ACTUALIDAD DIOCESANA

08/03/2018

Santa Bonifacia, una promotora de la dignidad y el trabajo de la mujer

¿Qué aporta Bonifacia Rodríguez de Castro a un cristiano del tercer milenio?

El próximo 23 de octubre se cumplirá el séptimo aniversario de la canonización de la primera y única santa plenamente salmantina, la Sierva de San José Bonifacia Rodríguez de Castro, fundadora de la congregación de las Siervas de San José. Mujer poco conocida, adelantada a su época y llena de una frescura evangélica que interpela profundamente a los cristianos de este tiempo.
Desde hace unos años, ha brotado un clamor justo y oportuno: solicitar y reclamar que sea considerada como patrona de la mujer trabajadora. Para ello, unas mujeres fantásticas, hijas de Bonifacia, luchan y se dejan la piel recorriendo organismos laborales, sindicatos, movimientos obreros eclesiales y civiles… para que sea obtenido este reconocimiento. Desde la Conferencia Episcopal Española e incluso desde el Vaticano les han pedido a las Siervas dar a conocer la figura de Santa Bonifacia en el mundo obrero, que sea conocida en las asociaciones y organismos del mundo laboral para que pueda llegar a ser reconocida como su patrona.
Yo, como cristiano de este tiempo, sacerdote salmantino para más señas, me he topado con su vida. La experiencia ha sido conmovedora. Y quiero aportar mi “granito de arena” para reivindicar este reconocimiento, porque es de justicia. No sólo en el por qué (lo que significó su vida, su causa, su obra, su trabajo), sino también en el cómo (desde la humildad, la sencillez, lo escondido).
Resumo humildemente en estos seis puntos, los aspectos que más me han conmovido y afectado de esta santa tan nuestra:

1. Que las cosas de Dios requieren paciencia, lucha, tenacidad, constancia…, sobre todo cuando se trata de causas poco aplaudidas, poco evidentes, novedosas, frescas… como lo son -ayer y hoy- las causas que miran hacia los más pobres y pequeños. El reconocimiento público no es el criterio de la santidad. Bonifacia es una mujer a la que en un momento determinado y convulso de la historia le toca “bailar con la más fea”, es decir, tiene que sacar adelante una fundación poco usual, poco cómoda, con todo el viento en contra, sin la fuerza de los medios, ni del prestigio, ni del apoyo eclesial…

Promoción de la mujer

En plena época de revolución industrial, Bonifacia tiene que poner los ojos, el corazón y las energías en una causa que nadie se esperaba y no era reconocida y además, sobre la que no había tradición en una ciudad artesana y provinciana como era la Salamanca decimonónica. Sin duda hubiera sido más fácil una institución que se dedicara a la educación reglada, o a los enfermos, o a los pobres… ¡Pero dedicarse a la promoción de la mujer (cuando nadie hablaba de ello) y unir la vida religiosa y el taller! Era duro y llamado a recoger pocos frutos. Pero ella, poco a poco, día a día, manteniéndose en fidelidad y en profunda coherencia con lo que lleva en el corazón, y pasando por encima de dificultades que a cualquier otro ser humano hubieran tumbado, tira para adelante. Con mucha paciencia, finura… En un profundo y sostenido dolor, sólo aliviado con la muerte. ¡Qué ejemplo y qué estímulo para los cristianos del siglo XXI, alentados por el Señor a aventuras poco reconocidas y exitosas como es la evangelización de las fronteras actuales entre la fe y la increencia, todo esto que el papa Francisco -desgañitándose- ha venido a llamar: “Iglesia en salida”.

Humildad

2. Que sólo el que se arriesga e implica su existencia por entero y hasta las últimas consecuencias, sale con el empeño. Las grandes causas, o mejor dicho las causas de Dios sólo salen adelante con identificación y configuración con la cruz del Señor. Esta es una constante en la historia de la Iglesia, de la que Bonifacia es un eslabón más, especialmente significativo por la cercanía en el tiempo y en el espacio y la evidencia de su humillación y humildad.

3. Que sobre las cosas de Dios, sus sueños y proyectos novedosos para una tierra y una época, también está muy interesado el mal espíritu sembrando cizaña, confusión, división. He aquí otro dato claro en la biografía de esta pobre mujer. Ella, con toda inocencia, cariño e ingenuidad puso toda la carne en el asador para servir y vivir lo que Dios la pedía. Pero pronto y sin que ella fuera capaz de darse cuenta, comenzó a ser sembrada una semilla de cizaña y discordia que le movió la alfombra de debajo de los pies. En medio de mentiras, malinterpretaciones, envidias… tuvo que discurrir gran parte de su vida. Siento un poco de vergüenza ajena que los primeros grandes cizañeros fueran los curas diocesanos. Pero mal hubieran hecho su perverso trabajo si las primeras monjas no hubieran estado dispuestas y predispuestas a la cizaña. Pero el mal espíritu no vence finalmente, porque Dios pone al final de la vida o cuando a él le parezca más oportuno a cada uno en su sitio y las cosas vuelven a caminar por donde nunca deberían de haberlo dejado de hacer.

4. Que la mirada de Dios es infinitamente más profunda que la mirada pequeña y vacía de horizontes de los hombres. Dios lleva su camino de manera sabia y misericordiosa. El plazo de los hombres no tiene la última palabra, porque es Dios el que sabe cuándo es el momento oportuno y adecuado para que su historia de salvación brille para los hombres. En el caso de Bonifacia no fue en esta vida. La Iglesia terrestre le hizo sufrir hasta la extenuación. Leyendo estos días unas bellas páginas del Concilio Vaticano II, me han arrojado mucha luz sobre la peripecia de Bonifacia, y la vida de ésta me ayudan a comprender mejor las enseñanzas del número 8 de la Lumen Gentium:

“Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrerle mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios…, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo (Filp 2,6-7) y por nosotros se hizo pobre, siendo rico (2 Cor 8,9); así también la Iglesia… no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres y a levantar a los oprimidos (Lc 4,18), para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, y se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo… La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación. La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (1 Cor 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos”.

Comunión y unidad

5. Que la comunión y la unidad son dones preciosos que sólo se pueden acoger desde la gratuidad de la gracia. La unidad de los que se embarcan urgidos por Dios en una tarea es un don precioso y caro, y que a veces sólo se consigue después de la muerte. La unidad y la comunión o se reciben como don y regalo y desde ahí se emprende la tarea; o se nubla del horizonte de quienes la pretenden sólo por sus propios puños y fuerzas. Bonifacia es maestra de buscar y luchar la comunión, precisamente desde la aparente y a veces grosera desunión. Yo en este tiempo le pido muy fuertemente que me enseñe a valorar y a gozar la unidad y la comunión y que ella interceda para que se derritan los hielos de la falta de comunión de mi propia biografía.

6. Finalmente, y para terminar, que se puede ser santo y santa recorriendo y trabajando con alegría en las calles y plazas de esta ciudad de Salamanca, que no es preciso haber nacido en Asís, ni en Loyola, ni en Siena, ni en Lisieux, ni en Ars… En esta Salamanca, culta y pobre; universitaria y cínica; espléndida y humillada; turística y olvidada, en esta Salamanca de principios del XXI, al igual que en la Salamanca de Juan de Sahagún, de Juan de la Cruz, de Teresa de Ávila, de Bonifacia… se puede y se debe ser santo, porque la llamada a la santidad sigue siendo una urgencia para todos.

Foto: Óscar García
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