17/05/2024
Aquellas lenguas, como llamaradas, que se posaban encima de cada uno de ellos, de aquellos que estaban todos juntos en el mismo lugar, preludian al Espíritu Santo del que se llenaron, que les concedió manifestarse de modo que cada uno les oía hablar en su propia lengua.
La lengua universal de la Palabra de Dios une esta fiesta que hoy celebramos con la noche santa de la Resurrección de Cristo, y así se refleja en los textos de las respectivas misas de vigilia, la Pascual y la de Pentecostés.
Han pasado cincuenta días desde que escuchamos el relato de la Creación y anoche nos fijamos en Babel, donde los hombres desafiaron a Dios y fueron confundidos y dispersados.
Cincuenta días desde que nos sobrecogimos con la subida de Abraham al monte Moria con su hijo Isaac y nos admiramos ante el paso liberador del Mar Rojo, y anoche contemplamos a Dios como el Señor de la alianza en la montaña del Sinaí.
Cincuenta días desde que fueron proclamadas la paz y la justicia, la sabiduría y la ley, en las profecías de Isaías y Baruc, y anoche Joel anunciaba que será derramado sobre todos el Espíritu Santo.
Cincuenta días desde que supimos por el profeta Ezequiel que Dios nos promete un corazón de carne y la efusión de su Espíritu, y anoche volvió a decirnos que por la fuerza del Espíritu resucitaremos.
En nuestra propia lengua recibimos la promesa de Jesucristo de que enviará a Quien nos defiende, a Quien nos consuela. En nuestra propia lengua compartimos con todos esta misma verdad que sostiene la misión de la Iglesia, en su diversa unidad, donde confluye la multiplicidad de carismas.
Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.