ACTUALIDAD DIOCESANA

07/08/2023

Undécimo día en la JMJ: “Caminemos en esperanza, miremos nuestras raíces y vayamos adelante, sin miedo”

Los jóvenes peregrinos de la Diócesis de Salamanca participaron en la vigilia que se celebró la noche del sábado en el Campo da Graça, junto a un millón y medio de personas

 

SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN/ LISBOA

Para los jóvenes de Salamanca, la antesala del final de la Jornada Mundial de la Juventud, que tendría lugar el domingo con la misa de envío, fue en una de las zonas más humildes del parque do Tejo (Campo de Graça), en el sector C02, muy lejos del altar, a un par de kilómetro de él, o quizás más. Rodeados de tierra, y polvo, debajo de los puentes de una gran autovía, en las periferias que tanto nombra el papa, y donde deben de acudir los cristianos.

Los peregrinos salmantinos pasaron la noche en esta zona del parque do Tejo

Una lección de sencillez y humildad, que impregnó a los jóvenes diocesanos de una vivencia más real, llena de fe y compañerismo con otros jóvenes, que con poco vivieron algo tan grande. A través de las pantallas de televisión siguieron la vigilia, rodeados de un acompañamiento musical inigualable.

Tras escuchar varios testimonios, el papa Francisco se dirigió a los jóvenes: “Gracias por haber viajado, caminado y por estar aquí. y pienso que la virgen María tuvo que viajar parea ver a Isabel”. Y de nuevo, recordó el relato de María cuando fue a ver a su prima Isabel, lema de esta JMJ de Lisboa.

“Un gesto no pedido”

“Uno se pregunta, por qué María se levanta y va a ver a María deprisa, acaba de enterarse de que la prima está embarazada, pero ella también lo está”, y añadió, “porque va a ir si nadie se lo pidió, María realiza un gesto no pedido, no obligatorio, porque ama, y el que ama vuela, corre y se alegra, eso es lo que nos hace el amor”.

El santo padre quiso subrayar que en vez de pensaren ella, “piensa en la otra (en Isabel), porque la alegría es misionera, no es para uno, es para llevar algo”. Y les realizó una pregunta: “Ustedes que han venido a buscarse y a encontrar el mensaje de Cristo, a buscar un sentido lindo a la vida, ¿esto se lo van a quedar para ustedes o se lo van a llevar a los otros?”.

Y de nuevo, el papa insistió en que es para llevarlo a los otros, “porque la alegría es misionera”, e invitó a todos los presentes a que lo repitieran: “¡La alegría es misionera!”, y tenemos que llevar esa alegría a los demás.

“Un rayo de luz para la vida”

También reiteró que si todos miramos hacia atrás, “tenemos personas que fueron un rayo de luz para la vida: padres, abuelos, amigos, sacerdotes, religiosos, catequistas, animadores, maestros”, y añadió que ellos, “son como las raíces de nuestra alegría“.

“También nosotros podemos ser, para los demás, raíces de alegría. No se trata de llevar una alegría pasajera, una alegría de momento. Se trata de llevar una alegría que cree raíces. Y me pregunto: ¿cómo podemos convertirnos en raíces de alegría?”, les volvió a preguntar.

Otra idea que quiso compartir con los peregrinos fue relacionada con el fracaso: “¿Ustedes creen que una persona que cae en la vida, que tiene un fracaso, que incluso comete errores pesados, fuertes, ya está terminada? No. ¿Qué es lo que hay que hacer? Levantarse”.

Y compartió una anécdota sobre los alpinos para que se la llevaran como recuerdo: “Los alpinos, que les gusta subir montañas, tienen un cantito muy lindo que dice así: “En el arte de ascender —la montaña—, lo que importa no es no caer, sino no permanecer caído”.

“Para ayudar a levantarse”

Y cuando vemos alguno —amigos nuestros que están caídos, “¿qué tenemos que hacer?”, prosiguió el santo padre: “Levantarlo”. Fíjense cuando uno tiene que levantar o ayudar a levantar a una persona qué gesto hace: lo mira de arriba hacia abajo. “La única manera en que es lícito, la única situación en que es lícito mirar a una persona de arriba para abajo es —lo digan ustedes— para ayudar a levantarse”.

Y en la vida, concluía sus palabras, “no siempre uno puede hacer lo que quiere, sino aquello que la vocación que tengo dentro —cada uno tiene su vocación— nos lleva a hacer”. Por ejemplo, “caminar; si me caigo, levantarme o que me ayuden a levantarme; no permanecer caído; y entrenarme, entrenarme en el camino“. Y todo esto es posible,  subrayó, “no porque hagamos cursos sobre el camino —no hay ningún curso para enseñarnos a caminar en la vida—.

Eso se aprende, se aprende de los padres, se aprende de los abuelos, se aprende de los amigos, llevándose de la mano mutuamente. En la vida se aprende, y eso es entrenamiento en el camino”.

Su última idea fue: “Caminar y, si uno se cae, levantarse; caminar con una meta; entrenarse todos los días en la vida. En la vida, nada es gratis. Todo se paga. Sólo hay una cosa gratis: el amor de Jesús. Entonces, con esto gratis que tenemos —el amor de Jesús— y con las ganas de caminar, caminemos en esperanza, miremos nuestras raíces y vayamos adelante, sin miedo“.

A lo largo de la vigilia, varios sacerdotes diocesanos, de los nueve que han acudido en el grupo de la diócesis, estuvieron confesando a un gran número de jóvenes que se acercaron a ellos.

Antes de partir hacia la vigilia de Lisboa, los jóvenes salmantinos realizaron una actividad por grupos en su lugar de pernoctación en Estoril, para hacer balance de lo vivido.

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