ACTUALIDAD DIOCESANA

10/05/2024

Bodas de oro sacerdotales. Isidoro Criado Lázaro: “El centro de mi vida en este ministerio ha sido la eucaristía”

De estos 50 años de sacerdocio destaca varios momentos vividos, como la experiencia que le marcó para siempre y que vivió junto a varios compañeros del seminario en Peñaranda de Bracamonte, así como en todas las comunidades por las que ha pasado

 

SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN

Isidoro Criado nació en Moríñigo, un pequeño pueblo de la comarca de Las Villas, que para él era como Nazaret. Pero con cuatro años se trasladaron a vivir a la provincia de Teruel por el trabajo de su padre, que era ferroviario. Y un tiempo después, a Los Valles, en la zona de Sagunto. Este sacerdote diocesano, que este año celebra sus bodas de oro como presbítero, es el segundo de cuatro hermanos, y relata como en su infancia el camino le llevó a este ministerio.

En su primera comunión

Después de vivir fuera de Salamanca, junto a su familia llegó a Fuentes de Oñoro, “y allí viví en el pueblo y en la estación”. Como él mismo relata, en este municipio fronterizo, “había tres poblados: la estación, el pueblo y la aduana”. Y allí estuvo hasta que a los 13 años le llevaron al seminario de Ciudad Rodrigo. Pero casi no sigue ese camino porque el deseo de su madre era que fuera salesiano, “pero el cura de mi pueblo, que me había hecho monaguillo con tan solo siete años, se empeñó en que fuera al seminario, que de fraile nada”.  Y así fue finalmente, donde estuvo hasta segundo de Filosofía.

Por un traslado de su padre a la capital, Isidoro Criado se incorpora al seminario de Salamanca, y al tercer año, les llevan a la Gran Vía, “cuando estábamos en la Universidad haciendo Teología”. En el tercer curso, varios compañeros piden realizar una experiencia de trabajar y estudiar al mismo tiempo, y se van a vivir a Peñaranda de Bracamonte. “Fue una experiencia hermosísima, con cinco compañeros, de los cuales, dos somos presbíteros, Joaquín Tapia y yo”, relata.

La experiencia en Peñaranda

En Peñaranda vivieron tres años, “donde trabajábamos, en las fábricas de zapatillas, y estábamos cercanos a la gente del pueblo”. Además, ayudaban a los sacerdotes de la zona, “y también hacíamos labores en la campo, como la de recoger las patatas, entre otras”, apunta este presbítero.

En el seminario de Ciudad Rodrigo.

Cuando ordenan de sacerdote a Joaquín Tapia, a él le ordenan de diácono en la parroquia de Fátima en 1973, y se va junto a él y Domingo Martín, a Villarino de los Aires, donde realiza su experiencia de diaconado. Junto a esa parroquia, también llevaban la de Pereña, Trabanca y Cabeza de Framontanos. “Allí pude experimentar algo novedoso y tener un encuentro de estar al lado de la ancianidad”. Y en Villarino encontró algo que no había experimentado hasta el momento, “la pobreza, la ancianidad, el sufrimiento en esa tierra tan humilde, que me hizo recapacitar mucho y descubrir algo que mereció la pena”.

El 13 de octubre de 1974 se ordenó presbítero en la capilla mayor de Calatrava, y su primer destino pastoral fue donde estaba realizando su etapa de diaconado, donde estuvo unos ocho años. De aquella etapa recuerda con mucho cariño la entrega en aquella zona de varias Siervas de San José, como Feli y Loli. “Fue una experiencia tan hermosa que por un momento pensé que era posible llegar casi al reino de los cielos, y poder ver una entrega total a la gente pobre y humilde como esas hermanas”, subraya Isidoro Criado.

La enfermedad

Esos primeros años, confiesa que vivió con intensidad el ministerio del sacerdocio, “hasta el extremo que llegó un momento en el que por primera vez tengo una depresión”. En Villarino se formó una asociación para luchar por los derechos del trabajo y de la zona, “y a mí me nombraron presidente, y se llegaron a vivir muchos momentos de tensión, que fue cuando caí enfermo”. En un primer momento se pensaron que tenía un tumor en la cabeza, que finalmente fue una depresión, por lo que dejó esos pueblos.

Y tras recuperarse, es enviado a la parroquia de Villamayor, donde también se encarga de la experiencia del seminario en este municipio del alfoz, junto a Joaquín Tapia y Domingo Martín. “Era una pequeña fraternidad donde compartíamos absolutamente todo en la casa parroquial, que se extiende a lo largo de diez años, y de allí salieron los sacerdotes más jóvenes de Salamanca”, indica. En Villamayor estuvo 18 años, “y fue una experiencia riquísima”, aunque en los 90 vuelve a tener otra depresión algo más seria. Fueron años previos de mucho trabajo, al colaborar también en la parroquia de Jesús Obrero, en Pizarrales, “debió de ser tan intensa que al final caí enfermo”.

Para recuperarse, se  va durante casi un año al monasterio de la Trapa de Arévalo, en Ávila, donde vivió una experiencia muy dura, “pero cuantas veces lo he agradecido, por allí comprendí realmente lo que es la debilidad, la pequeñez, la enfermedad…”. Al respecto, Isidoro Criado admite que esa vivencia, “le ha ayudado a estar más cerca de la gente que sufre el dolor”. Y una vez terminada esta experiencia, vuelve a la parroquia de Villamayor, que además de las tareas pastorales, se encarga de restaurar algunas imágenes del templo.

Llega a Peñaranda de Bracamonte

En 1999, le destinan a Peñaranda de Bracamonte, donde vivirá unos siete años, “donde participé en los deseos de llevar el evangelio con un estilo nuevo”. En esta segunda etapa allí es consciente de que su labor es otra, que no tiene que ver con el trabajo como en su experiencia del seminario. “En una ocasión dije que había ido a Peñaranda con el látigo de la justicia (en su primera etapa), y que ahora iba con la ternura del Evangelio”, sentencia.

Comuniones en Villamayor.

Con la llegada de Mons. Carlos López como obispo de Salamanca, le encomiendan nuevas parroquias junto al sacerdote, Juan Pedro Melgar, en concreto, las de Cabrerizos, Huerta, San Morales y Aldearrubia, aunque dos años después, Isidoro se quedó solo en Cabrerizos, donde también atendía como capellán el Monasterio de San José de las Carmelitas Descalzas.

“En Cabrerizos se formó una verdadera familia, entre el grupo de los catequistas, el coro parroquial, los jóvenes, y un sinfín de cosas”, recuerda emocionado de aquellos ocho años allí. Su siguiente destino pastoral ya fue en la ciudad, en la parroquia de Fátima, “que también ha sido una experiencia de otros ocho años hermosa, donde he vivido otras realidades”. Durante esa etapa, Isidoro Criado ha sido el arcipreste de esa zona.

Su etapa en el monasterio de Cabrerizos

En la actualidad vive en una humilde casa en el monasterio de Cabrerizos, donde siente que es “un cachito de cielo”, y allí es muy feliz, atendiendo como capellán a las hermanas carmelitas descalzas. “Aquí tengo la oportunidad de poder tener sosiego y paz para leer, rezar o pasear”, relata. Y también admite que tiene la posibilidad de poner sus ojos, “en lo que ha sido el centro de mi vida, la eucaristía”.

Al respecto, tiene unas palabras de halago y admiración por la vida consagrada, “que es algo fundamental en la Iglesia, sin esto no puede avanzar”.

El día de su ordenación diaconal.
En uno de los talleres que impartía en Fátima.
Corpus en Cabrerizos
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