ACTUALIDAD DIOCESANA

01/07/2022

Puente Ladrillo se despide del sacerdote Antonio Romo, su “jabato”

La parroquia de Santa María de la Asunción acogió el funeral de este sacerdote diocesano que falleció el jueves a los 82 años, recibiendo el calor y el cariño de los que fueron sus feligreses durante más de 20 años

 

SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN

Antonio Romo hubiese querido que su funeral fuese una “fiesta”, porque él ya está entre los brazos del Padre, y porque siempre quiso celebrar la vida. Así lo recordó una de sus hermanas, Carmina Romo, antes de terminar la eucaristía de acción de gracias y despedida de este presbítero. Visiblemente emocionada, pero sin perder la misma sonrisa de su hermano, apuntaba que al entrar al templo ha recordado “una vida entera”, en ese barrio.

A su despedida no faltó el coro de la parroquia, ni los rostros habituales de los diferentes grupos guiados durante tantos años por Antonio Romo. Ni sus “chicos”, los que tantas veces acogió en su casa. Desde donde un día le escucharon en sus homilías, hoy le despide todo un barrio, dentro y fuera del templo, porque se quedó pequeño para tanto amor dado y recibido.

La llegada del coche fúnebre con sus restos fue recibido con aplausos espontáneos en la calle y en su interior. Un gesto que se repitió cuando el féretro se situó junto al altar, rodeado de numerosas coronas de flores, en una de ellas, se podía leer: “De tu barrio Puente Ladrillo”.

 

Una casulla sobre el féretro

Sobre la caja donde reposaban sus restos se colocó una casulla y el evangelio abierto a la mitad, para recordar su vocación sacerdotal. Antes de comenzar la eucaristía, en el saludo inicial, se mencionó que en su despedida, “esta casa se queda pequeña”, así como “el gran legado que deja”. También se invitó a que como siempre transmitió Antonio Romo, “celebremos con alegría, cantando y celebrando la vida”.

En su homilía, el obispo de Salamanca, Mons. José Luis Retana, que presidió la misa funeral junto a más de medio centenar de sacerdotes, apuntó que Antonio,”era un hombre sencillo, volcado a los demás y que puso en marcha varios proyecto sociales”. Además, recordó que se había convertido en una de las personas más queridas y respetadas de la sociedad salmantina. “Su testimonio sacerdotal de hombre de fe, de oración, hombre de Iglesia, espiritual, nos mostraban a las claras su adhesión total a Cristo”, añadía.

El prelado reconocía que ha sido un cura “entregado durante toda su vida con generosidad y entrega”, siempre al servicio del Evangelio y de los más pobres. De Antonio Romo resaltaba que era un sacerdote cabal, “muy sacerdote”, de trato afable, “era un sacerdote que había entendido bien y llevado a la práctica el mandato del Señor”.

 

Casulla sobre el féretro de Antonio Romo

Su compañero en la tarea pastoral

El sacerdote Juan Francisco Buitrago, que compartió tarea pastoral con Antonio Romo durante muchos años, invitó a un grupo de personas a que depositaran unas rosas rojas sobre su féretro. Después, se recitó el poema dedicado al Cristo de los Ferroviarios, una imagen que preside el altar, y habla sobre los orígenes de Puente Ladrillo: “Si yo pudiera, uno a uno, te quitaría los clavos, y que fueras con nosotros, con un farol en la mano… darle paz y darle amor, al que esté necesitado”, dice alguno de sus versos, que tantas veces Antonio Romo habrá escuchado.

Y tras la eucaristía, un tamborilero también dedicó una pieza al sacerdote fallecido, y desde el coro se entonó el Ave María, y algunas de las canciones que tantas veces habrá cantado en Puente Ladrillo.

Antes de la despedida final a Antonio Romo, se acercó al atril Juan Francisco Buitrago, que en primer lugar recordó la letra de una canción que le gustaba mucho: “Cuando miro atrás, pienso y veo que mis huellas borra el viento, que la vida ha sido nada, y la muerte va viniendo….”.

Un acción de gracias por su vida

Quiso dar las gracias a Dios y aseguró que la eucaristía de esa tarde había sido una  acción de gracias por Antonio, “por su vida entregada a Dios y a los demás”. Entre los rasgos de su vida, que le recuerdan a Jesús de Nazaret, como confirma que le gustaba a él decir, citaba mucho una oración de Martin Luther King: “Señor, haznos fuertes de espíritu y tiernos de corazón”.

De Romo subraya su resistencia en los momentos más duros, “su carácter recio”, y mencionó algunos de los motes que le pusieron los muchachos del barrio: “Le apodaron el hombre simpático del jabato, con su ternura de pastor, de hermano mayor”, advertía. Y otro de los apodos que recordó Buitrago fue el de “el cucharilla”.  Francisco cree que Antonio vivió con alegría su vocación sacerdotal, “expresando con claridad la dimensión de célibe por el reino de los cielos”.  Siempre ha sido libre, y en equipo y comunión,  “sintiendo con la Iglesia”. “¿No tenía pinta de cura verdad?”, añadía su compañero en la tarea tantos años, y quien le dio la comunión antes de su fallecimiento.

Por otra parte, elogió de Antonio su trabajo por la comunión, “él se encontraba más a gusto obedeciendo que dirigiendo”, aunque le tocó dirigir, como precisaba Buitrago.

Una de sus tres hermanas, Carmina, y uno de sus sobrinos, Benjamín, de un hermano ya fallecido, quisieron agradecer tantas muestras de cariño hacia Antonio Romo. “Hoy es una fiesta como quería Él”, apuntó su hermana. “Él siempre estará con nosotros”, terminó. Su sobrino confirmó que su familia también eran los que estaban allí presentes, “lo dio todo, era el hombre más rico de amor”.

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