03/03/2019
Es mi segundo cumpleaños en Bolivia y recibí el mejor regalo: el cariño de niños y niñas, su abrazo y su sonrisa. Vivo junto a los hermanos y hermanas mi comunidad ADSIS en un sector de la periferia de la gran ciudad de El Alto. Nuestra casa está ubicada junto a la Parroquia Santa Clara, la cual atendemos por encomienda diocesana. Y en el mismo recinto, gracias al aporte de muchas instituciones y amigos, pudimos construir hace 13 años el Centro de Desarrollo Comunitario “UTASA”, palabra aymara que significa “nuestra casa”, o “casa de todos”. Aquí paso gran parte de mi tiempo, junto a otros servicios pastorales.
Atendemos una población de 100 niños del sector, apoyando su aprendizaje mediante refuerzo educativo de lunes a viernes, en dos turnos, complementarios a los horarios de los colegios. Además del objetivo del aprendizaje tenemos el del apoyo a su nutrición y salud, que lo hacemos con un comedor diario y con hábitos diarios de higiene.
Mi oficina está a la entrada del centro y, con la puerta siempre abierta, recibo a los niños y niñas diariamente, muchos de ellos con sus madres, y los veo bajar y subir por las escaleras hacia sus salones de clases. “Buenos días, directora”, me dicen; “Hola chicos, ¿han descansado bien?”. Con algunos me detengo más en la conversa y voy conociendo sus vivencias.
Los sábados por la tarde funciona el Centro Juvenil “UTASA”. Mi labor aquí es apoyar a los más de 15 monitores jóvenes que realizan talleres y otras actividades con unos 70 adolescentes-jóvenes de la zona. La mayoría ha pasado por el centro juvenil como receptor, pero se les fue dando la posibilidad de ser protagonistas, y ahora son ellos los que llevan a adelante las actividades por sí solos. Da gusto ver todas las salas del centro ocupadas con jóvenes, y ser testigo de su crecimiento personal y de su progresiva implicación y sentido de pertenencia.
Además de UTASA, colaboro en la parroquia siendo catequista de confirmación con jóvenes; también en la Pastoral Universitaria de la ciudad de La Paz y en la Pastoral Social Caritas de El Alto. En fin, mi vida “se pierde” entre tanto servicio, pero tengo la experiencia de que “se gana”, y de que mi corazón se agranda cada vez más para acoger a tantas personas en él.
Doy gracias a Dios por mi misión en esta tierra del altiplano boliviano (parecida, en cierto modo, a los campos de mi tierra natal de Salamanca). Y gracias también por los casi 15 años que pasé en el Sur de Chile. Dios me dijo un día, como a Moisés, “sal de tu tierra”. Y me lo volvió a decir, y quizá de nuevo me hable, quién sabe… No me arrepiento de estar disponible a su llamado, porque ha puesto en mi camino muchas personas a las que amar y servir, y de las que recibo infinito amor.
¡Gracias, Señor!