ACTUALIDAD DIOCESANA

06/08/2024

Los monitores del campamento diocesano resumen la experiencia vivida en León

Mario Cabrera, Cristina Ramos, Ana Martín y Andrea Moral comparten los momentos más destacados del campamento diocesano celebrado en La Mata de Curueño. Durante trece días, acompañaron a 137 niños en una aventura de fe en la que han disfrutado en fraternidad de la naturaleza, los juegos, talleres y dinámicas

 

El día 16 de julio nos embarcamos 137 niños y 30 monitores rumbo a La Mata de Curueño (León) para vivir, un año más, el campamento diocesano. Han sido 13 días de mucha intensidad que nos han permitido descubrir a Dios en los más pequeños, en los compañeros monitores y, como no, dentro de uno mismo.

La responsabilidad de cuidar, animar y rezar con los más pequeños nacía de la oración matutina que los monitores hacíamos en la capilla, donde cogíamos fuerzas para dar lo mejor de nosotros mismos y mostrar, un día más, el rostro bueno del Padre a los acampados durante la oración de Buenos Días.
Con el Señor en el centro, los distintos talleres, deportes, río, marchas, reuniones por grupos, veladas y festivales eran un canto de alabanza a Dios por las maravillas que realiza en nosotros y que hemos encontrado especialmente en la naturaleza.

La eucaristía del domingo ha puesto el broche a nuestro campamento y, ciertamente, todo él ha sido una acción de gracias: por ver crecer a quienes llegaban con miedo o temor, por el apoyo de los monitores, sacerdotes y coordinador y por descubrir la huella de un Dios que pide ser amado en lo más pequeño y frágil( así como son los niños). Han sido días intensos y agotadores que han culminado con una sonrisa en cada uno de los niños y, por supuesto, en los monitores que, un año más, han llevado a Jesús a los más pequeños.

 

 

Desde antes de empezar los miedos y la ilusión nos conseguían inundar: nos embarcamos en un campamento nuevo, con nuevos espacios que recorrer, que no sabíamos muy bien si nuestras actividades iban a funcionar, si podremos adaptarnos a los cambios…

Sin embargo fue montarnos en el bus y sonó como todos: niños risueños, ilusionados, caras conocidas y de felicidad que te abrazan como si llevarás toda la vida a su lado y otras nuevas que se presentan tímidamente. Llegar y descubrir cada día que no es el lugar, es la gente, es el hogar que hacemos juntos, la gran familia guiada por Dios que construimos en estos días. Después de ocho campamentos parece que todo lo hemos visto, que lo sabemos, pero cada uno nos pone a prueba de una manera diferente, mueve nuestro corazón y forma un clima único.

Gracias a todos los que habéis formado parte de esta locura, niños y monitores, de daros en vuestras vacaciones a los demás de manera desinteresada, libre y con mucho amor. Cada día que os veía pendientes del compañero, que os veía llegar con una sonrisa o que cantabais a pleno pulmón incluso sin voz, descubría a Jesús en cada uno de vosotros.

Tras veros en la última eucaristía con padres, madres y amigos, con la magia que se desprendía en ella, sé que el mundo que estamos construyendo juntos con nuestros granitos de arena es mucho mejor gracias a que estáis en él. Que os convertiréis en mujeres y hombres de los que otros dirán “es reflejo del amor de Dios” y que todo el esfuerzo que hay detrás merece la pena.

 

Cinco estrellas de plata y una dorada es en lo que se basa mi primer campamento como monitora. Una de plata por cada uno de los monitores que tuve de niña, que tanto me enseñaron y que este año he podido transmitir a los peques del campa y por cada uno de los que fuimos niños y en este año hemos sido monitores y, hablando personalmente, hemos transmitido cada uno de los valores que llevamos por bandera.

Estrella plateada por todas las actividades diarias, en las que los agobios y piques entre monitores siempre estaban presentes, pero con las caras de ilusión de nuestros acampados todo lo trabajado durante el año había valido la pena.

Otra que añadir en la gorra por todos los momentos de oración personal y conjunta. Porque en medio del caos del campa, Dios encontraba su lugar y yo le encontraba a él.

La penúltima estrella de plata habla de todos mis compis, porque sin ellos mi campa habría sido totalmente diferente. Gracias a ellos he reído, llorado y sobre todo he vivido con el corazón pleno.

La última estrella de plata es el fin del camino de una niña que fue de las primeras acampadas y que ha cumplido el sueño que tanto le pidió a Dios. Para mí, el campa siempre será mi lugar feliz y donde completamente pueda darme a los niños y niñas de nuestra Diócesis.

Mi única estrella dorada solo puede ser de una única persona, Jesús, el gran monitor. Sin él este campamento no existiría, sin él no habría tenido a los mejores acampados, sin él no seríamos el mejor equipo de monitores y sin él todos los valores y el ADN de este campa no sería el mismo.

 

Por cuarto año consecutivo, he sido monitora en el Campamento de la Diócesis de Salamanca. De vuelta a casa, llego con el corazón lleno de gracias por todos los momentos vividos.

Durante 13 días he tenido la suerte de acompañar a un grupo de niños de 1º de ESO en esta aventura, y ha sido para mí un regalo. Hemos jugado, competido, compartido y profundizado; hemos reído y también llorado, pero sobre todo hemos formado una pequeña familia en la que todos nos hemos sentido acogidos y queridos por los demás. Además, este año ha habido una magia especial en el ambiente del campamento. Quizás porque durante todo el curso los chicos han podido participar en diferentes actividades, se ha notado una mayor unión entre todos ellos, incluso entre los mayores y los más pequeños.

Me siento especialmente agradecida a mis compañeros, el equipo de monitores, coordinador y sacerdotes que nos hemos embarcado en esta aventura y que nos hemos apoyado unos a otros y dado lo mejor que tenemos para hacer disfrutar a los niños.

Por otro lado, quería destacar la forma de vivir la fe durante el campamento, la fe a través de la entrega a los demás. Muchas veces me dejo llevar por la velocidad de la vida cotidiana y le doy demasiada importancia a mis propios problemas. Sin embargo, estos 13 días en los que he dado lo mejor de mí a los demás y he tenido presente a Dios en cada momento han servido como una especie de “antídoto” para todos esos comportamientos que a veces me alejan de Jesús (la pereza, la cobardía, el odio…). Me siento muy afortunada de haber podido vivir esta experiencia. Gracias a Dios por moverme a ello un año más.

 

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