15/05/2022
Coincide en este año el quinto domingo del tiempo de Pascua con una fiesta entrañable en tantos lugares de nuestra diócesis, la de San Isidro Labrador.
La Palabra de Dios que hoy se proclama en la Misa nos regala la intrepidez evangelizadora de Pablo y Bernabé en cada nueva comunidad que visitan, la visión apocalíptica de Juan que nos lleva de la mano hasta un cielo nuevo y una tierra nueva, y, entre tanta novedad, la más preciosa, la del mandato por el que Jesús decide que seamos reconocidos sus seguidores cuando, en verdad, le estemos siguiendo: el amor.
Todo es nuevo: las comunidades de la Iglesia, la esperanza futura, el precepto transformador del Maestro.
Así, con esta actitud de escucha pascual, es como hemos de acercarnos a nuestros campos que hoy bendice el mismo Dios por la intercesión de San Isidro, canonizado hace justamente cuatro siglos.
Son los campos donde se plasma el trabajo de los hombres, que junto a la tierra, obra prodigiosa del Creador, ofrecen los frutos del pan y del vino, dones que el amor de Dios transforma en alimento para nuestras almas.
A veces habrá sequías y tormentas, heladas y ventiscas, sudaremos sin aparente recompensa, e incluso lloraremos sobre unas tierras que nos resultarán estériles cuando no logremos ver en ellas la novedad que siempre guardan.
Por esto, pidamos al Señor que nos aumente la fe, para que en cada uno de nuestros campos, en los que trabajan los labradores como Isidro y en los que se nos presentan a cada cristiano en nuestros ambientes, sepamos reconocer la esperanza que nos regala el Dios que todo lo hace nuevo.
Tomás González Blázquez, médico y cofrade