ACTUALIDAD DIOCESANA

21/05/2020

Acompañar en la soledad a luz del evangelio de la hija de Jairo y la hemorroísa

José María Morales es el capellán del hospital Los Montalvos, de la residencia San Rafael y del tanatorio San Carlos Borromeo. En esta semana de la Pascua del Enfermo nos invita a detenernos en el pasaje evangélico de la hija de Jairo y la hemorroísa, una de ellas excluida por la sociedad, a quienes Jesús acompaña en su soledad y libera de la enfermedad.

 

ACOMPAÑAR EN LA SOLEDAD

 

“Acompañar en la soledad”, éste ha sido el lema elegido en España para la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo 2020, que celebramos en dos tiempos: 11 de febrero (festividad de nuestra Señora de Lourdes), día del Enfermo y la Pascua del Enfermo, que hemos celebrado, el pasado domingo, 17 de mayo.

El texto evangélico que el Santo Padre Francisco, ha utilizado para dar su mensaje este año, ha sido: “Venid a mí, los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28).

Con ocasión de estas celebraciones, se nos ha invitado a algunos miembros de la Pastoral de la Salud, ha escribir algún pequeño artículo, relacionado con esta realidad de LA SOLEDAD, que con sólo mirar los datos se puede calificar de auténtica “epidemia”, por el gran número de personas y colectivos que la padecen,y que el Santo Padre, indica en su mensaje: los que padecen enfermedades incurables y crónicas, patologías psíquicas, las que necesitan rehabilitación o cuidados paliativos, las diversas discapacidades, las enfermedades de la infancia y de la vejez.

El Papa Benedicto XVI, nos recordaba cómo cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual, a causa de los mensajes audiovisuales, que acompañan la vida desde la mañana hasta la noche. Los más jóvenes, parecen querer llenar de música e imágenes cada momento vacío, casi por miedo, a sentir precisamente, este vacío.

La soledad, una de las principales causas de exclusión social

Una de cada tres personas dicen sentirse solas en nuestro mundo occidental. En una sociedad de la información y los meta datos, pueden darse situaciones, particularmente dolorosas: hombres o mujeres que mueren solos en sus casas y se pueden tardar semanas en descubrirlo. Y el número de personas que sufren la soledad, no deja de crecer.

El Papa Francisco nos recordaba en la Homilías de la Misa de inauguración del Sínodo de los Obispos sobre la Familia (4-X-2015): El drama de la soledad es experimentado por innumerables hombres y mujeres de nuestro tiempo; ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y los niños; viudas y viudos; los muchos hombres y mujeres, que son dejados por sus cónyuges; todos los que se sienten solos, incomprendidos y sin precedentes; migrantes y refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y los muchos jóvenes, que son victimas de la cultura del consumismo, la cultura de los desechos, la cultura del descarte. La soledad es una de las principales causas de exclusión social.

Mi compañero Fernando García, comenzó el primero de los artículos. Con este título: “Acompañar en la soledad, Pascua del Enfermo en tiempo de coronavirus”, un recorrido sencillo, pero que refleja muy bien, la realidad de la soledad, que tantas personas sufren, a causa de esta terrible pandemia: los combatientes de primera fila, los afectados en sus casas, los hospitalizados, los de las Ucis.

Todas las soledades no deseadas sin duda tendrán un denominador común: incertidumbre, angustia, miedo, vacío, sin sentido, en definitiva, sufrimiento de una u otra índole; “cuánto dolor, cuánto interior vacío, cuánta soledad profunda… También aquí, la misma voz de JESÚS resuena: Yo os consolaré.

Hay muchos pasajes en el evangelio, en el que se nos relata, el sufrimiento y la soledad de tantas personas, de las que JESÚS tiene compasión, misericordia y siempre ayuda, cura, sana sus heridas corporales o espirituales.

Así nos dice el Santo Padre Francisco: “Jesucristo, a quien siente angustia por su propia situación de soledad, fragilidad, dolor y debilidad, no le impone leyes, sino que ofrece su misericordia, es decir, su persona salvadora. Jesús mira la humanidad herida”. Se detiene y abraza a cada ser humano, en su condición de salud, sin descartar a nadie, e invita a cada uno entrar en su vida, para experimentar la ternura. Él nos comprende bien, porque Él mismo se hizo débil, vivió la experiencia humana del sufrimiento y recibió a su vez, consuelo del Padre.

JAIRO y LA HEMORROÍSA

De entre las muchas personas que aparecen en el evangelio que acuden a Jesús, yo me voy a fijar en dos de ellas, que podemos encontrar en los evangelios de Mc 5,21-43; Mt 9,18-26 y Lc 8,40-56. El texto, nos relata, la “resurrección de la hija de Jairo y la curación de la hemorroide”.

“Y vino uno de los oficiales de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle se postró a sus pies. Y le rogaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está al borde de la muerte; te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para que sane y viva. Jesús fue con él”.

Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que al contrario, había empeorado; cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a Él por detrás entre la multitud y tocó su manto. Porque decía: Si tan solo tocó sus ropas, sanaré. Al instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su aflicción. Y enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de Él, volviéndose entre la gente, dijo: ¿Quién ha tocado mi ropa? Y sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te oprime, y dices: «¿Quién me ha tocado?». Pero Él miraba a su alrededor para ver a la mujer que le había tocado. Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad. Y Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción.

 

Sin duda, cualquiera de estas dos personas, podríamos ser nosotros, en realidades parecidas.


Jairo:
que era un hombre importante. Comprobamos y hoy más que nunca, que la enfermedad, el dolor y la muerte, no reconocen clases, de ningún tipo. Estamos sobretodo ante el padre desesperado, angustiado, sintiendo esa impotencia, porque su hija muy enferma, está a punto de morir. Seguramente, sentía una gran soledad interior, un desgarro, un vacío, un sufrimiento, como el que tantas personas, hoy y siempre, han sentido al ver que podían perder o perdían lo más valioso en sus vidas, como es un ser querido. Vemos lo que hace, lejos de refugiarse en su soledad e impotencia, en la oscuridad interior que se genera ante realidades como esta, busca a Jesús, al verle se postra ante Él, le ruega con insistencia.

– La mujer (hemorroísa): que en aquel tiempo era considerada impura, como le ocurría a los leprosos, a los endemoniados, etc. En nuestra sociedad, estas personas, son las que el Papa Francisco, ha descrito en su mensaje como “los excluidos sociales”, de los que dice, padecen tantas veces, una terrible soledad y que ya hemos nombrado anteriormente.

También ella cuando oyó hablar de Jesús, corrió a su encuentro y se conformó con tocar su manto. Sintiéndose débil ante Él, le dijo toda la verdad, se postró ante Él.

Los dos escucharon estas palabras, ten fe y quedarás sanado, del mal que sea que ahora oprime tu vida y no te deja vivir con mayor paz y serenidad.

He aquí uno de los grandes remedios contra la soledad de todo tipo, la fe, que es un don de Dios y a la vez es ese acto humano, que desde la libertad hemos de tener, para acoger todo lo bueno que el Padre Dios nos regala, en la misma persona de su Hijo, Jesucristo, y aunque nosotros seamos infieles, Él es siempre fiel.

Qué grande es el hombre, cuando consciente de su pequeñez, y de su indigencia, sabe buscar lo que necesita en aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos, que acuden a él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada, cuando se trata de dar.

Dios nos ama en nuestra debilidad

Qué hermosas de nuevo, las palabras del Papa Francisco: Queridos hermanos y hermanas que sentís la soledad de la enfermedad, en cualquiera de sus dimisiones, estáis de modo particular, entre quienes “cansados y agobiados”, atraen la mirada del corazón de Jesús. De ahí viene la luz para vuestros momentos de oscuridad, la esperanza para vuestro desconsuelo. Jesús nos invita a acudir a Él: “Venid”. En Él, efectivamente, encontraremos, la fuerza para afrontar las inquietudes y tantas preguntas que surgen en nuestro interior, en estas “noches” del cuerpo y del espíritu y que tanta soledad nos hacen experimentar. Estando Él, es una soledad acompañada. Jesús Cristo, no nos ha dado recetas, sino que con su pasión, muerte y resurrección, nos libera de la opresión del mal. Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo.

Pidamos conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aun más, nos ama en nuestra debilidad y nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y de nuestra confianza total. No dudemos de su amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos. Quiere curarnos de nuestra enfermedad, de nuestra soledad, quiere darnos la verdadera vida; Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre, sino por mí  (Juan 14).

Jairo y la hemorroísa, acudieron a Jesús, para que les curara de sus enfermedades. Si ellos fueron curados, ¿qué necesitamos nosotros, para lograr nuestra curación y ayudar a los demás, a que volviéndose a Él, también logren encontrarla?. Una vez localizado nuestro mal, acudamos al doctor, a la iglesia, al sacerdote, a tantas personas que están ahí, dispuestas a dar su cariño, su cercanía, su apoyo, a acompañarnos en nuestra soledad. A través de ellas, a través nuestro, Jesús sana tantas heridas, que todo hombre lleva en el propio corazón. Termino con las mismas palabras, con las que el Papa Francisco, ha querido transmitir el mensaje de este la jornada mundial del enfermo: “venid a mí, los que estáis cansado y agobiados (los que os sentís solos y desesperados), y yo os aliviaré”. Tened FE y seréis sanados, seréis SALVADOS.

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