01/07/2022
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
Antonio Romo siempre será recordado por su sonrisa afable y cercana, y por su risa genuina, que cerraba cada una de sus frases. El pasado mes de octubre, mantuvo un diálogo distendido durante 43 minutos con el sacerdote diocesano, Eugenio Rodríguez. Un momento que quedó inmortalizado en un vídeo, publicado en el canal diocesano de YouTube, donde repasa su vida y abre su corazón a lo que ha sentido en cada momento.
A Eugenio le conoció con 11-12 años, cuando era formador del Seminario y acababa de llegar de Madrid. Lo recuerda perfectamente, “Antonio, te conocí un 25 de septiembre de 1978”. Él reconoce que llegó a Salamanca “eufórico”, y que en aquellos años, “no teníamos ni para calefacción”. Pero como Antonio Romo reconocía, a lo largo de su vida, siempre ha sido testigo, “de gestos solidarios”.
De sus años en el Seminario, lo tiene claro, “lo mejor eráis vosotros”, le comenta a Eugenio. Y añadía que la persona, “es lo que vale”. En aquel tiempo formó equipo con Domingo Martín, “y nos compaginábamos muy bien”. Recuerda vivir la experiencia como si fuese un niño, “no medías la trascendencia, se vivía el momento, y con mucha pasión”.
Eugenio recuerda las visitas del padre de Antonio, “que siempre me traía algo”, añadía el siempre recordado párroco de Puente Ladrillo. O las del cura de su pueblo.
Respecto al sacerdocio, decía que era un sacramento “precioso”. Y su padre, respecto a su vocación, siempre le dijo que hiciera lo que debiera. De su madre siempre la recuerda de forma entrañable, “callada, sufriente, entregada”. Y antes de morir quiso despedirse de cada uno de sus hijos.
Eugenio recordaba con Antonio la relación con los transeúntes que comían con los jóvenes seminaristas cada día, “algo que nos marcó mucho”, insistía Rodríguez. O evocó su paso por Madrid, trabajando en el metro limpiando pintadas, “no era el metro de ahora, antes olía fatal”.
Unos años más tarde, le encomendaron la parroquia de Puente Ladrillo, y reconocía a Eugenio que en cada lugar que ha estado, “he tenido la suerte de ser feliz”. Antonio Romo describía situaciones complicadas en el barrio, “de tipo económico, de marginación…”. Y de la nada, poco a poco consiguieron abrir una guardería, donde comían los niños, que también iban a la escuela, o pusieron en marcha un curso de albañilería, entre otras acciones.
Y en medio de las dificultades, este sacerdote siempre veía a Jesús, “que siempre me ha dado mucha fuerza”. Romo tenía claro que tener fe “es algo que llena tu vida, que le da sentido, y si no lo vives es una pena, porque lo pierdes”. Ante la enfermedad que vivió a lo largo de los últimos años, y de la que fue testigo como capellán del hospital durante más de dos décadas, “en medio de la oscuridad, hay una luz, la de la solidaridad”. En su caso, ante los momentos más oscuros, “siempre me sale pedir perdón, te sientes pequeño, débil, y pones la confianza en Dios”.