ACTUALIDAD DIOCESANA

08/04/2020

Opinión: ‘Coronavirus Covid-19. Críticas contra la Iglesia’

He visto en varios medios de comunicación y en algunas redes sociales críticas contra la actitud de la Iglesia durante la presente pandemia. Citarlas todas sería imposible. Solo algunas: “Echo en falta que la Iglesia…dé un paso al frente y comience a ofrecer ayuda tangible” (fácil: se teclea esta frase en Google y aparece al autor y el medio; no ahorraré al lector el esfuerzo). Se sugiere que “la Iglesia” podría dar cobijo a personas sin hogar, convertirse en Centro médico de campaña y se pide abiertamente que haga una donación generosa y ejemplar, que podría provenir de los 11.000 millones de euros que recibe del Estado. En algún comentario se dice, refiriéndose a la Iglesia, literalmente: “puta secta…puta mafia”. Si los responsables del medio no lo han censurado ¿por qué voy a censurar yo esas expresiones? Es lo que hay. No hay que cerrar los ojos.

A ver, no sabemos todavía cuáles serán las consecuencias de esta pandemia ni qué amplitud tendrán. Lo que sí empiezo a ver claro es que a todos nos afectan y que todos tendremos que replantearnos muchas cosas, incluida nuestra forma de vida y nuestros bolsillos. También la Iglesia.

Pero yo no soy “La Iglesia”. Tampoco soy “El Estado”. Con ayuda de un amigo matemático he llegado a la conclusión de que, si hay mil cuatrocientos millones de católicos, yo soy una parte, concretamente 7,142857 elevado a menos diez de la Iglesia; o de otra manera, soy el 0,0000000007142857 de la Iglesia, o sea, nueve ceros a la izquierda, con un margen de error del +- 3,4%. En cuanto al Estado me toca ser un poco más, 2,1739130 elevado a menos 8. Vamos, que no soy nadie.

Bueno, maticemos. Sí que soy “alguien” porque el día de mi Bautismo Dios me dijo: “tú eres mi hijo amado”, lo cual suena bastante importante. Y me acuerdo perfectamente el día que conseguí la mayoría de edad, a los 21 años, lo que todavía no me convirtió en ciudadano, porque eso es cosa de los regímenes democráticos y yo nací y crecí en otro régimen, que Santa Gloria haya; me convertí en ciudadano el 6 de diciembre de 1978, a punto de cumplir los treinta. Digo esto porque, como ciudadano de un país democrático gozo de libertad de pensamiento y también de expresión. De modo que, como ciudadano me he retirado un rato al rincón de pensar y ahora me expreso libremente, tan libremente como los que atacan a la Iglesia. ¿Quién está en lo cierto? El lector juzgará, no conforme a lo que yo o mi contrario digamos, sino a su propio criterio.

Los católicos tenemos el deber de ayudar y amar al prójimo

La persona de fe católica que mejor conozco soy yo mismo y de mí sé decir que dentro de pocas semanas, como todos los años -en esto la actual pandemia no influye- haré mi declaración de la Renta, que como de costumbre me saldrá a pagar. Pagaré un poco menos porque colaboro –no diré cantidades, Hacienda las conoce- con Cáritas, Cruz Roja, ACNUR y ASCOL, amén de donativos puntuales a Manos Unidas, Luz para Benín, Asociación Española contra el Cáncer y otros. Aparte de eso, como soy “individuo de riesgo” por padecer cáncer, pago un poco más del salario que le correspondería –pagas extraordinarias incluidas- a la persona que me cuida, muy bien, por cierto, ¡Infinito agradecimiento!, así como su Seguridad Social, como cualquiera podría comprobar fácilmente si la Ley de Protección de Datos se lo permite.

Y es que los católicos somos personas normales. Lo digo porque yo, que soy zamorano, persona, cristiano, cura y canónigo de la Santa Iglesia Basílica Catedral de Salamanca no soy más que nadie y la inmensa mayoría de los católicos no son ni monjas, ni curas, ni canónigos, ni obispos, sino laicas y laicos. Cada una y cada uno de los que pertenecemos a esta “secta”, a esta “mafia” de la Iglesia Católica tenemos el deber de amar y ayudar al prójimo, especialmente a los más pobres de acá o de acullá. No puedo hablar en nombre de todos, pero sí proporcionaré algunos datos.

Replantear los presupuestos ante las consecuencias sociales de la pandemia

He leído en algún medio que la Iglesia recibe del estado once mil millones de euros. No me consta. El que lo ha dicho que lo demuestre. Puede para ello valerse de los Balances contables de la Conferencia Episcopal, de cada una de las diócesis y de los miles de instituciones católicas que rinden cuentas. Públicas son las cuentas de Cáritas, Manos Unidas; las parroquias, Cofradías, Hermandades y Congregaciones también rinden cuentas y pueden ser consultadas. Como no puedo ni debo hablar en nombre de todos, hablaré solo “de mi libro”, como diría el gran Francisco Umbral. Y así, diré que de las parroquias con las que tengo relación, el 55,11 % de los Ingresos BRUTOS ha sido transferido a los pobres, más de 80.000 €, que han salido de la generosidad de los feligreses y de los lomos de los párrocos y de cientos de voluntarios que hemos trabajado mucho y creo que bien. Pero ahora, cuando se vayan viendo las consecuencias sociales de esta pandemia, seguro que tendremos que replantear los presupuestos a ver cómo podremos exprimirlos más en favor de los que más ayuda necesiten.

La Iglesia de Salamanca, en general, tendrá, tendremos, que replantearnos muchas cosas, pero no se puede decir que en esta pandemia no estemos ofreciendo ayuda tangible. La punta del iceberg, con ser muy importante, es Cáritas, que presta servicios en todas las parroquias de la diócesis. ¿No son tangibles el Centro “Baraka”, el Centro “Padre Damián”, la “Casa de Samuel”, el Centro “Ranquines”? ¿No son tangibles los cientos de voluntarios y el trabajo que realizan, incluso durante la pandemia? ¿No son tangibles las monjas fallecidas por contagio con la Covid-19 mientras cuidaban a ancianos? ¿No son tangibles las residencias de ancianos regentadas por la diócesis, las órdenes religiosas o las Fundaciones católicas? Tangible es el Hospital de la Santísima Trinidad, fundado por la Iglesia, que está colaborando estrechamente con el Sacyl. ¿No son tangibles los diez sacerdotes salmantinos contagiados? ¿Cuántos sacerdotes han muerto en Europa durante esta pandemia por estar cerca de sus fieles o. simplemente, por el hecho de ser mayores? ¿Cuántos se siguen jugando el tipo, a pesar de todos los cuidados y todas las protecciones? ¿Cuántos católicos hay entre el personal sanitario? ¿Y en las Fuerzas de Seguridad? ¿No hay ninguna cajera de supermercado católica? ¿Ningún transportista? ¿Ningún farmacéutico o empleado/a de farmacia es católico? ¿Cuánto dinero y cuántas iniciativas sociales en favor de los más pobres han realizado las Cofradías de Semana Santa? Ningún católico o católica –las mujeres en la Iglesia son mayoría- va con un pin del Vaticano en la solapa o en el foulard, ni siquiera los capellanes de hospital, disfrazados de astronautas con bata blanca debajo. Todos ellos son “La Iglesia”. Dicho lo cual, añadiré que la inmensa mayoría de los católicos y católicas lo más importante que tenemos que hacer ahora es quedarnos en casa.

Quizá alguno piensa que la Iglesia podría vender una parte de su inmenso tesoro artístico. Le diré, así, en general, que no es posible. La Ley lo impide. Lo que sí ha hecho una parte de La Iglesia, me refiero ahora al Cabildo de la Catedral, es no despedir a ningún empleado de la Catedral mientras dure el Estado de Alarma, ni hacer un ERE, ni un ERTE. No sería justo. Ni inteligente, porque son buenos trabajadores, les queremos y hemos de pensar en el futuro inmediato. El dinero de esos salarios y de la Seguridad Social correspondiente no va a salir de las arcas del Estado, sino de las cuentas de la Catedral. Ya está saliendo. También han salido de las mismas cuentas en los últimos meses 500.000 € en restauraciones artísticas y mantenimiento del complejo catedralicio. Y, de la misma procedencia, 104.400 € han ido, a través de la diócesis, para el sostenimiento de parroquias pobres de la España vaciada y para Cáritas. Todo ello sin contar con los gastos ocasionados por la infinidad de conciertos y actos culturales gratuitos celebrados en el complejo catedralicio.

Lo dicho, la Iglesia tendrá que replantearse muchas cosas a raíz de esta pandemia. Pero todos tendremos que hacerlo, también el Estado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos, los partidos políticos, los sindicatos, los legisladores, los bancos, las petroleras, las multinacionales de la comunicación, las grandes, medianas y pequeñas empresas, los autónomos, las ONGs y las múltiples instituciones y Asociaciones que conforman la Sociedad Civil; y cada ciudadano, a cuyo servicio, especialmente de los más pobres, incluso mediante la cooperación internacional, están y deberán estar las instituciones de la Unión Europea y el Banco Central Europeo. Todos. A todos nos toca. No tiene sentido seguir enfrentándonos en plan cainita, ni confinarnos en nuestro particular individualismo, localismo, provincianismo o nacionalismo. Espero que seamos todos capaces de hacerlo con generosidad, inteligencia y altura de miras.

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