21/12/2022
Va quedando menos tiempo para celebrar la Navidad. A lo largo de los últimos treinta años el periodo navideño se ha ido convirtiendo, más que en una fecha, en una época. Tradicionalmente se empezaba a pensar en Navidad, a preparar el belén y a adornar las casas dos semanas antes de la Nochebuena. Actualmente, a partir de primeros de noviembre comienza la época navideña. Existe un afán por convertir el ocio en un periodo que genere rentabilidad y beneficio económico y, claro, se queda muy raquítica una semana de celebración de la Navidad. Ante ello, se comienza cada vez más pronto a prepararla. Pero preparar ¿qué?
Con la luz se puede construir belleza. Combinada con el color nos transmite misterio y expectación. Constituye, asimismo, una tradición en Navidad. Siempre estuvo presente en los belenes y, no olvidemos que, fue la luz especial de una estrella la que condujo a los magos al sitio del nacimiento de Jesús. Quizá por ello, cada vez más, las ciudades se revisten de luces que anuncian la Navidad y las gentes se lanzan a las calles a vivir anticipadamente la época navideña paseando por las avenidas luminosas y admirando el espectáculo que ofrecen esas combinaciones de luces y color.
Nos hacemos presentes así en todos esos elementos que se sitúan en la parafernalia de la navidad: luces, pero también comidas y regalos, buscando la alegría de la fiesta y la posibilidad de aprovechar todos esos estímulos para disfrutar de unas vacaciones de invierno.
Pero, ¿dónde queda el espíritu de la navidad -que diría Dickens-? El nombre Navidad alude al nacimiento de Jesús, y Jesús se destacó precisamente por hacer gala de pobreza desde el nacimiento. Sus padres se vieron abocados a traerlo al mundo de la manera más humilde. Forasteros, sin recursos, a punto de dar a luz un hijo y sin apoyos ni nadie que se compadezca de su situación, ni se solidarice con ellos para darles albergue. Cuando nace Jesús las visitas, los que acuden a ayudar, son gentes humildes. Así pues, desde su nacimiento, Jesús está rodeado de pobreza.
Hoy la pobreza se nos antoja indeseable, los pobres son apestados sociales en nuestras vidas. Nos molestan, preferimos no verlos. Se asemejan casi casi a los antiguos leprosos.
Hay otras características de su carácter que han impulsado a la reflexión de los hombres de bien -y todos lo somos- cuando se conmemora su cumpleaños, es decir, en Navidad. Jesús es el gran amigo de sus amigos. Viaja con ellos, comparte con ellos comida, confidencias y las adversidades de la vida. Apuesta por una relación cercana y empática. Ayuda a los que le rodean. Pone la capacidad de amar al prójimo en el primer lugar de su acción. Mira por las necesidades de sus amigos. Hay muchas luces en la vida de Jesús desde su nacimiento y sería bueno que, las luces que inundan la navidad en nuestras ciudades, movieran nuestro corazón para sacarlo de las sombras en que muchas veces estamos y dirigirnos hacia esa gran luz que es la vida de Jesús.
Si la Navidad no es capaz de hacernos reflexionar sobre qué celebramos, de indagar -a veces simplemente mirándonos hacia dentro- quién era ese Cristo cuyos “Christmas days” conmemoramos, nos quedaremos absortos mirando los juegos de luces de las calles, el fulgor de los escaparates, reiremos y disfrutaremos en las cenas o comidas copiosas, pero nos perderemos el significado más hondo de la Navidad. Ese sentido profundo de vivir acompañados, cercanos a nuestros familiares, en relación de empatía, escucha, alegría y perdón. Con ganas auténticas de disfrutar de su compañía y manifestar la alegría por el nacimiento de Jesús, como siempre se ha hecho en estas fechas: cantando, riendo y compartiendo nuestro amor con el detalle de un regalo, nuestra comida y, sobre todo, nuestras vidas.
Vicente León, Encuentro Matrimonial