ACTUALIDAD DIOCESANA

27/07/2020

EvangelizARTE: “Dolorosa”, de Alba de Tormes

El director del Servicio diocesano de Patrimonio Artístico, Tomás Gil, nos invita a contemplar la imagen de “La Dolorosa” de Alba de Tormes. Una talla del s.XVIII que acaba de ser recientemente restaurada en el taller de Las Edades del Hombre.

 

Como fácilmente se aprecia, la Dolorosa de Alba de Tormes deriva de la célebre imagen de Juan de Juni, realizada en 1561 para la cofradía de la Quinta Angustia de Valladolid. En el siglo XVIII se produce una revivificación de esta advocación y con esta manera de representar a la Virgen Dolorosa en la forma juniana.

Los artistas tenían a la vista los grabados de la Virgen de las Angustias realizados por el pintor Juan de las Roleas o el escultor Alejandro Carnicero, lo que les permitía un conocimiento muy aproximado a la imagen de Juni. Este grabado servía a las cofradías para solicitar después a los escultores una imagen similar, impidiendo a veces su creatividad. Baste como ejemplo la que fue encargada por la cofradía de la Vera Cruz de Salamanca al escultor Felipe del Corral hacia 1718. Se aprecian notables coincidencias entre las dos imágenes, la de Salamanca y Alba, incluida su gran calidad artística, lo cual nos hace sospechar que también fue encargada, por lo menos, al taller madrileño de este escultor.

Sin autor conocido

La falta de la policromía original de la de Alba, repolicromada a fondo a mediados del siglo XX, ha sido una pérdida que ahora no nos permite ahondar en más comparaciones en busca de su autor. Por lo que no descartamos que fuera realizada también por otros escultores como Pablo González Velázquez o Juan Alonso Villabrille, los cuales disponían de talleres escultóricos en Madrid, y realizaron este mismo tema reclamado por otras cofradías. Y tampoco podemos olvidar a Pedro de Sierra, que tenía su taller en Medina del Campo, el cual realizó la Virgen Dolorosa para la iglesia de San Miguel de Valladolid, siguiendo el mismo modelo de Juni.

Fotos: Óscar García

La composición de la imagen es compacta y piramidal, con el centro emocional concentrado en el rostro, como es habitual en la obra de Juni. La Virgen luce un juego de vestiduras superpuestas entre las que destaca una túnica roja. Una toca blanca cubre la cabeza y un manto azul, que se sujeta en el hombro izquierdo, cae por la espalda y la envuelve hasta recogerse entre las piernas. Estas vestiduras describen sobre el cuerpo un torbellino de pliegues sinuosos, muy voluminosos, llenos de movimiento, dando lugar a infinidad de superficies recurvadas con aristas muy redondeadas que recuerdan el modelado en barro, con grandes contrastes entre las amplias ondulaciones del manto y los pliegues menudos de la toca, expresando magistralmente un juego de diferentes texturas.

No faltan otros detalles, como la mano derecha presionando el pecho, haciendo que los dedos se hundan entre las telas, con la colocación simbólica los dedos corazón y anular unidos. O la mano izquierda casi oculta, apenas asomando los dedos y con el manto enredándose entre ellos.

El rostro muestra una belleza clásica a la que se incorpora un gesto de dolor (reminiscencias del Laocoonte), con grandes ojos, la nariz muy recta, las mejillas y el mentón acentuados y la boca abierta, dejando apreciar la dentadura. Su expresión dolorida dota a la figura de una intensa angustia vital.

María, colaboradora de la redención de Jesús

Angustiada y desfallecida por el dolor de la pérdida de su hijo Jesús, muerto en la cruz, la Virgen de los Dolores aparece sentada en el suelo, junto a la cruz desnuda. Dirige su mirada a lo alto en demanda de consuelo y mantiene la boca entreabierta por la aflicción, mientras por su rostro caen grandes lágrimas. Ha terminado la Pasión del Hijo de Dios, pero ahora ha pasado y continúa viva en la Madre de Dios. María se convierte en colaboradora de la redención de su Hijo en el mundo y en la historia. Ella es así la imagen para la Iglesia peregrina que tiene que anunciar y vivir la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1Cor. 11, 26), sobre todo cuando celebra la Eucaristía y sale al mundo, compartiendo el dolor de la humanidad sufriente, que espera la plena manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 19). Lleva su mano derecha al pecho, al lugar de su corazón, atravesado por las siete espadas que simbolizan sus siete “Dolores” de la Pasión.

La policromía actual de sus vestidos es posible que fuera tomada de la anterior, aunque era posiblemente más plana y con colores más vivos, sin ningún tipo de estofado, propio de la policromía que se aplicaba en el siglo XVIII. Viste con el velo blanco, túnica roja y manto azul, los tres colores simbólicos: el blanco por su virginidad y pureza, el rojo por su dolor humano-maternal y el azul del cielo porque está revestida de la gracia de Dios.

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