04/12/2018
En la Catedral Nueva de Salamanca podemos contemplar la impresionante escultura del “Profeta” de Pablo Gargallo, una de las siete que realizó en bronce en 1933. La que aquí se expone procede del museo dedicado al artista en Zaragoza. Gracias a la magnífica muestra conmemorativa de los veinticinco años de Edades del Hombre en nuestras catedrales, nos permite situarnos en el Adviento, tiempo en el que los profetas, servidores de la Palabra de Dios, no nos dejan indiferentes, sino que nos despiertan y preparan para recibir a Cristo, que vino, que viene y que vendrá.
Pablo Gargallo es un escultor aragonés que pasó su juventud en Barcelona, en contacto con el modernismo, pero después se estableció en París, donde tuvo gran amistad con Picasso y otros artistas. Por eso, aunque su estilo es muy personal, sin embargo, se aprecia en su obra la descomposición geométrica de la realidad del cubismo y la fuerza emocional del expresionismo. En el Profeta nos sorprende la manera novedosa que tuvo Gargallo de dar forma al cuerpo, ya que lo trabaja de dentro a fuera. El elemento plástico fundamental es el vacío y la luz, consiguiendo un volumen en tensión de líneas rectas y curvas. La docilidad del bronce permite crear formas convexas, que dejan entrar a la luz suavemente, y cóncavas, que la reflejan. El resultado es un equilibrio entre las zonas cóncavas y convexas. Los vacíos permiten entrar al aire, dotando de unidad y vida al personaje.
Sin duda que la cabeza es donde se concentra la fuerza del Profeta, con los vacíos de la boca y del lado izquierdo de la cara, podemos “ver” un grito. Las influencias de expresionista Edvard Munch con su obra “El grito”, pintura realizada en 1893, son trasladados años después a lo escultórico por Gargallo. Nos damos cuenta que el Profeta es un servidor de la palabra, es tan solo la voz, pues no grita desde él, sino que su vacío se convierte en una caja de resonancia, desde donde resuena con potencia la Palabra de Dios, que es recibida al principio como “el susurro de una brisa suave” (1 Re 19, 13): “El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo: voy a poner mis palabras en tu boca” (Jr 1, 9). Deducimos quién es y cuál es el mensaje, porque le identificamos claramente como Juan el Bautista, debido a su vestimenta esquemática de piel de camello: “Juan iba vestido de piel de camello… una voz grita en el desierto: -Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos” (Mc 1, 6. 3).
Si el grito del Profeta, que es la Palabra de Dios, pretende despertar a la gente, adormecida por el bienestar o el miedo, los gestos expresivos de sus brazos y manos infunden ánimo y esperanza al Pueblo de Dios, pues invitan a levantarse y a caminar: “Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc 21, 28). Así, el Bautista levanta con firmeza su brazo derecho, denunciando y queriendo detener la injusticia, la mentira y la opresión de todos los tiempos, que en los de Gargallo era el nazismo: “Ya toca el haza la raíz de los árboles, y todo el que no dé buen fruto será talado y echado al fuego” (Lc. 3, 9). Al gesto de la denuncia del profeta se le añade el del cayado, que empuña hacia adelante con su mano izquierda, anunciando el nuevo camino que va a comenzar con Jesús: “En medio de vosotros hay no que no conocéis, el que viene detrás de mí… Y fijándose en Jesús que pasaba dice: -Este es el Cordero de Dios- (Jn 1, 26. 35). El Profeta de Gargallo es un hombre lleno de entusiasmo por su misión de ser el precursor del Mesías, como se desprende de su efusividad, pero sus macizos pies están sólidamente aferrados al suelo, porque su servicio a la verdad le llevará al martirio, anticipando de esta manera el camino de la encarnación y la entrega de Jesús.