ACTUALIDAD DIOCESANA

16/01/2021

Duelo con esperanza

Artículo del sacerdote diocesano Domingo Martín, en memoria de su compañero en el ministerio D. Jesús García Rodríguez, fallecido el 8 de enero en Salamanca

 

“Antes de que muera, no declares dichoso a nadie, porque solo en su final, se conoce al hombre” (Eclo 11,28)

La reciente partida de D. Jesús García me ofrece la oportunidad de sacar a la luz algunas de las ricas experiencias de las que he sido testigo y que con él he compartido a lo largo de estos mis 14 años en la residencia de las Hermanitas de los Pobres.

Ausente físicamente de su querida Parroquia de Jesús Obrero, comenzó un largo proceso de aprendizaje y de desenganche de su presencia entre las casas y calles de su añorado barrio de Pizarrales. Un verdadero duelo que llevaba consigo días y horas de dolor y de nostalgia, porque, como dice San Juan de la Cruz, “la dolencia de amor, no se cura sino con la presencia y la figura” (C 11).
Con los brazos abiertos de las Hermanitas de los Pobres, de los residentes y sobre todo de D. José-Román Flecha, según su propio testimonio, encontró una cálida acogida que le sirvió de medicina sanadora de sus heridas. Corría el mes de agosto de 2006.

En octubre del año siguiente me incorporé yo y experimenté igualmente un cálido recibimiento y acogida semejante al suyo y al de todos los que llaman a la puerta de las Hermanitas y que éstas llevan a cabo con toda persona que entra a formar parte de esta gran familia de Santa Juana Jugán.
Desde el primer momento me sentí amablemente integrado en ese minipresbiterio formado entonces por D. Jesús García, D. José-Román Flecha, el P. Carlos Dueñas y D. Domingo de Prada, sacerdote de la diócesis de Astorga. Ambos fallecieron poco después de mi incorporación. Los tres supervivientes, D. Jesús, D. José-Román y un servidor, hemos seguido muy unidos, tratando de vivir día a día la íntima fraternidad sacramental, a la que estamos llamados todos los sacerdotes. Dada la confianza que D. Jesús tenía en nosotros, nos comentaba continuamente sus experiencias apostólicas, con sus alegrías y con sus penas. Por eso me atrevo a relatar lo referente a lo que más directamente he compartido con él, especialmente en estos últimos años.
Con el mismo celo apostólico que se entregó en la Parroquia, se entregó desde aquí a las instituciones que le estaban encomendadas: Pastoral de la Salud, Comunidades de Fe y Luz, Asociación de Alcohólicos Rehabilitados, Residencias de ancianos, especialmente la de Jesán, en Castellanos de Villiquera.

El ritmo apostólico en favor de estos colectivos era tan exhaustivo como difícil de comprender por las autoridades diocesanas: Obispo y Vicarios a los que se dirigía con frecuencia para pedirles una mayor atención y prioridad pastoral en su favor, si él creía que no eran suficientemente atendidas.

A las Jornadas Mundiales del Enfermo, les dedicaba infinidad de desvelos, celebraciones y reuniones. Llamaba a los más expertos conocedores del mundo del dolor: Hermanos de San Juan de Dios, padres Camilos y otros sacerdotes o laicos relacionados con este tema. Ponía en movimiento a todos las parroquias y solicitaba ayuda a los más dispuestos, tanto sacerdotes como laicos. Para la mayoría, suponía un aldabonazo en favor de los más frágiles de nuestra Iglesia. La Pascua del Enfermo era recordada con tenaz insistencia, hasta conseguir que en la mayoría de las parroquias, se administrase el sacramento de la Santa Unción de los enfermos. Le alegró mucho escuchar la llamada del papa Francisco a los sacerdotes para administrar este sacramento y no descartar a los más enfermos y a los ancianos. Acogía con satisfacción y en sus homilías comentaba con gran unción las páginas evangélicas sobre la curación de los leprosos, ciegos y paralíticos. Este mundo del dolor quedó tan grabado en su corazón que daba la impresión de que a otros campos de la pastoral diocesana no les prestaba la atención debida. De hecho, tuvo que soportar algunos conflictos con otros agentes pastorales diocesanos por su insistencia en favor de estos colectivos, como si fueran los únicos a los que había que prestar esmerada atención como encargo del Señor.

Así, mantuvo su dinámica pastoral hasta que la falta de salud le impidió seguir haciéndolo. Su ingreso en la enfermería de esta casa fue para él una dura experiencia ascética que superó con la gracia del Señor. Poco a poco fue asumiendo su nueva condición y no perdió su celo apostólico ni su característico buen humor. Tras las largas horas de soledad, en los momentos de esparcimiento con el grupo más cercano les llevaba el consuelo y la alegría con las canciones charras que tanto le alegraban, como la Clara, el burro de Villarino y otras por el estilo. Así logró un clima de paz, de sosiego y de alegría compartida.

El teléfono también le abría el campo de sus muchas relaciones con los que llamaba sus “colegas” de Salamanca y de otras diócesis de España. A D. José-Román y a mí nos contaba sus “batallitas” y comentaba las noticias que leía en las revistas.

El agravamiento de sus dolencias fue disminuyendo su actividad, pero no era impedimento para la intensidad de su vida espiritual y sus largas horas de oración en la capilla. Con la mochila en su silla de ruedas y con el misal y la Liturgia de las Horas se acercaba con mucha antelación a las celebraciones litúrgicas y a otros muchos actos de piedad como el Rosario, Novenas y Exposición del Santísimo. La concelebración de la Eucaristía era para él la fuente y el culmen de toda su vida. Le iba siendo difícil manejar el breviario sobre todo cuando las antífonas estaban en páginas distintas de los salmos correspondientes, pero quiso ser fiel hasta el día anterior a su ingreso en el hospital, víspera de su muerte. Todo un ejemplo de fidelidad a sus compromisos sacerdotales.

Foto: Óscar García

Según los coloquios que una vez al mes teníamos él y yo, para celebrar el Sacramento de la Penitencia que mutuamente recibíamos, estaba viviendo, con la naturalidad de los sencillos de corazón, de los santos de la puerta de al lado, tres preciosas experiencias: una evangélica, otra litúrgica y la otra mística.

La evangélica, alimentada por el texto de Jn 21,18. “Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras ir”.

Otra litúrgica, tomada de un himno del Breviario que con mucha frecuencia repetía: “Que cuando llegue el dolor, que yo sé que llegará, no se me enturbie el amor, ni se me nuble la paz. Sostén ahora mi fe, pues, cuando llegue a tu hogar, con mis ojos te veré y mi llanto cesará”.

Y la mística, inspirada por San Juan de la Cruz: “Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio; ya no guardo ganado , ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Cántico 28).

Con la firme esperanza de que la misericordia del Buen Pastor haya acogido a nuestro querido D. Jesús entre los bienaventurados, seguimos confiando en la poderosa protección de San José en este año jubilar que el Papa Francisco ha querido regalarnos para intensificar la devoción y el conocimiento de este Santo tan querido e invocado en todas las casas de las Hermanitas de los Pobres.

Fdo.: Domingo Martín Vicente.

 

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