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16/02/2018

“Unos 18.000”, por Fructuoso Mangas

 

Son muchos, 18.000 bocadillos, muchísimos. Es decir, el próximo 22, jueves, día de la Operación Bocata, uno de cada seis salmantinos, de 6 a 80 años, comerá un bocadillo servido por Manos Unidas. Sorprendente y, sin duda, bien trabajado. Con eficacia, con higiene y hasta con pasión. Y no son más, porque literalmente no se puede y son los que ya están previstos y comprometidos en ochenta espacios de reparto por toda la ciudad y alrededores.

Y es bien poca cosa un bocadillo pero está atravesada de sentido y cargada de razón. Porque más de cien empresas, colaborando en cosas muy diferentes, hacen posible esta operación y no deja de ser admirable la colaboración de tantos en tan poca cosa; porque dos centenares de personas dedicarán la mañana, desde las seis de la madrugada, y parte de la tarde a este trabajo; porque en cada bocadillo comido hay un sentimiento, o una idea, o un recuerdo, o hasta un compromiso, que nunca se sabe del todo lo que hay detrás y debajo de lo que hacemos. Y en esto de los gestos el ser humano es capaz de meter cosas grandes en cosas pequeñas, que para eso inventó el símbolo y sus similares.

Y no es cosa menuda la casi interminable variedad de los comensales, desde los 400 de cualquier colegio de chicos o de grandes, con los padres acompañando en muchos casos,  hasta los 150 trabajadores de una empresa; desde una Residencia universitaria hasta una facultad del Campus; desde salones parroquiales o las oficinas de cualquier empresa, pasando por un cuartel, un colegio, un taller, un banco o un  espacio autonómico hasta la plaza de Anaya o el Campus Unamuno o el patio de los Trinitarios. Son 18.000 anécdotas variadas y muy diversas pero que unas a otras se dan peso y categoría.

Y efectivamente envolviendo cada bocadillo hay una propuesta, que este año hasta la han dado por escrito al entregarlo. Para recordar que cada bocadillo es, al menos, estas seis cosas: es un recuerdo respetuoso y dolido ante la gente, de cerca o de lejos, que vive en estrechez, angustia o miseria; es un abrazo lleno de respeto hacia los de lejos, borrosos y sin nombre, pero presentes por la fuerza del amor y de los hechos; es una sensación de quedarse a medio comer para sentir un poco alguna punzada de hambre y de carencia; es una mirada, muy breve y quizás fugaz, pero crítica hacia nuestro mundo de indiferencia y abundancia; es un recurso pequeñito y hasta ambiguo de mostrar desacuerdo y rechazo a formas de actuar y gobernar; es una vía, muy estrecha pero que funciona, para financiar algún proyecto más de desarrollo y progreso humano en algún país pobre del Sur. Y además, por supuesto, es lo que cada uno quiere que sea.

Todo esto va cuidadosamente con cada bocadillo. Todo esto y mucho más; o menos, claro, porque eso ya depende de cada uno.

Nota

Cada uno puede recoger su bocadillo, o se lo “inventa” por su cuenta si le cae mejor, en las parroquias de Fátima o de San José (Jesuitas), o en plaza de Anaya o en Campus Unamuno, o en el patio de los Padres Trinitarios. Siempre de 12 a 14 h.

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