ACTUALIDAD DIOCESANA

05/03/2019

¡Hasta luego, Aleluya!

Una ley de la física dice que “todo cuerpo tiende a mantener su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas ejercidas sobre él”. Es la primera ley de Newton, el gran científico inglés. También se llama ley de la inercia.

Podríamos aplicar esta ley también a las acciones litúrgicas: uno se encuentra cómodo haciendo siempre lo mismo, aunque resulte aburrido: es la “fuerza de la costumbre”. Al menos, es fácil y requiere menos esfuerzo. Pero se requiere una “fuerza contra la costumbre” para hacer algo mejor que antes o para adecuarnos a la naturaleza de las cosas cuando estas han cambiado. Es el caso de la reforma litúrgica. A veces por inercia seguimos haciendo algo que ya no toca, o no nos atrevemos a iniciar algo nuevo aunque sea necesario o conveniente. Causas de la inercia: comodidad, ignorancia, miedo, pereza, distracción, etc.

Puede que pronto veamos un sencillo ejemplo de esto cuando empiece la Cuaresma y en esos primeros días a algún despistado, fiel laico o sacerdote (que todos cometemos fallos) se le escape sin querer el canto del Aleluya, en un tiempo en el que está totalmente prohibido. No faltará quien reaccione rápidamente, volviendo el rostro horrorizado hacia ese despistado, con un “Chsss”… ¡demasiado tarde! Ya se ha perdido la concentración hacia aquello que celebramos y se ha ido hacia el fallo cometido.

¿Y por qué en Cuaresma se omite el Aleluya? No es un simple canto común, ni siquiera un simple canto alegre y festivo, sino mucho más: la aclamación gozosa del acontecimiento de la resurrección, que se estrena en la noche pascual o, donde no hubiere vigilia pascual, en el domingo de Resurrección. Así pues, el Aleluya es el canto de la Resurrección por excelencia. Y la Cuaresma es tiempo de preparación para el bautismo de unos y la renovación del bautismo de los demás, y para la reconciliación penitencial de muchos. Todo ello mirando hacia la gran cumbre de la celebración del misterio pascual, al tercer día del Triduo, el domingo. Lógicamente, reservaremos el Aleluya para este día, omitiéndolo absolutamente durante toda la Cuaresma y “despidiéndonos” de él justo antes del miércoles de Ceniza (en el rito romano, porque en el rito hispano-mozárabe esa “despedida” será el primer domingo de Cuaresma).

Y durante la Cuaresma, ¿cómo aclamamos al evangelio? Cambiando el Aleluya por otra aclamación a Cristo, como Gloria y honor a ti, Señor Jesús”, o las que figuran en los apéndices de los nuevos leccionarios: “Gloria y alabanza a ti, Cristo”, etc. El formato es: aclamación -versículo propio del día- aclamación. Y si no se canta el versículo, se canta solo la aclamación, ¿a que es fácil? En los primeros años después de la reforma litúrgica –hablo de hace 30 o 40 años– se recurría a versículos fáciles de aprender, pero sin aclamación, que se repetían durante toda la Cuaresma, y que hacían referencia a la palabra de Dios, como “Tu palabra me da vida…”, pero esto no es correcto. Tampoco estaría mal superar esta inercia y empezar a cantar la auténtica aclamación al evangelio, como hemos explicado.

Así que para que todo vaya bien, conviene anticiparnos: antes de la misa del miércoles de Ceniza, preparemos y ensayemos la aclamación al evangelio con el coro, mejor aún, con toda la asamblea, aunque sea brevemente. Superemos la inercia.

 

 

 

 

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