12/04/2020
El pasado Viernes Santo el Vía Crucis de Genaro de No, que se encuentra en la capilla del Hospital Clínico Universitario de Salamanca, nos ayudó a contemplar, por medio de la belleza nacida de su reflexión y sus pinceles, el misterio del dolor de la cruz del Señor, que está presente en los enfermos y en el servicio de este centro todos los días del año. Sin embargo, como ya anticipaba, el pintor quiso introducir una estación más, la decimoquinta, en la que representó a Cristo resucitado, pues, según el mismo dijo: “Ningún Vía Crucis termina con la resurrección de Cristo, pero yo lo terminé así. Para mí la Pasión no tenía sentido sin la Resurrección”.
Para el Domingo de Resurrección, el día más importante y central del año litúrgico, vamos a detenernos en la majestuosa imagen del Resucitado con la que concluyó su Vía Crucis Genaro de No. En Él vemos la respuesta del Padre frente a la muerte y lo que da sentido a tanto sufrimiento, el que pasó el Viernes Santo camino del Gólgota. El evangelista Mateo, precisamente el que corresponde a este ciclo litúrgico, y que se proclama en la Vigilia Pascual, fue el que inspiró la representación de esta figura: “Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y vestido de blanco como la nieve, los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: -Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis… De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:- Alegraos. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28, 5-7. 9-10).
Para interpretar correctamente la imagen de este Resucitado de Genaro de No, hay que concebirlo no aisladamente sino formando parte del mural de su Vía Crucis, que está enmarcado a los lados por dos figuras contrapuestas de Cristo, representadas al principio y al final sobre las paredes laterales, puestas intencionadamente frente a frente y unidas por la gran cruz: el Siervo condenado a muerte y el Señor levantado a la vida. El Siervo se hunde en la tierra, herida por el pecado y la muerte, hasta convertirse en aquella prolongada cruz hecha camino de descenso, que es enterrada finalmente en el oscuro sepulcro tras la muerte. Por el contrario, la figura del Señor resucitado rompe las piedras del sepulcro, aquellas que retenían su cuerpo en la corrupción de la muerte, para salir vivo y victorioso, elevado hacia lo alto por el Padre con la fuerza del Espíritu: “Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre…” (Flp 2, 9-10); “Esta es la noche en que Cristo, rompiendo las ataduras de la muerte, se levanta victorioso del sepulcro” (Pregón Pascual).
El Siervo viste con una túnica de color blanco, porque era el cordero inocente que carga con la culpa de la humanidad. Pero, esta imagen del Siervo no estaría completa, ni tendría sentido, sin esta otra: desde la oscuridad última de la muerte, vemos a Jesús investido de Señor por Dios Padre, recibiendo la gloria de su luz inmortal: “Jesucristo en Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 11). Por eso, sus vestidos tienen luz, son blancos para guiar y sacar a toda la humanidad de la noche del pecado y la muerte: “¡Luz de Cristo! ¡Demos gracias a Dios!”. Anteriormente vimos como el cuerpo del Siervo desaparecía y se convertía en la cruz horizontal de este Vía Crucis, ahora la cruz es vertical, se convierte y pasa a ser un Vía Lucis en el cuerpo totalmente visible del Señor resucitado. Los vestidos del Resucitado cubren su cuerpo con una túnica blanca que tiene la forma de una cruz ascensional, que ha dejado de ser locura y debilidad para ser sabiduría y fuerza de Dios: “nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados… un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 23-24).
El Via Crucis de Genaro de No es el camino de la búsqueda del Hijo de Dios, sin embargo, el dolor y la muerte que le rodean nos ha impedido verle al completo. El consuelo del Siervo, que comparte todo el sufrimiento de la humanidad, no es suficiente, se necesita también la esperanza de la vida nueva que transcienda el dolor y la muerte. Es la experiencia que viven, sobre todo, los enfermos y los que les rodean con su servicio en el hospital. Ven solo su cuerpo herido y su cruz, que oculta su rostro, sus manos y sus pies, es decir, su persona, su Evangelio y su camino. Gracias a la decimoquinta estación, la del Resucitado, el artista sabe que ya puede mostrar a Jesús al completo, para que podamos verle al fin y creamos: “…vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 8-9).
Cada una de las catorce estaciones, que habíamos orado en el Vía Crucis del Viernes Santo, llenas de dolor, cruz y muerte, son contempladas y vividas con ojos nuevos gracias a la luz del Resucitado: “Tu luz, Señor, nos hace ver la luz” (Salmo 35, 10). Genaro de No invita con su obra a que el que está pasando el doloroso Vía Crucis en este hospital, no huya ni busque en esta capilla una fe tranquilizante, sino que lo convierta en un Vía Lucis desde su encuentro con el Resucitado en Galilea, que es dónde transcurren los gozos, las esperanzas y el sufrimiento de la humanidad. Solo junto a Él, del dolor puede nacer la alegría verdadera, de la cruz el camino y de la muerte la vida.
Este año de desgracia y de gracia, atravesados por tanto dolor, tanta cruz y tanta muerte, no solo en el hospital sino en nuestras calles y casas, no debemos buscar la salida en las evasiones y la hibernación del hogar, somos invitados a poner los ojos en el Crucificado, que ha resucitado, y creer en Él.
¡Feliz Pascua de Resurrección 2020!