12/11/2021
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
La labor pastoral de Domingo Guerra y Alberto Hernández gira en torno a un volcán que lleva 54 días arrasando con casas, negocios y terrenos, pero no con la esperanza de los palmeros que quieren salir adelante en medio de la adversidad. Estos dos sacerdotes de La Palma relatan para la Diócesis de Salamanca lo vivido en la isla desde la erupción, las lecciones aprendidas y los pasos que han tenido que dar para estar siempre al lado de sus feligreses.
Este domingo, con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, las colectas de las parroquias y de la Catedral se destinará, a los afectados del volcán de La Palma, a una realidad que narran como nadie estos dos sacerdotes palmeros.
Guerra tiene 79 años y esta es la tercera vez que vive una erupción volcánica en la isla. La primera fue con siete años, en 1949, “una experiencia difícil”; o la de 1971, del Teneguía, que como recuerda, “era un espectáculo maravilloso”. Pero ninguno de los dos es comparable con la situación actual, como narra: “Empezó a hacer daño desde la primera noche, a comerse casas y a eliminar poblados, y cada día nos sorprende negativamente”.
Este sacerdote menciona algunas de las urbanizaciones que han desaparecido, como la de Las Manchas, Todoque o La Laguna, “más de mil viviendas, con todas sus consecuencias”. Estos 54 días van pesando, como admite Guerra, “estamos cansados, pero seguimos luchando”. De todo lo que está viviendo como pastor de la Iglesia en La Palma quiere destacar tres palabras.
Por un lado, la fortaleza, “para asumir la realidad”, así como la constancia, “para saber que esto va para largo”. Y, por último, la esperanza, “de que esto lo superaremos”. Domingo Guerra habla de la respuesta de la Iglesia, “que está acogiendo a mucha gente en sus diferentes recursos, como una antigua escuela de Dominicas, o en las casas parroquiales que están libres en la isla”.
Este presbítero también resalta la labor de Cáritas, “que apoya a las familias para su día a día, como el pago de alquiler, porque el problema es que no hay viviendas en la isla para tanta gente que se ha quedado sin casa”.
Domingo es consciente que la situación es muy dura de afrontar, “pero gracias a Dios que nos va dando mucha fortaleza para estar ahí dando el callo lo más posible”. Pero se queda con un dato: “En 54 días no ha habido ni una sola muerte, ni un herido a causa del volcán, y eso se debe en gran parte a la previsión de los vulcanólogos, y a la labor de la Guardia Civil y la Policía”.
Una de sus parroquias, la de la Sagrada Familia, se ha convertido en el epicentro para los medios de comunicación que siguen la evolución del volcán, “la iglesia está abierta para ellos las 24 horas del día, para lo que necesiten de sus dependencias”. En su interior permanece el Santísimo, porque como apunta, “creo que el Señor quiere estar también en las realidades humanas”.
Este sacerdote cree que de estas situaciones se aprende, “y este volcán ha sacado muchas cosas positivas del ser humano, como la solidaridad, la acogida, la empatía o la cercanía”. Domingo relata que su templo permanece abierto las 24 horas desde hace 54 días, “sin lamentar ninguna incidencia”. Cada noche, en la plaza de la iglesia se congregan cientos de personas para ver el volcán, “y permanecen en silencio, es sobrecogedor”.
Alberto Hernández, de 40 años, es párroco de San Pío XII, en Todoque; San Isidro, de La Laguna; San Nicolás, de La Mancha, y El Carmen, de Puerto Naos. El primero de los templos fue arrasado por la lava junto al corazón de este núcleo palmero, y el segundo está emplazado a tan solo diez metros de una colada. “Los otros dos están en zonas de exclusión y rodeados de ceniza”, como describe este sacerdote.
Tampoco vive en la casa parroquial, de la que también fue desalojado, junto a una familia que había acogido de Puerto Naos, “pero vivimos todos en la casa del compañero de Tazacorte”. Ante la imposibilidad de utilizar sus templos, realiza las celebraciones en una capilla de la Virgen de Fátima, “donde reunimos a la comunidad, y al menos en torno a la celebración de la misa tienen su oportunidad para poder estar juntos y seguirse acompañando”.
En cuanto a su labor pastoral, Alberto la define como la de un sacerdote “callejero”, que ha pasado de recibir a la gente en su templo a salir al exterior en busca de ellos. “Ahora están donde pueden y me toca irlos a buscar, y me paso días enteros de un pueblo a otro, llamando por teléfono para ver dónde está cada uno, tomar nota de sus necesidades, y ver de qué manera se les puede ayudar”.
Por las tardes acude a la ermita de Fátima, como lugar de encuentro y donde celebra la misa, “donde también atiendo a los que quieren retomar su confesión frecuente, su dirección espiritual, o aquellas cosas que quedaron en el aire con la erupción del volcán”. Pero Hernández tiene claro que ahora, su templo y su parroquia es más la calle que el propio edificio, “al no tener templos, el templo son las calles y las plazas, que es donde al final me encuentro con la gente y puedo estar con ellos”.
De la gente percibe una “aceptación serena” de lo que ya saben, “que no pueden cambiar en sus vidas, y de lo que no van a poder recuperar”. Este sacerdote asegura que tienen la mirada puesta en el futuro, no en los recuerdos perdidos: “En solventar una primera necesidad y urgencia, en espera de las medidas oficiales, y cada uno va buscándose la vida como puede”.
En estos 54 días, Alberto también ha sentido una fe real que se demuestra en la dificultad, “el hecho de que sigan celebrando la eucaristía, demandando los sacramentos y preocupándose por los demás, que sigan siendo generosos, aunque hayan perdido todos los recursos que tenían”. A este sacerdote de La Palma le edifica, “porque veo que se está demostrando la fe en ellos, en estas comunidades donde llevo sirviendo 13 años, no es un adorno, realmente los acompaña y está siendo muy importante”.
Hernández considera que la fe les está aportando respuestas, “y la calma y paz interior que necesitan, y eso es la obra de Dios”. Ellos se sienten arropados en oración, “creo que Dios está haciendo este trabajo en cada uno, y esas oraciones sirven de bálsamo que va curando las heridas y nos va sanando”, detalla Alberto.