03/12/2023
TOMÁS GONZÁLEZ BLÁZQUEZ, MÉDICO Y COFRADE
Un nuevo año litúrgico que comenzamos con este primer domingo de Adviento. Estrenamos tiempo y prendemos la primera vela, la vela que va delante, la que, según el sabio refranero, es la que alumbra. La corona del Adviento es signo que nos ayuda a comprender el avance a lo largo de estas semanas que preceden a la Navidad. Esta vez es un Adviento corto, de apenas veintidós días, que arranca fuerte, con el Evangelio que nos exhorta a velar.
Después de anunciarles, de forma privada a Pedro, Santiago, Juan y Andrés, lo que habrá de suceder cuando vuelva en su Gloria en la culminación de los siglos, Jesús abre su revelación a todos los hombres: ¡Velad! Les confía lo que debe llegar a todos: que velemos. Y así, entrega a la Iglesia el mandato de llamar a la vigilia, “despertándonos para amar” en expresión de Santa Teresa de Jesús. Porque en el Adviento no sólo recordamos la Redención, la primera venida de Cristo hace dos milenios, sino que aguardamos la segunda y definitiva en la que toda la Historia será recapitulada, cuando Dios sea todo en todos (1 Corintios 15, 28).
Tampoco es secundario el lugar en que Jesús nos pide que velemos, pues lo hace frente al templo de Jerusalén, en el Monte de los Olivos. A sus faldas, en el huerto llamado Getsemaní, repetirá “Velad y orad, para no caer en tentación”. Si a las mismas puertas de su agonía los suyos cayeron dormidos, también hoy nosotros, en este nuevo Adviento que se nos regala, podemos ser vencidos por el sopor, por la indiferencia, por la debilidad de nuestra carne. El señor de la casa no se cansa de recordarnos que estemos vigilantes en la hora de su llegada, cuyo día y hora ni Él la sabe, sólo el Padre.
En palabras de Santo Tomás Moro, escritas mientras esperaba la muerte en la Torre de Londres, “tal es la bondad de Dios que, a pesar de nuestra negligencia y de estar dormidos en el almohadón de nuestros pecados, nos sacude de cuando en cuando y, sirviéndose de la tribulación, nos menea, agita y golpea, haciendo todo cuanto está de su parte para despertarnos” (La Agonía de Cristo).
Al iniciar el camino del Adviento nos pide Jesús que velemos y oremos, que al encender esta primera vela no dejemos de invocar, con el salmo, “Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.