ACTUALIDAD DIOCESANA

17/09/2019

La Diócesis de Salamanca abraza la Cruz de Lampedusa

La acogida de este símbolo de la inmigración tuvo lugar en La Purísima como inicio de la XII Semana de Pastoral

La Cruz de Lampedusa, hecha con madera de pateras que han naufragado en esa isla italina, recibió ayer el calor de la comunidad diocesana de Salamanca. El gesto fue más allá de abrazarla o besarla a su paso, sirvió de reflexión sobre el drama de la inmigración a través de una celebración organizada por la Unidad Pastoral Centro Histórico.

Al entrar al templo de La Purísima, en el altar, se podía leer la palabra ‘patera’ y mediante la interacción de seis personas pasó a convertirse en otra denominación con las mismas  sílabas: ‘Párate’. Al hilo de su significado se recordó el origen de la Cruz que ha sido acogida por la Diócesis de Salamanca durante las próximas semanas (hasta el 5 de octubre). “En lo que va de año son más de 900 personas fallecidas o desaparecidas en el mar, es difícil saberlo, ninguna de ellas figuraba en una lista de pasajeros”, apuntaban desde el ambón.

Además, recordaron que el mar Mediterráneo, “se ha convertido en el mayor cementerio del mundo, una gran fosa de muertos y olvidados”, en concreto, “cientos de vidas anónimas que viven la doble tragedia de morir en soledad y ser olvidados”.

Música, imágenes y luz

Junto a los textos y a un juego mimado de luces, también se escenificó el drama de la inmigración a través de la proyección de imágenes que resumían la realidad actual, acompañado de música en directo de instrumentos de cuerda, con piezas adaptadas como la de Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat o la Cantata 147, de J. S. Bach, entre otras, así como el coro de Tejares y piano.

La segunda parte de la celebración se centró en la acogida de la Cruz, y el momento de colocación en el altar desde el fondo de la iglesia en manos de personas que un día vivieron la inmigración en primera persona. Después, el obispo de la diócesis, Carlos López, realizó una oración colectiva: “Pidamos a nuestro Dios que aprendamos a cargar nuestra cruz con su Hijo…”. Y tras evocar varias lecturas del Evangelio, uniéndolas a esa realidad, el prelado realizó una monición al Padre Nuestro, donde apuntó que el drama de la inmigración “está provocado por muchos factores: por la insuficiente ayuda al desarrollo de los países más ricos, ayuda tal vez insifuciente porque las personas, los ciudadanos de estos países , y las entidades globalmente no tienen la solidaridad, la generosidad del compartir, aceptando posibles limitaciones de su bienestar para que otros participen de ella”.

Además, habló en este sentido de las mafias, “de los grupos que explotan la miseria o la pobreza de las personas, en su mayoría jóvenes, a veces mujeres con sus hijos, a los que embarcan en las pateras sin ninguna seguridad para llevarlos a una muerte, muy probable, a veces segura”. Y alentó a los allí presentes para que sientan en sus propias carnes, “el sufrimiento de nuetros hermanos y en la medida de nuestra posible influencia en la seguridad social, hacer valer los criterios evangélicos que han tenido su reflejo en la doctrina social de la Iglesia, y que tantas veces son desconocidos en el doble sentido, porque no los conocemos y porque no los respetamos”. Al respecto, pide que el Señor “nos haga capaces de conocer su voluntad, de ponerla a prueba para que de esta manera todos podamos contribuir a crear circunstancias que hagan posible dar de comer a todos los hambrientos que vienen a nuestros países a encontrar el pan que en su países no encuentran”.

Bendición final

Antes de finalizar el acto, la Cruz de Lampedusa volvió al fondo de la Igleisa, junto al dintel de la puerta para que al salir por el pasillo central, cada uno de los asistentes pudiese realizar el gesto que creyese oportuno ante ella. En silencio, uno a uno fueron arrodillándose, besando su madera, tocándola o abrazándola, con la música de la Lista de Schindler de fondo, con el máximo respeto. La bendición final del obispo tuvo lugar en la calle, junto a la Cruz, en la plaza de las Agustinas, donde se formó una cruz de velas encendidas en el suelo.

 

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