ACTUALIDAD DIOCESANA

22/12/2020

Florentino Gutiérrez: “Los ancianos son sujetos activos en la evangelización”

En vísperas de la celebración de la fiesta de la Sagrada Familia y en sintonía con el lema elegido para esta jornada por los responsables de la Subcomisión Episcopal para la Defensa de la Vida y la Familia, el responsable diocesano de esta delegación en Salamanca, Florentino Gutiérrez, reflexiona en este artículo sobre los ancianos, un tesoro.

 

LOS ANCIANOS, UN TESORO

 

Es posible que los ancianos sean, por desgracia, un tesoro escondido pero, por muy escondidos que estén, los ancianos son un tesoro. ¡Cuántas familias lo han descubierto y lo están disfrutando!

La Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida ha publicado, como cada año, una Nota para promover la Jornada de la Sagrada Familia que se celebrará este año el 27 de diciembre. La han titulado: “Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”. Para los que no tengan posibilidad de encontrar el texto original, resumo su doctrina, con la mayor fidelidad, por su manifiesto interés:

El Papa Francisco, en su última encíclica, nos recuerda que «la falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina con nosotros, que solo cuentan nuestros intereses individuales… Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así» (Fratelli tutti, 19).

Esta realidad no nos puede dejar indiferentes y debemos recordar las palabras del Papa Benedicto XVI en el Encuentro Mundial de las Familias de Valencia, cuando se refirió a los abuelos como «un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones». Con el presente Mensaje queremos subrayar que los ancianos son un verdadero tesoro para la Iglesia y para la sociedad.

1. Tesoro de la Iglesia

En la tradición de la Iglesia hay todo un bagaje de sabiduría que siempre ha sido la base de una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en la parte final de la vida” (Francisco, Catequesis, 4 de marzo de 2015).

Esta cultura se ha manifestado en las constantes intervenciones magisteriales y en múltiples iniciativas de caridad que a lo largo de la historia de la Iglesia han tenido a los ancianos como destinatarios y como protagonistas; entre estas iniciativas cabe señalar las realizadas por congregaciones religiosas al servicio de los ancianos, asilos, voluntariado…

Es el mismo Señor de la Vida el que, a través de su Palabra, nos invita a venerar a los ancianos. Su conocimiento y su experiencia los convierten en personas dignas de ser consultadas: « ¡Qué bien sienta a las canas el juicio, y a los ancianos saber aconsejar! … La mucha experiencia es la corona de los ancianos, y su orgullo es el temor del Señor» (Eclo 25, 4-6).

Ellos no son meros destinatarios de la acción pastoral de la Iglesia, sino sujetos activos en la evangelización. Ampliemos nuestros horizontes para volver a descubrir la gran labor que desarrollan los mayores en nuestras comunidades: el amplio campo de la caridad, el apostolado, la liturgia, la vida de las asociaciones y de los movimientos eclesiales, la familia, la contemplación y la oración, la prueba, la enfermedad, el sufrimiento, el compromiso en favor de la «cultura de la vida».

2. Tesoro de la familia

Esta verdad que contemplábamos referida a la Iglesia en general se hace especialmente palpable en la familia.

Las familias cristianas deben estar vigilantes para no dejarse influir por la mentalidad utilitarista actual, que considera que los que no producen, según criterios mercantiles, deben ser descartados.

El santo padre Francisco afirma: “Aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar” (Fratelli tutti, 19).

¡Qué necesario es en nuestros días recuperar la figura de los abuelos! Esto se concreta en que los abuelos son mucho más que los “niñeros” que se encargan de cuidar a los nietos cuando los padres no pueden atenderlos. Tampoco debemos verlos ni aceptar que sean meramente un sostén económico cuando vienen tiempos de crisis.

¿Qué pueden aportar los abuelos en la familia? Ellos, que son la memoria viva de la familia, tienen la trascendental misión de transmitir el patrimonio de la fe a los jóvenes. Agradecemos la labor silenciosa que llevan a cabo al enseñar a los más pequeños de la casa las oraciones y las verdades elementales del credo.

La Palabra de Dios nos dice: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada” (Eclo 3, l2-14a).

En consecuencia, los padres deberán educar a sus hijos en el respeto y la consideración de los abuelos siempre, ya que el amor del abuelo a los nietos, con su gratuidad, su cercanía, su espontaneidad, sus caricias y abrazos, es necesario para ellos.

Sigamos el consejo del Papa Francisco a los jóvenes: “Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a veces parecen mitológicas, fantasiosas -son sueños de viejos-, pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de mensajes ocultos… Tenemos que aceptar que toda la sabiduría que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los actuales recursos de comunicación” (Christus vivit, 195).

3. Tesoro de la sociedad

“En una sociedad, en la que muchas veces se reivindica una libertad sin límites y sin verdad en la que se da excesiva importancia a lo joven, los mayores nos ayudan a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio. La vida les ha enseñado que el amor y el servicio a los suyos y a los restantes miembros de la sociedad son el verdadero fundamento en el que todos deberíamos apoyarnos para acoger, levantar y ofrecer esperanza a nuestros semejantes en medio de las dificultades de la vida” (CEE. Mensaje para la Jornada de los afectados por la pandemia, 1 O.VII, 2020).

Nos dará mucha luz considerar la pandemia del coronavirus como un tiempo de prueba. Un tiempo en el que se ponen a prueba nuestras convicciones y la profundidad de las mismas, un tiempo en el que muchas de nuestras seguridades se desmoronan y en el que estamos llamados a dar una respuesta.

Entre estas víctimas ocupan un lugar privilegiado nuestros mayores. Aprendamos esta lección de la historia, ya que «en una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque crean problemas, esta civilización lleva consigo el virus de la muerte» (Francisco, Audiencia General del 4 de marzo de 2015).

De manera especial, esmeremos nuestros cuidados por los ancianos que están enfermos, sin olvidar que “el enfermo que se siente rodeado de una presencia amorosa, humana y cristiana, supera toda forma de depresión y no cae en la angustia de quien, en cambio, se siente solo y abandonado a su destino de sufrimiento y de muerte” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Samaritanus bonus, cap. V).

Miembros del movimiento diocesano Vida Ascendente de Salamanca

Muchos de nuestros mayores, en la plenitud de su vida, elevan su mirada a la trascendencia, sabiendo discernir lo importante y prescindir de lo pasajero. Esta mirada suya es imprescindible en medio de esta sociedad que muchas veces se aferra a lo temporal y olvida nuestra condición de peregrinos en esta tierra que encaminan sus pasos a la eternidad. No dejemos de educar para la muerte, que está en la esencia del ser; para la vejez, que forma parte de la existencia; para el sufrimiento y la dependencia, frente a la idolatrada autonomía, que nos ayudan a sentir la filiación y la humildad, y nos sitúan frente a Dios.

Terminamos haciendo nuestras las palabras que el papa Francisco dirigía a los mayores: “La ancianidad es una vocación. No es aún el momento de «abandonar los remos en la barca». Este período de la vida es distinto de los anteriores, no cabe duda,· debemos también un poco «inventárnoslo», porque nuestras sociedades no están preparadas, ni espiritual ni moralmente, para dar a este momento de la vida su valor pleno” (Francisco, Audiencia General del 11 de marzo de 2015).

Que la Sagrada Familia de Nazaret, hogar de caridad, interceda por nuestras familias para que seamos custodios del tesoro que hemos recibido en nuestros mayores.

Hasta aquí las palabras de los obispos.

Es justo agradecer sus reflexiones con la esperanza de que sean escuchadas, dialogadas y obedecidas por los miembros de nuestras familias.

 

 

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