10/09/2023
TOMÁS GONZÁLEZ BLÁZQUEZ
“No endurezcáis vuestro corazón”.
La respuesta al salmo de este domingo nos invita a prepararnos para acoger lo que Jesús nos regala en el Evangelio. A veces sus enseñanzas, expuestas en parábolas, nos dejan pensando en cómo traducirlas a nuestras realidades particulares y cotidianas. Hoy, sin embargo, ese trabajo nos lo da hecho.
Es fácil imaginar la situación, aunque resulte difícil asumirla muchas veces. Que un hermano peque contra mí. O que yo haya pecado contra un hermano. ¿Entonces, cómo hacer?
Los caminos del mundo pasan hoy por la denuncia, por la indignación, por el señalamiento público, por el comunicado de condena.
Cristo nos manda a la soledad, a la intimidad, a la prudente justicia y la humilde caridad de la corrección fraterna que no se oculta a Dios que ve en lo escondido, que es el testigo siempre presente y único juez misericordioso.
En estos tiempos en que la transparencia es tan reivindicada, a menudo más de boquilla que otra cosa, cuesta aceptar que algo tan doloroso como una ofensa y algo tan prioritario como la salvación de un pecador puedan resolverse en el encuentro discreto de una persona con otra.
La comunidad, es decir, la Iglesia, a la que se alude en los siguientes versículos, tiene su papel en la reconciliación, en la oración, en el misterio de la presencia de Dios que actúa en nuestras vidas, pero todo nace en ese mínimo encuentro de dos que se reúnen para rezar, con obras además de con palabras, aquello de “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Perdón y corrección fraterna, dos enseñanzas de Cristo que resultan hoy tan políticamente incorrectas porque hemos dejado, entre todos, que al mundo se le endurezca el corazón. Sin embargo, la voz del Señor sigue viva y nos pide que seamos los centinelas que la hagamos audible aquí y ahora.
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