03/12/2022
DOMINGO MARTÍN VICENTE, DELEGADO DIOCESANO DEL CLERO
Las residencias de ancianos son escuelas donde se observan algunos comportamientos del ser humano que cuesta mucho entender y comprender.
En diálogo con las familias de esos residentes, con un gran deterioro cognitivo y conductual, se llega a vislumbrar el misterio que se oculta en la vida de algunas personas que han ocupado puestos relevantes dentro de la familia y de la sociedad, y que en los últimos años de su vida se han transformado en comportamientos difíciles de entender por propios y extraños.
Hay que poner las luces largas para no quedar atrapados por la inmediatez de sus extrañas conductas observadas que hacen lamentar a quienes fueron objeto de sus enseñanzas, de sus atenciones y de sus ejemplos. ¡No es la misma persona! ¡No es ni la sombra de lo que fue!
Estos y otros pensamientos venían a mi mente mientras celebrábamos un pequeño grupo de sacerdotes la despedida de Isidro Jaspe en el funeral de la Catedral Vieja.
La vida de este hermano discurrió muy semejante a la de cualquiera de nosotros, los que formamos el presbiterio diocesano. Nació en Ventosa del Río Almar hace ya 80 años, y su vida de niño y adolescente corrió paralela a los niños de ese pequeño pueblo, hasta que ingresó en el Seminario Menor, ubicado en aquel momento en Linares de Ríofrío, donde cursó los cinco primeros años de humanidades, hasta que retornó al edificio de Calatrava, en la calle Rosario. Y aquí fue pasando los cursos siguientes de Filosofía y Teología, como el resto de sus compañeros.
Recibió la ordenación presbiteral el día 14 de julio del año 1968, de manos de Mons. Mauro Rubio Repullés que lo llamó para ser su secretario. Con él permaneció hasta la muerte, ejerciendo su ministerio con una fidelidad y atención personal que no disminuyeron cuando se jubiló y cuando tuvo que ingresar en la casa de las Hermanitas de los Pobres aquejado de la enfermedad que le llevó a la muerte.
No han olvidado las Hermanitas y los empleados de esta residencia la diaria y constante presencia de D. Isidro para acompañarlo y atenderlo. Fue muy valorado por el mismo D. Mauro, a pesar de que a veces nos parecía que no lo trataba con el respeto debido.
Soy testigo directo de la defensa y aprecio con los que fue valorado y disculpado por el obispo a pesar de reconocer esas expresiones un tanto bruscas con las que en algunas ocasiones lo trató, pero que lo disculpaba y defendía, porque decía con humor, que eran debidas a su áspero carácter de su genética. Por encima de esas expresiones apreciaba su gran cariño y fidelidad.
Creo, que a pesar de su ocultamiento y de su desaparición de los actos comunitarios de la Diócesis de estos últimos años, no hemos de olvidar tampoco su fiel y diaria asistencia a la iglesia de la Clerecía y a la parroquia de San Juan de Sahagún para ejercer el ministerio de la Reconciliación, que compaginaba con su ministerio de secretario de D. Mauro, a quien recordamos con admiración y agradecimiento por su ejemplar testimonio y su sabio magisterio episcopal durante tantos años en nuestra Iglesia de Salamanca.
A su lado estuvo siempre Isidro, y un poco más lejos, pero no ausente, su hermana Basi, quien ha permanecido junto a su hermano con admirable paciencia y cariño durante estos últimos años más ocultos en la calle de la Amapolas. Muchas gracias y que goce de la gran Misericordia del Señor Resucitado.
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