05/04/2020
“Estos días vivimos pendientes de cuidarnos mucho, de mantener el aislamiento y de procurar que en nuestras casas no nos falte lo básico”, señalan desde Cáritas diocesana. “Con estos artículos de reflexión, queremos rellenar nuestras despensas de esperanza, de trascendencia, de mirar al fondo de la situación, de propuestas para el futuro, de miradas al horizonte”. Todo ello, como indican para que cuando esta situación pase “nos encuentre más sabios, más dispuestos y más disponibles para seguir construyendo un mundo distinto”. Estos artículos se van a publicar en la web https://www.caritasalamanca.org
El primero de estos artículos, publicado hoy, ha llegado de la mano del vicario de pastoral, Policarpo Díaz, y tiene por título: “Iglesia servidora de los pobres”, que adjuntamos a continuación:
Siempre, pero “ahora más que (nunca) siempre”
La Conferencia Episcopal Española, en su 105 Asamblea Plenaria, el 24 de abril de 2015, sacó a la luz pública un bellísimo documento: “Iglesia, servidora de los pobres”. Es una instrucción pastoral de nuestros Obispos, pastores del Pueblo de Dios, sucediendo a los Apóstoles, en comunión con Pedro, el Obispo de Roma, y papa de toda la Iglesia y bebiendo de ese riquísimo manantial que es el Evangelio y toda la doctrina que emana del mismo: La Doctrina Social Cristiana.
Es un bello documento, que podemos encontrar y leer (recomiendo descargarlo en este enlace a pie de página)[1]. No tardaremos mucho en encontrar otra lúcida y nueva reflexión de nuestros Obispos españoles, que nos ayude a los creyentes e ilumine a la sociedad en general, ante este drama sanitario y económico-social que estamos viviendo a consecuencia de la Pandemia del Covid-19. Muchos Obispos ya lo están haciendo en sus respectivas diócesis. En breve lo harán todos, ayudados por los informes de sociólogos, economistas, científicos, trabajadores sociales, militantes de partidos políticos y sindicatos. El Papa Francisco ya ha hablado (con palabras, gestos, oraciones, celebraciones…) y estamos seguros que seguirá ofreciéndonos sólido magisterio para ayudarnos e impulsarnos a vivir este momento desde las dos fidelidades: al Evangelio de Jesucristo y a sus principales destinatarios: los más pobres y excluidos de nuestra sociedad. Estemos atentos a lo que, en las próximas semanas, nuestros Obispos y el Papa, y otros muchos creyentes, van a “decir”, “escribir” y sobre todo “hacer”.
La crisis que estamos viviendo, que, en opinión de no pocos, no está haciendo más que asomar “la punta” -como si de un iceberg se tratara- nos llevará a vivir situaciones de severas necesidades en muchos hermanos nuestros, en muchos vecinos, amigos…, que, si ya antes de este momento podíamos llamarles “excluidos sociales”, ahora, con todo el efecto socio-económico de esta tremenda crisis, su situación se agudizará considerablemente. ¿Cuántos parados generará esta pandemia?, ¿cuántos contratos no se renovarán, pese a todas las cautelas y medidas que dicte el gobierno?, ¿cuántas empresas no van a poder con el “tirón” y se verán obligadas a cerrar?, ¿cuántos autónomos verán que no pueden seguir adelante con sus talleres, sus oficios?… La multitud de personas que viven del “turismo” (hostelería, guías, empleados de museos y edificios históricos y culturales), de los “estudiantes de las universidades”, todos los que viven al rebufo de la vida académica de institutos, colegios, academias…, todos los que se dedican a tareas socio-sanitarias (fisioterapeutas, dentistas, terapeutas ocupacionales, psicólogos con terapias de grupo…) y un largo etcétera de colectivos que se traducen en rostros concretos, verán cómo sus ocupaciones y trabajos “pierden fuelle” o simplemente “se esfuman”. Algunos habrá, que manejen un “colchón” económico suficiente como para poder esperar y tener paciencia. Esos remontarán. Pero otros muchos, la mayoría, los que viven “al día” y necesitan levantar las persianas de su negocio cada día para poder hacer frente a sus responsabilidades con el arrendador, con Hacienda, con la Seguridad Social, con sus proveedores, con sus hijos y familias…, esos, que son muchos, pasarán a engrosar las listas de las personas sacudidas fuertemente por esta situación. ¿Y qué van a hacer?, ¿dónde van a ir?, ¿quién les ayudará, más allá de acogerse a las medidas decretadas por el Gobierno, que, si bien pueden “paliar”, de ninguna manera lograrán detener todas las consecuencias de este “tsunami”, vendaval, terremoto, cataclismo…?… También florecerán, ¡ya lo han hecho!, los que “harán el agosto” con trampas, mentiras, trucos… que buscarán engañar y aprovecharse de la coyuntura de debilidad generalizada. Porque la crisis, ya lo dicen claro los Obispos en el documento al que nos hemos referido, no es sólo una cuestión económica, es también -y, sobre todo- una crisis moral, en la que los valores de la justicia, la honestidad, la verdad… se esfuman con cierta facilidad.
¿Y qué va a hacer la Iglesia? Esta es la cuestión. Jugando con las palabras del subtítulo de este artículo: la Iglesia deberá hacer lo de siempre(vivir el Evangelio, sembrar justicia y vivir el amor como servicio a todos los miembros de la sociedad y en especial a los más vulnerables), pero con más intensidad, con más amor (si cabe), con más lucidez, con más inteligencia, con más valentía… que nunca. Quien está acostumbrado a hacerlo “siempre”, ahora lo hará más y mejor que nunca. No ocurrirá de ninguna de las maneras, al contrario, es decir, si alguien no lo ha hecho nunca, ahora no podrá hacerlo: no sabrá, no querrá, no podrá.
Gracias a Dios la Iglesia viene ya acostumbrada en la bella tarea de servir a los más pobres. La Iglesia nos volverá a recordar la dignidad de la persona (de toda la persona y de todas las personas). La Iglesia nos volverá a repetir que los bienes económicos tienen un destino universal y que nadie puede verse excluido del reparto justo de los mismos. La Iglesia volverá a vestirse de solidaridad, de samaritana(Lc 10), de Jesucristo en el juicio final (Mt 25), y gritará y tratará de vivir con el testimonio de su propia vida, la defensa de los derechos y la promoción de los deberes. La Iglesia seguirá buscando caminos para el bien común, con creatividad, con la imaginación que nace del amor, de la compasión, de la misericordia. La Iglesia volverá a recordar al Estado que, en estos momentos, tanto lo público como lo privado deben guardar en un armario sus ideologías, y tendrán que remangarse las mangas y unir brazos, codos y manos para trabajar juntos. Donde no llegue el estado, subsidiariamente estará lo privado. Cuando lo privado no dé más de sí, el Estado estará llamado a la creatividad. Y siempre la Iglesia se mostrará disponible con sus medios económicos, sus locales y edificios, sus fuerzas humanas…, para dar testimonio de que el amor no sólo es un sustantivo, sino que es una verdad que se traduce en hechos concretos, en testimonios de entrega, y en empresas humanas concretas, que brotan de tomarse en serio el Evangelio.
Todas las instituciones de la Iglesia, desde las diócesis, hasta las congregaciones; desde las parroquias urbanas como las rurales; las cofradías y hermandades; las delegaciones y servicios diocesanos; desde el Obispo y los curas, hasta los catequistas; desde el grupo de jóvenes de la catequesis, hasta los movimientos de cualquier tipo y especie…Todos, llamados a vivir el Evangelio. Todos llamados a volcarnos con los pobres y ofrecer (tiempo, dinero, medios…), pero sobre todo OFRECERNOS, es decir dar nuestra vida y cualidades, como la viuda del Evangelio (Lc 21,1-4), al servicio de Dios y de los hermanos más pobres. Ojalá estemos a la altura. Los pobres llamarán a nuestra puerta. Deben encontrarnos abiertos y generosos. No olvidemos que seremos examinados, en el juicio final del amor, en especial del que hayamos dado a los más pobres (Mt 25,31-46).
[1]https://www.vidanuevadigital.com/wp-content/uploads/2015/04/Iglesia_servidora_de_los_pobres_VN.pdf)