ACTUALIDAD DIOCESANA

01/11/2020

Hijas de la parroquia

Las Hijas de la Caridad de Sotoserrano se despiden tras 44 años al servicio de los más necesitados en los pueblos de la Sierra de Francia.

 

El anuncio de la marcha de las Hijas de la Caridad de la parroquia de Sotoserrano, entregadas  al servicio caritativo y pastoral extendido a toda la Sierra de Francia, nos hace recordar la grandeza del Señor y su presencia resucitada y resucitadora en medio de su Iglesia y el mundo entero. Decía un hermano muy querido nuestro, que cada mañana, al amanecer, leía y oraba el Pregón Pascual, y esto le hacía disponerse a vivir la jornada colgado de su victoria y bondad, viniera lo que viniera. Esta esperanza es la que nos sostiene porque vivimos permanentemente en la mañana de Pascua, y suceda lo que suceda, pase lo que pase, “nadie nos apartará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8,39). También la Sierra, tan querida, seguirá envuelta en un amor permanente y fiel del Señor.

Las religiosas reunidas con el obispo, los vicarios episcopales y los sacerdotes dle arciprsetazgo Virgen Peña de Francia en 2015

Pero sentimos dolor, y esto también es pascual, por su marcha. Todo nació de querer “volver a las huellas de Jesús”, cuando un grupo de Hijas de la Caridad quisieron pisarlas “”recorriendo los pueblos y aldeas…, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y dolencia” (Mt 9,35). Y para eso querían llevar en sus ojos la mirada de Jesús, pues los pueblos del mundo rural, y de la Sierra en particular, están “vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). Pero sobre todo llevaban en su corazón “la compasión” del Pastor (Mt 9,36) que al “ver a la gente” se compadecía de ella y les servía hasta dar su vida.

Y todo, también, nació cuando leyendo el Concilio Vaticano II, en los años 70 del siglo pasado, resonó en los oídos de las Hijas de la Caridad la llamada que éste hizo a la vida consagrada de renovarse en un “retorno incesante a las fuentes de toda vida cristiana y la inspiración originaria de los institutos”, y para ello volver “al espíritu de los fundadores”. No es otra cosa que tener “como norma definitiva de la vida religiosa el seguimiento de Jesucristo tal como propone el Evangelio” (Decreto Conciliar Perfectae Caritatis, 2).

¿No han sido estos años una salida continuada como la que hizo San Vicente de Paúl al acabar la Eucaristía del domingo, marchando él y la comunidad a las casas de los pobres? ¡Qué alegría produjo en toda la Sierra la presencia de las Hijas de la Caridad! ¡Cuántos pobres sonrieron y sintieron, y han sentido, a lo largo de estos años, la caricia de la misericordia, caridad y ternura del Señor por medio del servicio y entrega de tantas hermanas!. “El amor de Cristo nos apremia, nos urge” (2Cor 5,14). Era pisar las huellas de Jesús y dejarse llevar por el Pentecostés del Concilio.

Casa de las Hijas de la Caridad en Sotoserrano donde aún residen.

Pero al llegar a la Sierra estaba puesta ya la Mesa de la Cena del Señor. Ya había unos pastores, y unos fieles laicos por aquellos valles y aldeas. Y en torno a la Mesa puesta, renovada con el Pan de Vida y el Cáliz de salvación cada domingo, han vivido muchas hermanas como “hijas de la Parroquia”, junto a los sacerdotes y laicos, en una admirable unidad de amor. Así han corporeizando la eclesiología de comunión diseñada por el Concilio, donde sacerdotes, laicos y vida consagrada, juntos, como en las primeras comunidades (Act 2,42-47; 4,32-35), acogían, compartían y servían el amor de Jesús. Este “gesto de comunión” tan hermoso iluminaba al Arciprestazgo, a la Diócesis, y a muchos hermanos y hermanas de la Iglesia entera. ¡Gracias!

Ellas han realizado su carisma de servicio a los últimos con total generosidad. Primero en una Sierra poblada de pobres (enfermos, gente viviendo en soledad, cabreros, discapacitados, ancianos, enfermos mentales,  personas sin saber leer ni escribir,…), donde la sola presencia, el servicio callado, el gesto sencillo de amor y la sonrisa amable llenaban de alegría a los más pequeños; pero también en una promoción de la mujer del campo con múltiples iniciativas; y en el servicio sanitario que humanizaba la sanidad con la profesionalidad y la ternura; en el campo de la cultura, en clases de alfabetización y promoción de los saberes escolares y culturales. Han sido “fermento y alma” de un servicio social desde el Evangelio, y una siembra en la historia de la Sierra de gestos de bienaventuranzas con perfume evangélico que proclamaban la llegada y presencia del Reino de Dios. ¡Gracias.!

Las gentes de la Sierra han percibido esta generosa entrega y las han querido y valorado entrañablemente. Nos consta cómo han compartido con ellas los secretos de su corazón, las alegrías de sus vidas, las tristezas y lágrimas de su camino, haciendo realidad el comienzo de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.  Y también, claro está, han compartido con ellas generosamente los bienes que aquella tierra, “que mana leche y miel”, produce. Han sido muy queridas, lo son y lo serán. Hemos escuchado a muchas hermanas decir que han recibido más de todos esos hombres y mujeres que lo que ellas les hayan podido dar. Y han sido evangelizadas por los pobres, por su fe humilde y profunda, por su forma de vida, por su trabajo, por su lucha y el amor a los hijos, y al ver cómo acogían el Evangelio y cómo se ponían en pie para servirse y amarse unos a otros.  Porque realmente ellos, como decía San Vicente de Pal, son “sus amos y señores”.

El medio rural de la Diócesis de Salamanca ha tenido la suerte de contar con la luz  y el gozo de este carisma sembrado en Peñaranda de Bracamonte, Macotera, Alba de Tormes, Vitigudino, El Cubo de D. Sancho, El Cabaco, Garcibuey, Herguijuela de la Sierra y Sotoserrano. Es una semilla abundante, al estilo del Sembrador “derrochón” (Mc 4,3-9), que queda sembrada y con toda seguridad ya hemos visto sus frutos, además de otros que se cosecharán en el futuro y que misteriosamente el Señor nos irá desvelando. A Él dejamos la recogida de la cosecha, cuando Él quiera y como Él quiera.

Convivencia fraternal del arciprestazgo celebrada en el año 2014

 

En este camino, iniciado allá por el año 1976, son muchos los cambios que se han dado y que son señales también del Amor de Jesús y su paso entre nosotros. El medio rural ha cambiado de manera increíble en estos años. La despoblación y el envejecimiento; la aparición de una cultura menos solidaria, más individualista, hace irreconocible actualmente la faz de los pueblos. Los servicios sociales y de promoción cultural, la infraestructura sanitaria y laboral, han pasado a manos de un Estado social cada vez más amplio y ampliado… Hoy, Ayuntamientos, Diputaciones, Comunidades autónomas y Gobierno de la nación han tejido una red de asistencias y cuidados que generan puestos de trabajo y extienden los servicios sociales. Nos alegramos enormemente  de ello y deseamos que prosigan en esa tarea hasta conseguir que los “servicios sociales” pasen a ser ¡derechos sociales! para todos y de manera preferencial para los más pobres y excluidos. Sin olvidar a los pobres del Sur.

También el momento eclesial es distinto. El descenso de vocaciones, el envejecimiento de los agentes de pastoral (sacerdotes, laicos y hermanos y hermanas de vida consagrada) es grande. Como pocas veces en la historia moderna. No vemos relevo. Además, estamos en una cultura poco permeable al Evangelio, con pocas respuestas de fe en niños, jóvenes y familias jóvenes. Hemos de evangelizar a una humanidad autónoma y gigante y esta es una oportunidad única para buscar un encuentro entre la gracia de la fe y la libertad preciosa del hombre de nuestros días. La misma extensión del Estado del Bienestar nos está demandando caminos nuevos para seguir sirviendo el amor de Jesús, en gratuidad y fidelidad al Evangelio. Tenemos que reconocerlo, nos sentimos desbordados y no pocas veces tristes y desesperanzados.

Presentación de la campaña del DOMUND en el arcipreztago Virgen Peña de Francia.

Junto a esto, no acabamos de vivir plenamente la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II, alentada en estos momentos por el Papa Francisco como camino de sinodalidad en la Iglesia. Hemos de escucharnos más, dialogar más, contar con los otros más. Acoger y amar los carismas de los otros tanto o más que el nuestro. Esto lo impide, no con poca frecuencia, el clericalismo, el aislamiento carismático, la desconfianza mutua, la poca valoración de las personas y dones espirituales y pastorales. Hemos de ponernos todos bajo el perdón de Jesús y suplicarlo como mendigos para sanar nuestro corazón, vida y misión.

Dice el libro del Eclesiastés (3,1-8) que en la vida hay tiempo para todo. Hace unas décadas era “el tiempo de abrir casas”, hoy es “el tiempo de cerrarlas”. Pero en éste, que también es “tiempo del Señor”, nada debe impedirnos buscar creativamente qué quiere Él de nosotros para esta hora. Todos, los grandes santos que hemos conocido, los teólogos, los Papas, los pastoralistas…, y también la gente humilde, los “pobres del Señor” -“porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (Evangelii gaudium, 31)-, aquellos a los que el Señor le regala “los secretos del Reino”, nos señalan que es necesario volver a las fuentes de la fe: un amor apasionado a Jesús, un amor apasionado a la Iglesia, y un amor apasionado al hombre de hoy, sobre todo a los pobres, a los caídos y excluidos de la tierra.

Queda una pregunta en nuestro corazón: ¿No será este también el tiempo de “darse por entero” en una entrega gratuita hasta el fin? El mismo hermano tan querido nuestro al que aludíamos al principio, decía que este es el instante de no solo “darse para ser-se, sino el de darse para perder-se”. Es verdad que por todo lo dicho anteriormente, la tarea de  las Hijas de la Caridad, en estos últimos años, ha sido principalmente “estar” entre las gentes de la Sierra y darse por entero en amor cercano y sencillo. Y que ahora ya no son muchas las “cosas que hay que hacer” en estos rincones. ¡Pero es tanta la soledad que hay que llenar y acompañar de amor silencioso y gratuito…! ¿No podría seguir siendo ésta la misión de la Caridad hoy en nuestros pueblos, darse en gratuidad y morir con ellos, viviendo como “hijas de la Parroquia” en comunidades rurales que ven disminuida la pastoral presencial de la Iglesia porque las parroquias pasan a ser “llevadas” desde  una atención a distancia?

Estos años de las Hijas de la Caridad en la Sierra de Francia han sido un florecilla, como las que pueblan de hermosura esa bella tierra, que ha provocado una caricia y una sonrisa de Dios para los más pobres. Sembrada está. Nada se pierde. Todo se manifestará.  ¡Gracias!

Fdo.: José Vicente Gómez y Tomás Durán, párrocos de la Sagrada Familia y Santísima Trinidad, en Salamanca.

29 octubre 2020

 

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