ACTUALIDAD DIOCESANA

10/02/2022

Visitar al enfermo

El sacerdote diocesano y capellán del hospital, Santos González, recuerda la realidad de la soledad, la enfermedad y la importancia del acompañamiento, “con humildad, delicadeza y respeto”

 

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordia y Dios de la consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación!  2 Corintios 1,3-4s.

Para vivir la misericordia, tenemos que vivir la humanidad de Cristo revelando el misterio del amor divino en plenitud. Lo que movía a Jesús era la misericordia. Reiteradamente, la misericordia es el amor de Dios a través de la humanidad de Cristo. Mateo 25,34 y siguientes. El Verbo se hizo carne. Juan 1,14.

Leyendo y viviendo el Evangelio es como mejor sabremos  actuar en la visita a los enfermos, ya que Jesús es el modelo a seguir.

El enfermo, el anciano que vive en soledad (podemos decir que la soledad es una enfermedad) en la cultura de nuestra sociedad, son islas en medio de la barahúnda en la que se vive en la actualidad. La soledad es expresión de su pobreza, la pobreza de no encontrarse deseados, no buscados, con la sensación de abandono. En la enfermedad y ancianidad se vive con tristeza.

Un pensador del siglo XX nos sugiere una motivación: «El dolor aísla completamente y es de este aislamiento absoluto del que surge la llamada al otro, la invocación al otro»  (E. Lévinas).

“Cuándo una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece, los interrogantes se multiplican; hallar respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo lo que sucede es cada vez más urgente. Cómo no recordar, a este respecto, a los numerosos enfermos que, durante este tiempo de pandemia, han vivido en la soledad de una unidad de cuidados intensivos la última etapa de su existencia atendidos, sin lugar a dudas, por agentes sanitarios generosos, pero lejos de sus seres queridos y de las personas más importantes de su vida terrenal. He aquí, pues, la importancia de contar con la presencia de testigos de la caridad de Dios que derramen sobre las heridas de los enfermos el aceite de la consolación y el vino de la esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús, misericordia del Padre.” Del mensaje del Papa Francisco y las dos últimas líneas del Prefacio del día del Buen samaritano.

Visitar al enfermo; no se trata de visitas sociales, por cumplir, se trata de una verdadera atención a los enfermos, tanto en un cuidado físico como en compañía. La visita siempre provoca sonrisas y agradecimiento, paz y sosiego.

¿Cómo tienen que ser nuestras visitas?

Jesús nos enseña. (Podíamos hablar del Buen Samaritano, de la suegra de Pedro, de los ciegos de Jericó,  de otros muchos pasajes del evangelio). Jesús busca el encuentro personal con los enfermos, los acoge, los mira, los escucha, los comprende e interpreta sus deseos, los infunde aliento y esperanza. Jesús los libera de su soledad, les ayuda a descubrir que no están solos y abandonados de Dios. Visitar a los enfermos es visitar a Dios, porque el amor del Padre es derramado en el  Hijo y el enfermo es imagen y hermano de Jesús. Mateo 25,34-46.

“En cada uno de estos está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado para que nosotros lo reconozcamos, lo tomemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de San Juan de la Cruz: ‘En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor’”. (Misericordiae Vultus, nº 15).

Es importante la escucha

No se trata de una visita fría, distante, sino una visita que suponga cercanía, consuelo, compañía, ayuda, cuidado.  Hay  que tener una actitud de humildad, delicadeza y respeto. Sin prisas, con discreción y respeto total. Tener paciencia. Permanecer junto a él. Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas fustradas, sus quejas y miedos, su angustia. No  siempre es fácil escuchar.  Requiere ponerse en el lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y sobre todo con sus silencios, gestos y miradas. La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. Solo la comprensión del que acompaña con cariño y respeto, alivia.  Estar con los ancianos es aprender, es admirar y a veces es también hacerse muchas preguntas, esas preguntas que ellos mismos se hacen y que no tienen respuesta porque no entienden por qué están en ese centro.

Nadie, en ningún momento de su vida (salud o enfermedad) es descartado del corazón de Dios, por lo tanto tampoco podemos descartar nosotros a nadie de nuestro corazón. “Dichoso el que cuida del pobre; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor” (Salmo 41).

Oración

Ábrenos los ojos para que sepamos reconocer en cada enfermo Tu rostro y Tú  presencia. Ábrenos las mentes para que sepamos valorar la unicidad de cada persona, con su historia y cultura. Ábrenos los oídos para que sepamos acoger con amabilidad las voces que piden ser escuchadas. Ábrenos el corazón para que sepamos ofrecer esperanza allí donde hay miedo, solidaridad allí donde hay soledad, consuelo allí donde hay tristeza. Ayúdanos, oh Señor, a testimoniar el Evangelio con una sonrisa, una buena palabra, un gesto de afecto. Concédenos la humildad de reconocer que nosotros no somos la luz, sino instrumentos de Tu luz; no somos el amor, sino expresiones de Tu amor. Amén.

“Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. Mateo 5,7.

Recitemos la Salve, para qué nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, Jesús. (Misericordiae Vultus, nº 24).

Salud de los enfermos. Ruega por nosotros.

Santos González, capellán del Hospital

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