Un día dentro de la comunidad de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos
Así viven, rezan y acompañan a los enfermos estas religiosas, con una presencia que consuela y salva, tanto en el hospital como en los domicilios
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
Entrar en la casa de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, en pleno corazón de Salamanca, es cruzar un umbral que aporta luz. En cuanto suena la campana y la puerta se abre, todo adquiere otra velocidad. No es que el tiempo se detenga, es que empieza a medirse de otra manera. A golpe de oración, de pasos silenciosos por los pasillos y de nombres de enfermos que se pronuncian con un cariño que no se fuerza. Aquí la vida no se teoriza, se entrega. Este reportaje pertenece a la serie “Vidas Consagradas”, del canal de Podcast de la Diócesis de Salamanca, dedicada a dar a conocer la vida y el servicio de las comunidades religiosas de la diócesis.
La comunidad actual de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, en Salamanca.
Las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, llevan más de 170 años dedicándose al cuidado gratuito y voluntario de personas enfermas en sus casas. Un carisma nacido del corazón de Santa María Soledad Torres Acosta que hoy siguen encarnando mujeres jóvenes y mayores que viven en comunidad, estudian, rezan, trabajan… y salen cuando cae la tarde o amanece para cuidar allí donde alguien no puede valerse por sí mismo. En Salamanca conviven nueve hermanas, junioras llegadas de varios países y hermanas veteranas que sostienen la casa. Una comunidad pequeña en número, inmensa en misión.
El día comienza con la oración en la capilla, donde juntas entonan: “Unidos a todos los pueblos, cantamos al Dios que nos salva…”. Para ellas, la oración no es un paréntesis, es el combustible que lo atraviesa todo. En esta casa, la diversidad es palpable, con hermanas procedentes de República Dominicana, México, Camerún, Guatemala, y con españolas de distintas edades. Cuando habla, la madre superiora, Sor Eudosia, lo expresa con naturalidad: “Aquí tenemos hermanas desde los 20 hasta los 84 años, y esta diversidad nos enriquece porque aprendemos unas de otras cada día”.
La veteranía y la juventud
Sor Melani y Sor Remedios.
Y así es: en el piso superior, Sor Remedios —la más veterana— conversa con una de las junioras, Sor Melani. Hablan entre risas sobre lo que cada una aporta a la otra. La joven lo dice sin rodeos: “Ustedes son el cimiento, y de usted estoy aprendiendo responsabilidad, amor a la misión, y cómo se hacían las cosas desde la Madre Soledad”. Sor Remedios baja la mirada y responde casi emocionada: “Cuando vosotras llegasteis, me disteis vida, y pensé: esto no muere, el instituto sigue, y seguirá, sois la prueba.”.
Hay hermanas que ya no salen de noche, pero su servicio es igual de imprescindible. Una de ellas es Sor Visitación, que lleva 57 años en la congregación. Su serenidad llena la sala incluso antes de hablar. “Aquí llevo el trabajo de enfermería, la sacristía, la secretaría… lo cotidiano, y acompañamos a las hermanas jóvenes cuando tienen que ir al médico o necesitan algo, esta también es misión”.
Casi sin darse importancia, enumera lo que hace, como preparar ornamentos, lavar purificadores, hacer compras, revisar pedidos, atender la puerta, escribir las crónicas de la comunidad… Y al final añade, con una sonrisa humilde que lo resume todo: “He salido muchos años a misión y lo echo de menos, pero alguien tiene que mantener la casa, y también es servicio”.
El cuidado de los enfermos
La hermana Ángeles baja las escaleras con paso ligero. Tiene 24 años y viene de México. Antes de abrir la puerta, reza delante de la Virgen junto a Sor Visitación. Empieza su ruta hacia el domicilio de Maribel, una mujer con síndrome de Down a la que acompaña cada mañana. Dirige sus pasos hasta el destino en medio del bullicio del centro, y comparte la tarea que allí realiza: “A Maribel la levantamos, la cambiamos, le damos medicación, la acompañamos al desayuno… Y así su madre puede descansar”. A ella lo que más me mueve es que se sienta querida, acogida.” Ángeles habla de su vocación desde el corazón: “Cuando nos sonríen… eso llena, y ahí sé que Dios está haciendo algo”.
Otra de las hermanas es Sor Carmen, cuya historia está entretejida con la de una familia que vive uno de los procesos más duros y delicados, como es el cuidado de Patricia, enferma de Huntington. Esta Sierva de María recuerda que la primera vez que vine, “me impactó, y busqué la enfermedad para saber cómo acercarme y entendí que no podía hacerlo sin oración”.
Y cuando llega a la casa de esta familia pregunta suavemente: “Patri, ¿cómo estás hoy?”. A veces, Patri responde con la cabeza, a veces con un beso. Otros días está inquieta. Pero para Carmen, cada gesto es una revelación: “Ella tiene algo que me atrae… ese amor que todavía da, incluso sin palabras”.
Un apoyo para el núcleo familiar
Tomás, el marido de Patricia, relata lo que han vivido desde 2015 con una honestidad brutal. Habla del amor, de la pérdida lenta, del miedo, del cansancio, de cómo la fe ha sido —sin quererlo él— un hilo que les ha sostenido: “Esto te va quitando vida… pero no me veo sin ella, yo no sería capaz de irme y vivir tranquilo, aquí hay amor, y las hermanas… son un regalo”.
Él tiene claro que si pudiera contratar a una hermana de estas, “la contrataría porque hacen las cosas bien, con cariño, y eso no tiene precio”. Cabe recordar que las Siervas de María no reciben nada económico por el servicio que desempeñan en el cuidado de los enfermos.
Otra de las hermanas es Sor Melani, una joven de Camerún, que sale de casa rumbo al hospital. Antes de marchar, como dicta la tradición, se reza un Ave María en la portería. Ella lo vive así: “Salgo confiando en el Señor. Le entrego al enfermo y me entrego yo también”.
En el hospital la esperan pacientes que no pueden quedarse solos durante la noche. Su trabajo es acompañar, escuchar, velar: “A veces no podemos hacer nada, solo estar, y ahí aparece Cristo”.
Las hermanas durante uno de sus rezos.
Tomás junto a Patricia en su casa de Santa Marta.
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