03/03/2024
MARIANO MONTERO, PÁRROCO DE SANTA MARTA DE TORMES
A los cambistas les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». El evangelio de hoy es una llamada apremiante a la conversión. A abrazar una fe/vida cristiana capaz de iluminar este mundo sometido al mercado y esta Iglesia tentada de mundanidad. Porque es evidente que la mentalidad mercantil ha colonizado nuestro tiempo. Baste recordar tres noticias de esta semana.
Primera: Un escándalo económico con derivaciones políticas ha llenado los titulares de prensa. En el tiempo más duro de la pandemia, a la vez que los españoles estábamos confinados y los muertos por covid se contaban por miles, hay personas que usaron su poder para lucrarse en la compra de mascarillas con comisiones millonarias, que recién ahora salen a la luz.
Segunda: Las reiteradas tractoradas nos hacen ver que los pequeños agricultores y ganaderos están al límite. En los últimos años han trabajado a pérdidas y centenares de lecherías y explotaciones familiares han cerrado. Mientras crecen las macrogranjas, latifundios, fondos de inversión, al punto de que más de la mitad del mercado está en manos del 6% de las grandes empresas. El problema no es solo la PAC, sino quién la recibe.
La última: Los grandes bancos han obtenido beneficios millonarios, que han superado con creces los del año pasado. Muchos altos directivos han multiplicado sus ya enormes ingresos, mientras que las plantillas siguen cobrando lo de siempre y los clientes están cada vez más presionados. Es el mercado, dijeron los directivos. Pero vosotros decidís a quién beneficia, dijeron los demás.
Jesús repite: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Por un lado, es un gesto profético que expresa la novedad radical de Jesús, que con su Encarnación convierte la historia humana en Casa del Padre; y que se nos revela como el Templo-Cuerpo que será destruido en la Cruz y será levantado con nueva vida en la Resurrección. Por otro lado, el mismo al que el domingo anterior descubríamos como Hijo de Dios en el monte de la Transfiguración, es el que ahora irrumpe en el orden establecido de su tiempo -social y religioso-, para anunciar la Nueva Pascua: el nuevo “paso” de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de las mesas que sirven al dios-dinero a la mesa compartida con Quien nos amó hasta el extremo.
¿Os acordáis de lo que nos decía el papa Francisco en la Encíclica Evangelii Gaudium? Allí nos orientaba hacia algunos “noes” que estamos llamados a dar en nuestro tiempo, en un camino de conversión espiritual, eclesial y misionera: “No a una economía de la exclusión, no a la nueva idolatría del dinero, no a un dinero que gobierna en vez de servir, no a la inequidad que genera violencia”. (EG 53-60) Jesús también formuló un “no” muy claro: “No se puede servir a Dios y al dinero”.
Preparar la Pascua es también dar pasos en esa dirección. Seamos críticos con el mundo y con nosotros mismos. Anunciemos a Jesús crucificado/resucitado, escándalo para los mercaderes y necedad para los que viven una religión a la medida de su conveniencia. Pon la mano en tu corazón, mira a Jesús en la cruz y di con convicción: “No a la idolatría del dinero”.