01/04/2020
El párroco de la Unidad Pastoral Centro Histórico de Salamanca y vicario de pastoral de la diócesis de Salamanca, Policarpo Díaz, rescata un artículo que escribió hace seis años ante la jubilación de los sacerdotes Fructuoso Mangas y José Manuel Hernández, entonces párrocos de La Purísima y a quienes tomó el relevo en la parroquia junto al sacerdote Antonio Matilla. Es su particular homenaje a Fructuoso, recientemente fallecido, y a José Manuel, con quien ha compartido su labor pastoral.Rastreando estos días la memoria sobre Fructuoso, me he acordado mucho, muchísimo, de José Manuel Hernández. No se puede hablar de uno, sin rápidamente situarlo al lado del otro. Y es que así ha sido su vida, mucho antes de ser los dos párrocos de La Purísima. Desde el Seminario hasta la residencia como jubilados, distan 70 años de vida, amor, amistad, cariño, complicidad, discusiones y arreglos, sueños y despertares, proyectos y evaluaciones de los mismos después de ser ejecutados. Y juntos han sido pastores de miles y miles de personas, que han pasado por el encuentro del Señor a través de sus cualidades y sus vidas.
Quiero rendir homenaje a los dos. Hacerlo sólo a Fructuoso, (que por otro lado es entendible, porque es el que se ha muerto) sería olvidar a la otra gran parte que sostuvo su biografía y que le permitió ser lo genial que fue: su hermano José Manuel. Mi homenaje a los dos.
Sí, pongo ahora el acento en ellos, pero no olvido a los otros hermanos muertos en el mismo mes y que son tan valiosos ante Dios, y exactamente igual de hermanos míos (Juan Campo, Ángel Benito, Longinos Jiménez, Rodrigo Sánchez, Manuel Sánchez, Manuel Díaz y Miguel Ángel García).

No es fácil resumir en un folio lo que podríamos decir en un buen volumen sobre estas dos personas y personalidades en la vida de la iglesia de Salamanca, que juntos han guiado como pastores -entre otros cargos diocesanos- la Parroquia de la Purísima durante un montón de años y que ahora, al llegar a la edad establecida por nuestro Obispo para el descanso de sus cargos parroquiales a los sacerdotes de la ciudad, dejan esta tarea.
Por sí mismos, cada uno de ellos hubieran sido buenos, muy buenos y hubieran dado frutos, muchos frutos (no en vano eso significa Fructuoso) donde hubieran estado. Pero juntos, en ese evangélico “de dos en dos”, su trabajo ha sido más fecundo, más divertido, más rentable, más significativo. Y juntos han sabido dar juego y cancha a muchos religiosos y laicos que a su lado han encontrado una plataforma para vivir y anunciar el Evangelio. Su fraternidad ha sido muy creativa. No sólo es que se han complementado muy bien, sino que han logrado una enorme creatividad pastoral, llena de fidelidades cotidianas, igual que tantos y tantos párrocos rurales o urbanos; han puesto encima de la mesa de la pastoral parroquial hermosas iniciativas, que han dado mucha luz a niños, jóvenes, adultos, ancianos, pobres, enfermos, matrimonios…