10/05/2021
Florentino Gutiérrez nació en Alba de Tormes y allí se ordenó en 1971. Este año celebra sus bodas de oro sacerdotales recordando el despertar de su vocación, que como indica, “fue de una manera muy sencilla”. El actual vicario general de la Diócesis de Salamanca siempre ha estado en un ámbito cristiano. “Mi madre era de la Acción Católica, y mi padre era el organista de la parroquia y de la banda de música de Alba de Tormes”.
Este sacerdote diocesano creció en ese ambiente religioso y musical, “y me fui creando poco a poco”. Su primera idea de vocación tenía claro que tenía que estar relacionada con hacer bien a la gente, “y dando gloria a Dios”. Ya de joven era consciente que solo iba a vivir una vez y quería aprovecharla lo máximo posible. Su abuelo era médico rural y se llegó a plantear seguir sus pasos, “le recuerdo salir con caballo a atender los pueblos de la comarca cerca de Alba y yo decía ¡qué bonita labor!, seré médico”.
Pero luego se planteó si no había otra cosa más interesante que llegue al corazón de la gente. “Y empecé a pensar en la educación, sobre todo a la gente menuda, y de forma especial recordaba a mis maestros, como don Marceliano, don Esteban o don Antonio”, subraya. Pero siguió dando vueltas para plantear su futuro, porque quería algo superior, “no porque no valgan esas opciones, sino porque hay otros intereses en el ser humano que merecen la pena tener en cuenta, y empecé a pensar en la importancia de predicar la Palabra de Dios, de confesar, perdonar los pecados, y ser capaz de aglutinar comunidades y sobre todo, una cosa que me llamaba mucho la atención, ¿cómo podré yo ayudar a los hermanos a llegar a la vida eterna?: Seré cura”.
En aquella época como estudiaba en los Jesuitas se planteó ser jesuita, “y como entonces pedían ayuda para América mi vocación era irme a América, y soñaba con irme al noviciado de los Jesuitas a Villagarcía de Campos, pero las cosas de la vida y las de Dios nos tuercen los caminos, y mi padre se puso malo, y yo soy hijo único, y no quería irme lejos y dejar a mi madre sola”. Fue entonces cuando se decantó por el mundo diocesano, “y decidí ser sacerdote secular”.
Sus primeros pasos de camino al sacerdocio fue estudiar Filosofía en la Universidad de Comillas, y después, Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Después, llegó la ordenación, junto al sacerdote Ángel Alsina, con don Mauro Rubio como obispo entonces de la Diócesis de Salamanca, el 26 de septiembre de 1971, “nos consagró como sacerdotes y fue algo verdaderamente importante”.
Florentino Gutiérrez dio una serie de pasos para conocer más a fondo la realidad de aquel momento en la Diócesis de Salamanca. “Primero, con una experiencia pastoral con un cura de Andalucía, don Miguel, al cual quiero muchísimo, y con él fui tres veranos a hacer experiencia pastoral en tres parroquias distintas de la provincia de Granada”, relata. Con esa decisión pudo conocer la vida rural y pastoral, asegura. Otro paso importante fue pedir a varios párrocos de Salamanca del mundo rural, “ir con ellos tres días a conocer la parroquia, a tratar con la gente, a escuchar, y sobre todo, ver cómo se las manejaba”.
Gracias a esa iniciativa, Gutiérrez visitó catorce parroquias, “para mí fue estupendo conocer la vida diocesana in situ en diversos lugares”. Otro momento importante de aquellos años fue hacer el Camino de Santiago, desde la cueva de la Virgen de Lourdes, “50 días con la mochila al hombro junto a tres compañeros”, que como describe este sacerdote albense, ” fue una experiencia fenomenal, de tal manera que el espíritu de Santiago y la espiritualidad de la Iglesia caló en mí”.
Tras su ordenación, Florentino relata su vida de sacerdote en especial en Alba de Tormes, durante 33 años de los 50 de ministerio, “como párroco de mi pueblo”. Y en Salamanca capital lleva 17 años como vicario general, con la llegada de don Carlos como obispo de la diócesis. Entre otras responsabilidades mantenidas en el tiempo fue en la Delegación de Apostolado Laical, durante más de 20 años, “y ahora en Familia y Vida”. Otra de las realidades que siempre le ha interesado es la Catedral, “y he tenido la suerte incluso de estar un tiempo siendo deán”. Por todo ello da muchas gracias a Dios.
Por último, reconoce que todo esto no hubiera sido posible, “sin esa pequeña comunidad que desde el principio fundamos en Alba de Tormes, la Comunidad Apostólica de Santa María, con las que hemos compartido una tarea pastoral realmente, en equipo, en todas las parroquias que luego hemos estado”. En este sentido reconoce que él que quería haber sido religioso y no lo ha sido, “al fin de cuentas he sido un sacerdote diocesano, pero dentro de un contexto de comunidad, que no me ha faltado hasta hoy gracias a Dios”.