02/02/2021
Desde su refugio de oración y vida en Las Batuecas, el padre Miguel Gutiérrez, carmelita descalzo de 82 años, comparte un mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada a todos los religiosos. Su experiencia vital y pastoral la ha vivido durante 50 años en El Congo, en África, y ahora, en el desierto de las Batuecas.
“Lo primero que tienen que hacer los religiosos, sobre todo en este Día de la Vida Consagrada, es dar una sensación de trascendencia”, subraya. Al respecto, recuerda que en el Concilio Vaticano II, la constitución “Gaudium et spes”, dice “que la grandeza del hombre está sobre todo en su apertura a lo sobrenatural, Dios es padre, y también encontrar algo después de la muerte”. Este carmelita insiste en que la muerte no termina, “y como dicen los africanos, la tumba es el principio de la inmortalidad“.
El padre Miguel Gutiérrez quiere compartir con los religiosos una historia que vivió cuando estaba en Costa de Marfil. “Era capellán de las hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, y decía sobre todo la misa los viernes”, relata. Después de la eucaristía, “dábamos la comunión a muchísima gente, y a enfermos”. También tenía otra tarea cada jornada, “tenía a unas 10 o 12 personas que querían bautizarse, y yo les preguntaba, ¿queréis ser católicos? Y ellos me decían que no lo sabían, pero que querían morir en la religión de estas hermanas”.
Esas personas compartían con este carmelita descalzo todo lo que habían hecho las hermanas por ellos, “nos han tratado mejor que a un padre o a una madre”, y reconocían que si morían, “querían morir en su religión católica…”.
En esa misma etapa en África, dos días después, este carmelita estaba confesando y le dicen que viene a verle una chica alta, joven y bien vestida, “quería confesarse y que le diera el sacramento de los enfermos”. Ella comenzó a ejercer la prostitución “y cayó en las redes del sida”. El padre Miguel recuerda como esa chica después de recibir la absolución se puso a bailar, “y los que estábamos allí nos quedamos mirándola”. Dos días después, le comentaron que esa joven había fallecido.
Con estas vivencias en su medio siglo de vida en África, insiste a los religiosos, “que tenemos que enseñar la trascendencia, y también, ser muy caritativos con los otros, como eran aquellas religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, y que pueda decir la gente que quiere nuestra religión, porque tienen amor… como pasó con ellas”.