12/02/2021
Tras casi un año de pandemia, Ernesto Martínez, médico intensivista del Hospital Clínico de Salamanca, recuerda los meses más duros en su puesto de trabajo. “El inicio de la misma fue bastante complicado y difícil, porque afrontamos una enfermedad nueva que hemos conocido poco a poco, con mucho miedo a contagiarnos, sin saber claramente como se esparcía”, apunta.
En aquella primera ola, que comenzó en marzo, “los recursos eran limitados, las Epis, las mascarillas, que no sabíamos si protegían adecuadamente o no, o pruebas que no sabíamos de su fiabilidad”. Este especialista también subraya el aumento de la capacidad de las UCI, “que pasó de tener 16 a 56 pacientes por Covid, además de los que no estaban infectados, que teníamos habitualmente”. Martínez confirma en un vídeo que comparte con la comunidad diocesana, que fue una situación “de descontrol inicial, bastante compleja, hasta que empezamos a conocer poco a poco la enfermedad”.
Y aunque pasaban los meses, Ernesto asegura que nunca han dejado de tener enfermos de Covid, “y ahora continuamos teniendo pacientes en una tercera ola bastante compleja y dura, en la que ingresan pacientes constantemente en la UCI, y que requieren de un trabajo bastante importante”.
Asimismo, subraya que pese a multiplicarse los pacientes a lo largo de estas tres olas, “el personal no ha aumentado, sobre todo el médico, que siempre es el mismo, pero que en lugar de atender 16 personas han pasado a tener más del doble o del triple”.
Para Ernesto, los meses de marzo y abril fueron los más difíciles, “y los vivimos sobre todo con miedo al contagio, así como al de nuestros seres queridos al llegar a casa”. Ellos eran testigos “del descontrol que había”, argumenta, y el aumento incesante de los pacientes en Urgencias, “con insuficiencia respiratoria, así como el incremento de pacientes en hospitalización, abriendo nuevas plantas todos los días y llenándolas casi de manera inmediata”.
Por su puesto de trabajo, él vivió mas de cerca el sobrepaso de la capacidad de las camas Ucis, “que se llenaron, y tuvimos que abrir unidades de cuidados intensivos que no estaban lo suficientemente preparadas para albergar a pacientes con una patología respiratoria tan crítica, y fue una situación bastante difícil y crítica que tuvimos que vivir en esos primeros meses”.
En cuanto a los momentos más duros, Martínez tiene claro que para él ha sido ver a los pacientes bastante afectados, “y algunos enfermos con patologías respiratorias pulmonares bastantes graves y severas, que sabíamos que en unos días u horas podrían fallecer, y fallecieron, en un hospital, que un ambiente hostil e impersonal, sin poder ver la cara de la gente que los trataba, ni una sonrisa, o si compartíamos su dolor, sino también lo hacían alejados de su familia, sin siquiera poder despedirse de sus seres queridos”.
Este sanitario reconoce que también ha sido duro ir a trabajar todos los días sin ser conscientes de cómo pasaba el tiempo, “sin saber si estábamos a lunes o miércoles, si era domingo o un festivo, sin respiro, sin poder distraer la mente, de la casa al trabajo y viceversa, y teniendo a los seres queridos alejados, sin poder darles un abrazo o un beso”.
Por el contrario, una de las cosas más reconfortantes que tenían, como confirma Martínez, “era salir de casa y ver que los seres queridos estaban bien, además de saber que estábamos respaldados con sanitarios que han trabajado de forma incansable, ayudando a los pacientes con un trato humano bastante bueno, del compañerismo que hubo, y reconforta más”.
Si algo también tiene claro Ernesto Martínez es que tener fe, “nos ayuda a tener fuerza en el día a día, para que podamos empatizar con los pacientes y las familias, tener esperanza cuando la Medicina no puede, y nos ayuda a esperar ese milagro que espera la familia cuando la situación se vuelve bastante crítica, y también, nos ayuda a reconfortarles cuando no hay nada más que hacer”. En este sentido, es consciente de cómo los enfermos se acogen a la fe cristiana, “y puede ser que afronten de mejor manera esa situación crítica de la enfermedad”.
Y asegura que la fe ayuda a las familias a sobrellevar los malos momentos, “a permanecer unidos y salir reforzados cuando existen adversidades”. Asimismo, este médico habla de los capellanes del hospital, que, bajo su mirada, “tienen un labor muy importante ya que algunos piden su visita para sentirse acompañados, consolados y comprendidos durante los momentos más críticos de la enfermedad“. Y a mayores, “son de ayuda en los momentos más difíciles, cuando visitan a los más graves, siendo o no creyentes, para brindar una mano amiga en los últimos momentos de vida, y a la familia, a la que ayudan en el duelo, consolidando y ayudando a aceptar que la muerte terrenal es parte de la vida”.