ACTUALIDAD DIOCESANA

03/10/2021

Juan Díez Miguel, un hombre bueno

Sencillo, íntegro, sensible, fuerte e ingenioso, son los calificativos empleados por el presbítero José Manuel Hernández para definir la personalidad de su amigo sacerdote Juan Díez, fallecido el pasado 29 de septiembre, y a quien trae a la memoria en este artículo.

 

“Yo te alabo, Padre, porque has dado a conocer estas cosas a los humildes y sencillos” (Mt 11,25)

 

A una persona se la puede presentar por su currículo: estudios, títulos conseguidos, responsabilidades encomendadas, cargos que ha tenido… Esa información sobre lo que ha hecho, sería como su “expediente”, pero no nos permite conocer su verdadera identidad. Nos deja sin respuesta ante la pregunta más importante: “y esa persona ¿cómo era?” Sólo cuando se pueda responder a esta pregunta, por una relación cercana e íntima con ella, es cuando se puede decir que hemos llegado a conocerla.

En el caso de Juan, los medios de comunicación diocesanos, al dar noticia de su defunción, dieron una información detallada de su currículo pastoral diocesano. En él yo eché en falta una palabra sobre su identidad. Desde el trato muy cercano que tuve con él desde el Seminario hasta los años posteriores a la jubilación, me atrevo a presentar unas pinceladas de su personalidad.

De entrada, me viene a la memoria el pasaje del cuarto evangelio que describe el encuentro de Jesús y Natanael. Jesús ve que viene hacia él de la mano de Felipe y hace esta presentación: “He aquí un hombre íntegro, en el que no hay doblez alguna “ (Jn 1,47). Algo así le habrá dicho el Señor también a nuestro querido Juan, cuando, después de una espera amorosa de más de ochenta años, probablemente de la mano de Fructuoso, haya llegado a su presencia. Y si alguien me pidiese elegir el adjetivo que mejor resumiera la identidad profunda de don Juan (“Juanito” para los que le tratamos más) creo que no hay ninguno más apropiado que éste: Juan era un “hombre bueno”.

Y, elegí otros cinco adjetivos que aclaran y concretan la afirmación anterior:

1. Juan era una persona “sencilla”. Bondadoso y humilde. Nunca ocupaba primeros puestos. Accesible y cercano para todos. Siempre dispuesto a ayudar, pero de forma discreta, sin aparecer. Hombre de pocas palabras, pero dignas de ser tenidas en cuenta porque le salían del corazón; sobre todo en sus homilías, nunca improvisadas, casi siempre escritas a mano y en un trozo de papel cualquiera.

2. Juan fue un hombre “íntegro”. Honesto, coherente y fiel. No soportaba la actitud de los prepotentes que abusando de su poder, cometían toda clase de injusticias. Y no se callaba. Por mantener esta actitud tuvo que pagar un alto precio. Los abusos que denunció en alguna de las Fundaciones a las que pertenecía le supuso serios quebrantos en su salud.

3. Juan era una persona “sensible”. Sobre todo ante el dolor de los demás. Su atención a los enfermos, en la parroquia y luego en el hospital de la Trinidad, era exquisita. Asumía calladamente los dolores que sufría en la última etapa de su vida. Nunca le escuché una queja, aunque tenía sobrados motivos para ello. Pero lo que le afectaba hasta las lágrimas (fui testigo de ellas más de una vez) era la impotencia de los débiles para defenderse de los atropellos e injusticias de los poderosos.

4. Juan fue un hombre “fuerte”. Capaz de plantarle cara a un “pidepelas” que encapuchado y navaja en mano lo abordó en el despacho parroquial. Pero, sobre todo tenía una admirable fortaleza interior, fruto de su fe y de su madurez espiritual. Recientemente dejó constancia de esa fortaleza al encajar las muertes de tres hermanos, acontecidas en fechas distintas en el breve espacio de dos meses.

5. Juan era “ingenioso”. Lo acreditaba en su habilidad para resolver cualquier atasco. Era un “manitas”, para preparar cada año un belén diferente en la parroquia o encontrar solución para cualquier problema en Jucayba. Por otra parte, tenía un fino sentido del humor. En los fuegos de campamento sacaba esa chispa que tenía, o en medio de una reunión ponía chispazos con estos “¡Ay Dios mío, qué será esto mío”, o “No era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano”…

Así era Juan…

Y Dios le habrá recibido, como Jesús describe en la parábola de los talentos:

“El amo llamó a sus criados y les encomendó su hacienda…. Cuando llegó el que había recibido dos talentos el amo le dijo: bien, criado bueno y fiel, como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho. Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,23)

 

 Fdo.:   José Manuel Hernández, amigos y compañeros

 

Celebración de los 50 años de Jucayba, en 2013.
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