06/06/2023
ADELA DE CÁCERES, SIERVA DE SAN JOSÉ
Bonifacia Rodríguez de Castro nació en Salamanca en 1837, en una familia de artesanos creyentes y solidarios. Fue bautizada en la Catedral Vieja, una pequeña placa lo recuerda. Nadie pudo sospechar que aquella niña sería canonizada por Benedicto XVI en 2011, y se convertiría en la primera santa salmantina.
Su vida se desarrolló en el trabajo artesanal y la oración, bajo la protección de san José en medio de la irrelevancia y la humildad. En los padrones del Ayuntamiento de Salamanca aparece que: “Sabe leer y escribir y de oficio cordonera”, todo un lujo en un contexto de analfabetismo femenino y desempleo.
Ya adulta montó su propio taller artesanal de cordonería y pasamanería, en la calle Traviesa, junto a la Universidad, donde con un grupo de amigas fundó la Asociación Josefina, para la oración y la promoción laboral.
La vida de Bonifacia sería alterada y daría un giro insospechado. En la iglesia de la Clerecía, en un encuentro con el jesuita catalán, Francisco Butiñá, la invitó a fundar la congregación porque “como en estos países (Castilla) hay muy poca industria, las chicas no tienen que hacer y se pierden”, no tenían futuro, no tenía un oficio con que pudieran “ganar el pan con el sudor de su frente”.
El 7 de enero de 1874, el obispo, Fr. Joaquín Lluch, aprobó la Congregación de las Siervas de San José, toda ella formada por salmantinas. Sus casas se llamarían Talleres de Nazaret, teniendo por modelo, el Taller de San José, donde Jesús aprendió el oficio de carpintero, centro y modelo de vida para las Siervas de San José.
Esta congregación tiene como objetivo la oración y el trabajo hermanados, la acogida a las pobres sin trabajo, enseñarles un oficio y promocionarlas, iniciando así un camino de liberación femenina.
Por la novedad que suponía iniciar una congregación “distinta a las antiguas”, sin dote, sin hábito, con una caja común con las trabajadoras, en igualdad, ”especie de cooperativa“, que dijo el obispo, hizo de Bonifacia una mujer controvertida.
Comienza un tiempo de rechazo y olvido de ella y de su propuesta evangélica: destitución de superiora, el exilio a Zamora y la exclusión de la congregación en la aprobación pontificia en 1901. Circunstancias asumidas por ella desde el silencio y el perdón, desde la mirada a Jesús en la Pasión. Y de esta manera, se convierte en un arquetipo de cristianos en tiempo de inclemencia.
Hoy su recuerdo, su ejemplo y su valentía, y con ella la ciudad de Salamanca, se extiende por toda la geografía, desde la Amazonía, América Latina, el centro de África, Asia, Filipinas, Vietnam, Papúa, donde se hace presente en sus Talleres promocionando y evangelizando a las mujeres pobres de toda raza y color y cultura.
En Salamanca está su sepulcro, en la capilla del Colegio de la Sagrada Familia, en la calle Marquesa de Almarza nº 1. Se puede visitar todos los días, de 12:00 a 13:00 horas, para la oración y el silencio.