ACTUALIDAD DIOCESANA

15/04/2019

Carta del Sr. Obispo: “Nacidos de la Pascua”

El Obispo de Salamanca, Mons. Carlos López , en su carta “Nacidos de la Pascua. Espiritualidad pascual en la vida diaria” nos invita a todos los fieles de la Iglesia en Salamanca a seguir las huellas de Jesús esta Semana Santa:  “a caminar hacia el encuentro y la configuración con Cristo; a vivir sin reservas el hondo misterio de la Iglesia; a salir con corazón abierto y alegre a la misión, esperando al Señor que viene para hacerlo todo nuevo”.

Texto completo:

Nacidos de la Pascua
Espiritualidad pascual en la vida diaria

 

Desde el Miércoles de Ceniza, el tiempo de Cuaresma nos ha preparado, con la oración, la penitencia y la caridad, a la celebración del Misterio Pascual de la Pasión y Resurrección de Jesucristo, que se inaugura con la entrada en Jerusalén. Así iniciamos la Semana Santa el Domingo de Ramos acogiendo al Señor que viene a salvarnos y aclamándolo llenos de alegría: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Lc 19, 38).

La Semana Santa tiene su centro en el Triduo Pascual, que comienza el Jueves Santo con la misa vespertina de la Cena del Señor, continúa el Viernes Santo de la Pasión del Señor, llega a su culmen en la Vigilia Pascual, y termina con las Vísperas del Domingo de Resurrección. El Triduo Pascual es el centro y culmen de todo el año litúrgico, porque Jesucristo ha realizado la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su Misterio Pascual, por el cual, muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida.

Las celebraciones de la Semana Santa no son una mera evocación cultural y estética de hechos del pasado, sino memoria sacramental y litúrgica que hace presentes los misterios de la muerte y resurrección de Jesucristo, con toda su eficacia salvadora para quienes los participamos en ellos con fe viva. Las celebraciones litúrgicas son encuentros del Señor muerto y resucitado con quienes, por la fe, el bautismo y el don del Espíritu, hemos sido incorporados a su Cuerpo, a su Iglesia, y nos reunimos en su nombre para tomar parte en su muerte y resurrección, para morir con él al pecado y resucitar con él a la vida de Dios. Así somos santificados y damos culto a Dios.

La Semana Santa es, por ello, una llamada a todos los fieles de la Iglesia en Salamanca a volver a las huellas de Jesús. Jesús mismo nos muestra las huellas de su amor al Padre, en obediencia filial a su voluntad hasta la muerte; y de su amor a los hermanos como él es amado por el Padre. Y nos da el mandamiento nuevo de amarnos como él nos ha amado. Nos lleva con él a Jerusalén para participar en su cruz, en la cual llegó al extremo su amor a nosotros (Jn 13,1) y el despojo de su condición divina (Cf. Fil 2,6-11). Nos propone que le acompañemos en su oración en la última Cena (Cf. Jn 17); en Getsemaní, rostro a tierra y con sudor de sangre (Cf. Mc 14, 32-36); y en la Cruz (Cf. Lc 23, 34), para que aprendamos con él a perdonar y amar a los enemigos, y a ser siempre misericordiosos.

El Jueves Santo nos encarga seguir las huellas de su entrega por nosotros en la Eucaristía, celebrándola como memorial de su muerte y resurrección (Lc 22,19). Y se nos da como el “Pan de Vida” (Jn 6, 35); “el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Y nos da a beber la sangre de su vida divina y eterna (Cf. Jn 6, 53-55). Son el sacramento de su comunión total de vida con nosotros: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Y el sacramento de la unión de los miembros del único cuerpo de Cristo: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10, 17).

El Viernes Santo nos dice que le miremos traspasado en sus manos pies y costado; y que reconozcamos sus heridas como fuente de nuestra curación. Nos confiesa que tiene sed de nuestro amor, y nos ofrece el suyo con el agua y la sangre nacidas de su costado como manantial de vida eterna. Y espera que adoremos en su Cruz el amor del Padre, que nos entrega a su Hijo único para nuestra salvación (Cf. Jn 3,16), y su propio amor de “Buen Pastor” que “da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

En la Vigilia Pascual y la Eucaristía de Pascua nos regala la fuerza del Espíritu Santo, con la que el Padre levantó a su Hijo del sepulcro, “resucitándolo de entre los muertos” (Ef 1,20); el Espíritu que Jesús Resucitado sopla sobre nosotros, como lo hizo sobre los primeros discípulos, para el perdón de los pecados y el envío a la misión (Cf. Jn 20, 21-23).

En esta Semana Santa de la Iglesia en Salamanca, estamos llamados a tener “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12,2). Y hemos de seguir las huellas (Cf. 1 Pe 2, 21) de quien padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo: “Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas” (1 Pe 2, 23-25).
Con estos dones pascuales nos hace posible la Iglesia diocesana hacer realidad su llamada a “enamorarnos de nuevo” y a volver al “amor primero” (Ap 2, 4); y nos conduce a la alegría de vivir un renovado encuentro pascual con Jesús, en quien el Padre “nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Cf. Ef 1, 3). De este encuentro salvador con Jesucristo estamos llamados los discípulos a dar testimonio en medio del mundo. Para esta misión nos envía de forma permanente el Señor Resucitado con la fuerza de su Espíritu (Cf. Mt 28, 18-21).

Los discípulos misioneros nacemos de un encuentro pascual con el Señor y de la experiencia de la infusión del Espíritu Santo, que recibimos en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, como los primeros discípulos la recibieron el día de Pentecostés. Y renovamos la acción del Espíritu en nosotros al acercarnos a los “ríos de agua viva” (Cf. Jn 7, 37-38), a saciar la “sed de Dios, del Dios vivo” (Cf. Sal 41, 3) en las fuentes de la oración, la Palabra de Dios, los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, las grandes espiritualidades en torno a María y su esposo José, los Santos, los pobres.

Esta experiencia renovada del Espíritu nos abre los ojos para discernir su presencia en el mundo, a veces oculta y como mera semilla, para sentir el gozo de ser Pueblo de Dios y estar cerca de la gente, para experimentar la “dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Cf. EvGa 9-13) y, en consecuencia, para acompañar al Pueblo de Dios en el cultivo de la riqueza de su piedad popular, que manifiesta de forma especial su vitalidad en las procesiones de la Semana Santa. La experiencia del Espíritu nos lanza igualmente al anuncio del Evangelio y al servicio a los pobres, y nos despierta el hambre y la sed de la justicia, y la dicha en el compromiso de hacerla efectiva.

Celebramos esta Semana Santa en tiempos de grave secularización y creciente relativismo e indiferencia religiosa. “La situación actual no es fácil para la vida cristiana, pero es una ocasión de purificar nuestra fe y de vivirla en conciencia y con libertad responsable, de descubrir nuevos aspectos de la vivencia de Dios, de seguir aportando a nuestra sociedad serenidad y paz, autenticidad y profundidad, sentido y dignidad para la vida humana, en definitiva los bienes que proceden de Dios”. (Orientaciones de la Asamblea, p. 44).

Es tiempo de vivir una renovada espiritualidad pascual cristiana, manteniéndonos alegres en el desierto con lo esencial de la fe. “Precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros… En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza” (Benedicto XVI, Homilía en la Apertura del Año de la Fe. 11 de octubre de 2012).

En el profeta Habacuc encontramos un texto clave que anticipa la espiritualidad pascual cristiana y da esperanza firme a quienes vivimos en esta época de aparente falta de cosecha pastoral: “aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna…, aunque se acaban las ovejas del redil, y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador” (Hab 3,17-18). Y el texto termina diciendo: “el Señor me hace caminar por las alturas” (Hab 3,19).
En expresión de la carta a los Hebreos, “por el camino nuevo y vivo inaugurado por Él para nosotros” (Heb 10,20).

Esta celebración de la Semana Santa nos llama a los fieles de Diócesis de Salamanca a caminar hacia el encuentro y la configuración con Cristo; a vivir sin reservas el hondo misterio de la Iglesia; a salir con corazón abierto y alegre a la misión, esperando al Señor que viene para hacerlo todo nuevo. A volar alto, a caminar por las alturas; a ir a las fuentes de la fe, a las raíces de la vida cristiana; a ensanchar el horizonte pastoral y recorrer nuevas sendas, insertándose más en la sociedad. El ritmo de esta renovación lo irá marcando la acción del Espíritu Santo. Unas veces empujará como un viento impetuoso y otras se manifestará como una suave brisa o susurro casi imperceptible. Este Espíritu no violenta, ni fuerza, sino conduce, alienta, doma con suavidad, funde el témpano de hielo despacio, gota a gota, suaviza lo rígido con amor paciente, espera con tiempo. Y nosotros le invocamos: ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ayúdanos a seguir las huellas de Jesús!

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