ACTUALIDAD DIOCESANA

03/04/2020

Fructuoso Mangas. De oficio, “disfrutador” y de corazón, “pastor”

Artículo de Raúl Izquierdo, director de la Casa de la Iglesia, y miembro de la comunidad Abba de Fe y Luz a la que también pertenecía el sacerdote diocesano Fructuoso Mangas, recientemente fallecido y al que le unía un gran amistad.

 

Querido Fructu:

No hace mucho, dijiste en una reunión: “soy un hombre feliz, no sé si los habrá más que yo”. Pues eso. Estos días me vienen a la memoria muchas imágenes tuyas. Poco antes de esta pandemia, compartimos mesa a la hora de la comida en la Residencia. Ese día había fresas de postre. A ti te encantan las fresas, bueno, te encanta todo, pero la fruta es algo supremo. Te echaste las fresas en un plato hondo y las rociaste con un poco de miel. Pero lejos de terminar, las añadiste un yogur de frutas. Te vi disfrutando tanto de ese postre, que te pedí que me dejaras probarlas. Ciertamente, era una gran creación, como ese mejunje que te preparabas de té, café y leche que tomabas al final de las comidas

Has disfrutado mucho de la vida y los sabes. Y nos lo recordabas muchas veces y nos ayudabas también a nosotros a disfrutar de las cosas de cada día, desde una conversación del tema más inverosímil, hasta un trago de vino, hasta una fotografía de cualquier cosa. Todo era motivo de disfrute y todo era motivo para ser feliz. En tu pasión por la vida, había muchas aficiones: la pintura, leer, escribir, hacer montajes de fotos y frases… “No exagero si digo que no leo menos de 8 libros cada semana”. Tenías dificultades, como todos, pero las hacías pequeñas: tu garganta que tantos problemillas te dio… La visión de uno de tus ojos. Pero nada de eso te hacía tirar la toalla.

Fructu, te he visto reír a carcajadas y te he visto llorar. Te he visto y te he sentido humano, muy humano, y esa humanidad hacía percibir a quien se acercaba a ti que te importaba lo que alguien te estuviera contando y que sentías con lo que sentía el otro. Y ese punto, de locura de actor teatral, de animador… sorprendente, provocador, estridente… capaz de denunciar situaciones de injusticia y de proclamar como pregonero que Dios nos ama y que está entre nosotros. Tus disfraces, tus sombreros, tus bromas, tus ocurrencias… Buscador del origen de las palabras, explicador y narrador hasta la saciedad… artista con arte… Capaz de dejarse admirar por una puesta de sol o por la luz que daba en la Catedral según el momento del día. Preocupado y ocupado en todos los asuntos de la Diócesis de Salamanca que llevabas grabada en tu pecho.

En tu corazón siempre a flor de piel las situaciones de los más vulnerables y pequeños. Pero no sólo en tu capacidad de entrega y ayuda, sino en tu capacidad de denuncia pública. La situación de África, los inmigrantes, la distribución desigual de la riqueza… con tu militancia en Manos Unidas y las personas sin hogar y sin nada, los enfermos… ¡todo eso te tenía ganado el corazón, y el alma y la vida entera! Últimamente estabas emocionado con los colegios a los que ibas a celebrar la Eucaristía o el sacramento de la Reconciliación… cómo te emocionabas contando la reacción de los alumnos, de su capacidad para abrirse a Jesús… Y el mundo de los mayores, que era otra pasión que te apasionaba… la situación de los mayores del barrio, de los sacerdotes mayores… Asistiendo como capellán en alguna residencia en los últimos tiempos.

Agudo, maestro de las palabras y sus enredos, obsesivo de la coma y el punto, puntilloso y socarrón. La parroquia de la Purísima tantos años, con los tantísimos seres humanos a los que has acompañado en momentos tan importantes de sus vidas: bodas, bautizos, comuniones, catequesis y celebraciones de todo tipo y color, llenas de sorpresas, de trabajo, de atrevimiento pastoral, de innovación, de creatividad… lo importante siempre las personas, por encima de formas y formalismos. Y junto a tu compañero y amigo José Manuel. Y después de jubilarte como párroco, seguías con ese grupo de matrimonios, amigos, discípulos, casi hijos e hijas y como no, tu comunidad de Fe y Luz, Abba. Como tú decías:  “son mis familias”. Pero detrás de todo, tu casi obsesión por anunciar un Dios que ama profundamente a los seres humanos y que está cerca del que más sufre.

Recuerdo una vez en una Eucaristía de Fe y Luz que nos dijiste: “las personas con una discapacidad me han hecho mejor sacerdote”. Pero tú también has hecho mejores personas a muchas a las que te has acercado o que se han acercado a ti.

Has vivido esta vida con intensidad, como si fuera un regalo, con ganas de conocer, aprender y saber hasta el último momento. Ahora te toca vivir la vida que Dios te regala a su lado. Los que hemos comido, caminado, rezado y celebrado junto a ti, sabemos que tu presencia entre nosotros ha sido un regalo. Te estoy imaginando con esa sonrisa de medio lado y los ojos abiertos, levantando y apuntando con el dedo… a punto de sentenciar con algo ocurrente o contundente… Puedo suponer la fiesta que se ha montado en el Cielo, y el abrazo que te has dado con tu padre y tu madre, y con tantos amigos y hermanos que marcharon antes que tú. Otros lo haremos después… Espéranos y vete rezando por nosotros…

Raúl Izquierdo García.

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