Así, el Juicio Final se convierte en una epifanía del amor de Dios: el mismo que reina en cielo es el que sufre en la tierra. Esta identificación revela el corazón del misterio cristiano: el Hijo de Dios, que asumió nuestra carne, no se separa nunca de los más pequeños. El Juicio no será un examen de rituales o palabra, sino de caridad concreta, porque es en la caridad donde se reconoce al verdadero creyente: “Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
El Cristo de Mateo 25 no impone miedo, sino esperanza y responsabilidad. Su trono es trono de justicia, pero también de misericordia. El Juicio Final no es la negación del Evangelio, sino su plena manifestación: el amor, anunciado en las bienaventuranzas, se convierte ahora en criterio definitivo. El mismo que dijo “Bienaventurados los misericordiosos” es quien ahora separa, no por poder o prestigio, sino por el amor recibido y dado. El infierno aparece, no como venganza divina, sino como el drama de la libertad humana que cerrado su corazón. El cielo, por el contrario, es la comunión plena con Aquel que es Amor.
En Mt 25, el juicio no es solo final de la historia: es su sentido. Toda la existencia humana se orienta hacia este encuentro. Allí, en la luz del rostro de Cristo, cada vida será interpretada desde el amor. El Evangelio no nos invita a temer ese día, sino a esperarlo con confianza_ quien ha amado, ya ha comenzado a vivir el cielo; quien ha cerrado su corazón, ya ha probado el infierno. Por eso, el Juicio Final no es un mensaje de amenaza, sino de esperanza escatológica. Jesús, Juez y Salvador, pone en manos del hombre la posibilidad de amar, y, con ello, de salvarse. En el capítulo 25 de san Mateo se revela la síntesis de toda la cristología: Cristo es el Señor glorioso que juzga, el hermano que sufre , y el Amor que salva. Su juicio no es arbitrariedad, sino trasparencia absoluta del Evangelio. Ane él se desvanecen los títulos, los poderes y las apariencias: sólo permanece el amor: “Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz).
En el siglo XV, Europa vivía un tiempo de profunda religiosidad, pero también de crisis y transición. La peste, las guerras, las tensiones eclesiales y los inicios del humanismo ponían de relieve la fragilidad de la vida. El arte religioso –especialmente en catedrales e iglesias- tenían una proyección catequética y moral: enseñaba a los fieles los grandes misterios de la fe a través de imágenes llenas de dramatismo, emoción y simbolismo. El Juicio Final era, ese contexto, una predicación visual sobre la salvación y la responsabilidad personal. Mostraba a Cristo como Juez universal, al final de los tiempos, y representaba el destino eterno de los justos los condenados.
En casi todos los frescos del Juicio Final del siglo XV se repite un esquema teológico muy claro:
En el siglo XV, el Juicio Final no se entendía como una mera “amenaza” o espectáculo de terror, sino como una llamada a la conversión. Era una catequesis visual sobre tres verdades fundamentales: 1ª) La justicia y misericordia de Dios: Cristo aparece como Juez, pero también como redentor; su justicia se mide por el amor. De ahí que la escena recuerde todos –reyes, clérigos, campesinos- serán juzgados según el Evangelio: “Tuve hambre, y me disteis de comer” (Mt 25,35); 2ª) La igualdad de todos ante Dios: Muchos artistas representaron entre los condenados a personajes poderosos, e incluso a clérigos o prelados, subrayando la universalidad del juicio y la responsabilidad personal. Era un mensaje de libertad profética, que mostraba que la Iglesia auténtica no teme mirarse ante la luz de Cristo; 3ª) La esperanza escatológica: A pesar de su dramatismo, el Juicio Final medieval no es un canto al miedo, sino a la esperanza de la salvación. En el centro está Cristo glorioso, el mismo que murió por amor. Su gesto sereno y su luz simbolizan que la última palabra no es el castigo sino el amor.
El fresco de la Juicio Final, como el de la Catedral Vieja de Salamanca, tenía un propósito claro: enseñar, conmover y convertir. No era un adorno, sino una predicación en imágenes: un espejo donde el fiel pudiera ver reflejado su destino y renovar su vida cristiana.
El silencio del templo, la altura de la bóveda y la luz natural reforzaban la experiencia espiritual. El fiel levantaba la vista, veía al Cristo del Juicio, y comprendía –sin necesidad de palabras- que toda la historia humana se orienta hacia ese encuentro definitivo con el Amor.
El Juicio Final en los frescos del siglo XV es:
La Catedral Vieja de Salamanca, corazón espiritual y artístico de nuestra Diócesis, nos vuelve a hablar con la fuerza del arte y la profundidad de la fe. Lo hace a través de una creación que une pasado y presente: una obra de arte audiovisual “El Juicio Final de la Catedral Vieja: una mirada fe y un mensaje de esperanza”. Este proyecto nace con el deseo de acercar a los visitantes y creyentes de hoy la belleza y la verdad teológica del gran fresco del Juicio Final, que desde hace siglos corona la bóveda de nuestra Catedral. Inspirado en el Evangelio de Mateo “cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y se siente en su trono de juez”, este fresco se convierte ahora en una experiencia viva, que une el lenguaje pictórico del siglo XV con el lenguaje audiovisual del siglo XXI que, como nos ha recordado el Papa Francisco en su Exhortación postsinodal Chistus vivit se inserta en el “ambiente digital que caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas de la humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Ya no se trata solamente de “usar” instrumentos de comunicación, sino de vivir en una cultura ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en relación con los demás. Una manera de acercarse a la realidad que suele privilegiar la imagen respecto a la escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico (…). La web y las redes sociales han creado una nueva manera de comunicarse y de vincularse, y «son una plaza en la que los jóvenes pasan mucho tiempo y se encuentran fácilmente” (nn. 86-87).
El audiovisual combina imagen, música, silencio y palabra, para ofrecer una mirada evangélica y contemplativa del Juicio Final: una mirada que no se detiene en el temor, sino que abre a la esperanza. Este proyecto, en el que se han integrado también recurso innovadores de inteligencia artificial, muestra cómo la tecnología, cuando se pone al servicio de la fe, puede convertirse en un instrumento de evangelización y contemplación. Es una “obra de arte audiovisual” que transportará a la mirada de los visitantes a la Catedral Vieja la belleza y la verdad dogmática del fresco del Juicio Final inspirado en Mt 25, plasmado con lenguaje pictórico del siglo XV y visualizado hoy, para nosotros, con lenguaje audiovisual que conjuga imagen, música, silencio y mensaje, incorporando aportaciones novedosas de la inteligencia artificial. Nos ofrece así, un trabajo bien trabado a través del lenguaje digital ofreciéndonos una mirada evangélica y contemplativa del Juicio Final portador de un mensaje de esperanza para nosotros hoy.
Con esta obra, la Catedral Vieja nos ofrece un nuevo modo de mirar su tesoro artístico: una experiencia que une tradición y modernidad, memoria y futuro, arte y anuncio para que el mensaje del Juicio Final siga siendo, hoy, un mensaje de esperanza para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El audiovisual pretende ofrecer al visitante una experiencia espiritual y estética, que une tradición y modernidad, arte y catequesis, proponiendo una mirada capaz de descubrir esperanza en el misterio del Juicio Final.
“Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor” (San Juan de la Cruz)
Juanjo Calles, canónigo responsable del Patrimonio Artístico de la Catedral de Salamanca