13/05/2020
Andábamos muy atareados en nuestras cosas desoyendo otras urgencias (de enfermos, doloridos y hambrientos) y otros clamores (de la Tierra, el agua y el aire).
Y se nos planta en medio, no ha llegado de puntillas, pero sí con demasiada premura, este Covid-19, invisible guadaña que nos obliga a encarar la muerte, nuestra muerte, nuestra debilidad y nuestra vulnerabilidad.
Este virus, coronado como un rey despótico, intenta dejarnos desnudos: de pronto nos hemos visto desprotegidos, con dificultades para encontrar un agarradero fiable, en un mundo casi endiosado entre otras razones por sus grandes avances tecnológicos.
Y, en medio de este desconcierto, se nos lanzan preguntas retóricas: “¿Dónde está Dios?”, “¿Es tu Dios quien permite todo esto?”, intuyo que más que buscando una respuesta pretendiendo subrayar una supuesta credulidad ingenua. Y Dios, que es sobre todo Padre amoroso, sale a nuestro encuentro. “Que no se turbe vuestro corazón”, nos ha dicho estos días en la Palabra del Evangelio de Juan (Jn. 14,1).
Nosotros, con el corazón un tanto encogido, no dejamos de pedirle confiados: “¿Por qué no haces algo, Señor?”. Y Él, que siempre responde, se apresura a insistirnos: “Dadles vosotros de comer” (Mt.14,16).
Nos lo recordaba el Papa Francisco en ese protocolo de entrada al Paraíso sobre el que seremos juzgados (Gaudete et exsultate, 95): “Porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt. 25,35).
Es una invitación, con resultado asegurado de alegría, a que en medio de esta situación difícil hagamos cada uno, con lo posible, lo mejor posible: ya sea un aislamiento, aun cuando necesite el contacto con otros; unas llamadas invitando a la esperanza con ternura y respeto; una oportunidad para evaluar y cuestionar hábitos de vida y consumo; una invitación al compromiso y la solidaridad…
Porque en España el Covid-19 está causando mucho dolor, pero en el Sur la crisis de este virus es además crisis de hambre, hasta el punto de que a mil millones de personas les resulta imposible confinarse, por el hacinamiento en que viven, y muchas otras que podrían llevar a cabo el confinamiento, aun con dificultad, aseguran que están optando por seguir saliendo a buscar el sustento que necesitan para sobrevivir día a día, pues afirman que es peor morir de hambre que de este virus.
Manos Unidas tiene abiertos en este momento más de 40 proyectos de emergencia que intentan compensar la vulnerabilidad de pueblos indígenas, el precario sistema de salud, el hacinamiento, la malnutrición y la escasez de agua de algunos pueblos del Sur.
Son situaciones difíciles de soportar, ante las que se nos pide nuestra colaboración. Y no vamos a quedarnos encogidos en el miedo y el sufrimiento. “¡Basta de sufrir! Lo que puedo remediar lo remedio; lo que no, lo dejo en las manos de Dios” (P. Ignacio Larrañaga). Nos lo recuerda la Palabra “No se turbe vuestro corazón”, “¡Dadles vosotros de comer…!”.
Pues no se turbe nuestro corazón, porque, además, la alegría regresa a quien la ha regalado.