ACTUALIDAD DIOCESANA

18/02/2021

La pandemia y los laicos

El delegado diocesano de Apostolado Laical, Miguel Reyes, reflexiona en este artículo sobre la implicación de los laicos  durante esta pandemia. Un año después de la celebración del Congreso Nacional de Laicos, su lema “Pueblo de Dios en salida”, tiene hoy toda la vigencia. Reyes hace una llamada a los laicos a descubrir cómo evangelizar en este momento en el que, “hay que conjugar el ‘quédate en casa’ sanitario con el ‘somos Iglesia en salida’ evangelizador”.

 

La pandemia

Este año ha pasado marcado por una pandemia que nos ha cambiado muchas cosas en nuestra vida personal, social y eclesial. Muchos desean o esperan que todo vuelva a su estado normal; y consideran “normal” a la vieja situación anterior a marzo de 2020. Yo no soy médico, pero intuyo que este virus ha venido para quedarse entre nosotros a pesar de las tan anheladas vacunas y la inmunidad de “rebaño” (¡qué término tan poco humano!).

Lo “normal”, lo de antes, ya no volverá. Más aún: la sacudida de nuestros valores de entonces ha logrado descolocarlos e incluso cambiarlos. ¿Quién se podía imaginar al comenzar el 2020 la ola de solidaridad con los trabajos esenciales que se dio desde los balcones? Cuánto acompañamiento y servicio solidario se han desplegado para los mayores solitarios, los más frágiles, los sin techo, los vulnerables, las personas que salen de la cárcel sin nada ni nadie,… en las distintas campañas que por iniciativa ciudadana o desde diversas instancias de la Iglesia (Fondo Diocesano de Solidaridad, Cáritas Diocesana, Pastoral Penitenciaria, otros agentes de pastoral social, etc.) han logrado no solo que la caridad no cerrara, sino que al contrario, aumentara la gente con ángel.

Pero es cierto que el tiempo puede borrar muchas cosas, incluso olvidar todo. Y entonces el regreso a los mismos valores de la fase anterior a la pandemia puede echársenos encima sin que nos demos cuenta.

El Congreso de Laicos

Representación salmantina en el Congreso Nacional de Laicos “Pueblo de Dios en Salida”, celebrado en Madrid los días 14-16 de febrero de 2020

Hace ahora justo un año (desde el 14 al 16 de febrero) se celebró en Madrid un Congreso Nacional de Laicos. En realidad, habría que decir “Congreso Nacional de la Iglesia española sobre el laicado” ya que a él acudieron también obispos y presbíteros y un cierto número de consagrados y consagradas. De los 2.000 asistentes, algo más de las cuatro quintas partes éramos laicos y todos tuvimos ocasión de decir nuestra palabra. Todo ello enriqueció el Congreso ya que ayudó a establecer unas relaciones fraternas haciendo visible una de las opciones transversales del Congreso: la sinodalidad. La Comisión Teológica Internacional afirma que “la sinodalidad… indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora”.

En ningún momento el Congreso fue una reivindicación de roles, tareas y servicios por parte de los laicos frente al clero. Eso hubiera sido darle la vuelta al clericalismo tan denostado por el Papa Francisco y recordado por él en el saludo al Congreso.

El Congreso fue el paso del Espíritu Santo sobre la Iglesia y ocasión para que todo el Pueblo de Dios leyera los signos de los tiempos en relación con la misión de la Iglesia y el lugar de los laicos en la tarea evangelizadora.

No voy a entrar a recordar qué y cómo se trataron los diversos temas y qué momentos fueron las claves para ese misterioso encuentro entre el Espíritu Santo y la Iglesia española allí reunida y representado por los asistentes. Quien lo desee que navegue por la página web “Pueblo de Dios en Salida” y allí encontrará todo.

Los riesgos de hoy

Decía al principio que este año tan distinto corría el riesgo de ser un paréntesis en la vida y olvidar pronto lo ocurrido para volver a lo de siempre. En cristiano, lo que sucede ha de ser leído a la luz del Evangelio. Esta pandemia ha puesto a prueba nuestra fe y sus consecuencias. Ciertamente el miedo es libre y especialmente en una situación como esta en la que todo era desconocido. El emblemático “No tengáis miedo” de San Juan Pablo II, en el que resuenan tanto el profeta Isaías como los salmos o el mismo Jesús repetidamente, no es una llamada a vivir la vida de un modo inconsciente, imprudente, descuidado. Debemos ser cautelosos con el virus, pero valientes con nuestro compromiso misericordioso ante tanta hermana y hermano que lo está pasando muy mal.

Tengo la duda de si en esta Iglesia que peregrina en Salamanca, el miedo se nos ha metido en este año hasta el fondo, si no nos habremos dejado llevar por una excesiva precaución que nos ha atado de pies y manos nuestro impulso misionero, si nuestra cautela se ha olvidado de pasar por el filtro del discernimiento los seseos de Dios sobre nosotros, su Iglesia y conjugar ambos: cautela, voluntad de Dios.

Mucha solidaridad

No obstante, he de reconocer los esfuerzos de fidelidad en tantos que desde el primer día y con los aplausos desde los balcones reforzaban una sociedad más agradecida y cohesionada; eso era construir la justicia del Reino de Dios cada día. Luego siguieron otras iniciativas anónimas que ahondaron en el testimonio cristiano de que lo primero es la persona, especialmente la que vive en cualquiera de las periferias que hoy existen junto a nosotros, tal vez en el mismo piso del propio portal.

Ojalá esta pandemia no haya frenado ni pospuesto sine die las iniciativas previstas para este tiempo, sino que, a la luz del Evangelio, hayamos sido capaces de crear otras nuevas que nos estimulan a seguir saliendo al encuentro de quien necesita ser llamado por su nombre por el mismo Jesucristo, aunque esa persona no lo sepa aún. Ahí estamos los laicos.

Los laicos, hoy

En el Congreso hicimos una especie de compromiso cómplice: “Lo que está ocurriendo aquí debemos llevarlo a nuestras comunidades”. El lema “Pueblo de Dios en salida” tiene hoy toda la vigencia de hace un año. Incluso más, por las circunstancias tan especiales por las que pasamos. Los laicos debemos asumir las responsabilidades propias de nuestra condición de bautizados: gestionar los asuntos temporales y ordenarlos según Dios (cfr. LG 31; Orientaciones de la Asamblea Diocesana. pp. 83-84), salir al encuentro de los hombres y mujeres para testimoniar al Resucitado: en la familia, el trabajo, la educación, el consumo, la economía, el cuidado del planeta, con las personas en situaciones de pobreza o migrantes, en el mundo de la cultura, en las redes sociales, en la vida asociativa pública,… (Cfr. Orientaciones de la AD). Nada de esto se ha parado. Al contrario: nos espera para llenar de esperanza más allá de la pandemia. No es la salud lo que la gente se juega, que también: es el sentido de la vida, pase lo que pase.

Como Pablo y Bernabé, como las primeras comunidades en diáspora que tuvieron que hacer ejercicios de discernimiento para realizar el Primer Anuncio allá donde se instalaban, a los laicos nos toca descubrir cómo evangelizar aquí y ahora, sin esperar a que nada termine. Sabemos que el Espíritu del Señor Jesús va a estar siempre con nosotros. Hay que conjugar el “quédate en casa” sanitario con el “somos Iglesia en salida” evangelizador.

P.D.: Aún queda pendiente presentar el Congreso en los diferentes arciprestazgos. Cuando veáis la ocasión, avisadnos. El Congreso no fue para un puñado de asistentes; fue para los laicos de Salamanca. Y esa deuda la tenemos con vosotros.

 

Miguel Reyes. Delegado diocesano de Apostolado Laical

 

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