09/05/2025
Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam!, “Les anuncio con gran alegría: ¡Tenemos papa!”.
La elección de un papa es uno de esos momentos que, por excepcional, queda grabado en la memoria. Muchos podemos recordar, sin duda, dónde estábamos cuando se anunció el nombramiento de Jorge Mario Bergoglio como Francisco, o de Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. El recuerdo del nombramiento de Karol Wojtyla como Juan Pablo II es más reservado a los veteranos del lugar. Pero, desde ahora, todos tendremos otra memoria: la del nombramiento de Robert Prevost, desde este 8 de mayo de 2025, como León XIV.
Ayer, en el corazón de la Pascua y del Año Jubilar de la Esperanza, pasados apenas 8 minutos de las seis de la tarde, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, el cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, pronunció la esperada fórmula latina, comunicando a Roma y al mundo entero el nombre del nuevo sucesor de Pedro: “Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Robertum Franciscum Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinale Prevost, qui sibi nomen imposuit León XIV”. He aquí la traducción en español: «Eminentísimo y Reverendísimo Señor, Señor Robert Francis cardenal de la Santa Romana Iglesia Prevost, quien ha tomado el nombre de León XIV».
Fue una tarde soleada de pascua, cuando todavía resuena en nosotros la escena del domingo pasado, tercero de Pascua, en la que Jesús, el Crucificado-Resucitado, confirma la llamada al apóstol Pedro a seguirlo (cf. Jn 21, 1-19), a hacerse cargo de sus hermanos reunidos en la Iglesia, enviados a difundir y ser testigos de la Buena Noticia en todo el mundo, la que trajo a la cátedra del apóstol Pedro a León XIV.
Su rostro tímido, a la vez que sonriente, surcado por una vida de entrega en la misión, pero iluminado por la esperanza, hablaba más que mil encíclicas. No venía a juzgar, sino a escuchar. No a imponer, sino a proponer con firmeza evangélica. Desde el primer saludo, ante la mirada de miles de personas, con una plaza abarrotada, llena de gritos y miradas, pudimos descubrir no un papa distante, sino a un pastor sencillo y trabajador; hijo de migrantes, de san Agustín y del Concilio Vaticano II, con corazón misionero y de gobierno, con los pies en la tierra, con olor a calle, con olor a oveja —como tanto le gustaba repetir a su antecesor el papa Francisco—, a aula, a periferia, a los pobres,… Y que repitió, en su breve discurso programático, hasta 13 veces la palabra “todos” y hasta 9 veces la palabra “paz”. Cada palabra suya resonaba como un tambor en el corazón de los que aún creemos que el Evangelio puede cambiar la historia.
La misión que le ha sido confiada a este hombre bueno es la misma que el Señor Jesús le confió a Pedro, junto al lago, después de escuchar su triple confesión de amor (cf. Jn 21, 1-19). Y la fuente de esta misión no es otra que el amor incondicional del Padre. El Hijo, Jesús, entregó su vida para cumplir la voluntad redentora del Padre y confió a la comunidad de sus seguidores la continuación de su misión en la historia. Envió al Espíritu Santo como inspirador y consejero de sus apóstoles y ministros, responsables de llevarla a cabo. El ministerio del nuevo papa, así como el de sus antecesores, cumple así un papel de primera importancia en animar el servicio de la Iglesia a la misión redentora del Señor Jesús en cada una de las complejas situaciones de la historia humana.
La Iglesia de Salamanca se alegra y da gracias al Señor de la historia por el nombramiento del papa León XIV. Rezamos por él, para que sea un papa cuya referencia sea Jesucristo, el Único Maestro, y no quede atrapado por la sombra de sus predecesores; cuya brújula sea el Evangelio de Jesucristo, y que éste sea, junto con la oración, la matriz nutricia de sus gestos y palabras; cuya misión en este cambio de época, sea llevar el amor del Resucitado a todas las gentes, siendo ese puente entre el Norte y el Sur, Oriente y Occidente, entre creyentes y no creyentes, entre la humanidad y la técnica, y la inteligencia artificial,…
Un papa que recogiendo la antorcha del Vaticano II y de sus antecesores continúe, profundice y cristalice la reforma que estos han iniciado. Esto es: corresponsabilidad en la misión, sinodalidad, misericordia, participación más plural en la vida de la Iglesia, liturgia, acento pastoral, opción por los pobres, o cuidado de la casa común, cultura del encuentro, fraternidad, etc. Un papa que no se canse de repetir —como hizo en las primeras palabras que nos dirigió— que el amor de Dios es lo primero, que es para todos y que nada ni nadie podrá separarnos del amor de su manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Cf. Rom 8, 35-39).
Le encomendamos, de todo corazón a María Madre de la Iglesia y Madre Nuestra: la que supo aceptar la llamada del Espíritu Santo, confiar en que nada es imposible para Dios, acompañar a su Hijo Jesús durante su vida terrena y, como testigo privilegiada de la resurrección, acompañar los primeros pasos de la primitiva Iglesia.
Andrés González Buenadicha, vicario de pastoral