ACTUALIDAD DIOCESANA

10/12/2019

«Sería bueno conocer la realidad humana en prisión, tenemos una visión muy distorsionada»

Miriam Carretero entró en contacto con la realidad de la cárcel en 2002, durante las prácticas de Psicología. Después, se quedó como voluntaria y más tarde, como trabajadora de Cáritas diocesana de Salamanca y coordinadora del programa de Intervención con personas privadas de libertad desde 2007. Su vocación es plena en esta labor, y reconoce que la prisión “es una realidad donde conoces la vulnerabilidad humana”, y donde también ha sido testigo de la fragilidad.

 

¿En qué consiste el programa de intervención de Cáritas en la prisión de Topas?

Lo que intentamos hacer es un trabajo pensado en cada una de las personas que participan, para que tengan una orientación individual, a través de entrevistas, y así organizar un itinerario de trabajo con esa persona. Y el objetivo fundamental es la mirada en la calle, de cara a la vida en libertad. Cuando tienen la posibilidad de pedir un permiso los utilizamos para ir reorganizando la futura libertad, en ocasiones, a nuestros recursos, como Padre Damián, a Ranquines o al área de drogodependencia, según sus características. Muchas veces les vinculamos al programa de empleo, sobre todo cuando están a punto de recuperar la libertad, y puedan acceder al mercado laboral. Lo que hacemos es acompañar el proceso de estancia en prisión, con el objetivo de alcanzar la libertad.

¿Qué población reclusa se beneficia de ello?
Todo el mundo puede participar, bajo demanda. Hace unos años se elaboró una guía con todos los recursos de las ONG que estamos en Topas y cuando alguien se incorpora se lo dan. Dentro de prisión tenemos una apuesta importante por atender a los grupos más vulnerables. En concreto, a las personas que están en el primer grado, de régimen cerrado, que pasan más horas en la celda, que son mujeres, porque lo decidieron así, que estuvieran en ese módulo. Además, intervenimos en enfermería, donde hay hombres y mujeres, con muchas situaciones de salud mental u otro tipo de enfermedades crónicas. También tenemos presencia en el módulo de la población vulnerable por salud mental o discapacidad, así como el resto de ellos.

¿Cuál es el perfil más habitual?
En la prisión de Topas hay unos 750 presos, contando los CIS de Salamanca y Zamora, y nosotros atendemos a unas 300 personas. Los permisos que conseguimos han ido creciendo, de tener unos 10 o 15 al año, a ejercicios con hasta 140, que supone en Cáritas al menos unas dos personas a la semana disfrutando de permiso penitenciario. En cuanto al perfil, suele ser un varón, que es la mayoría, que tienen una edad media de unos 35-40 años. A nivel educativo, es bastante bajo, no llegan a finalizar Primaria; y a nivel familiar, suelen tener hijos. La inmensa mayoría está en prisión por delitos contra la salud pública o vinculados a la droga, por consumo, robo o estafa, entre otros.

¿Cuál es la realidad actual en prisión?
A nivel general, la gente cada vez tiene un mayor deterioro, y es algo que ocurre en materia de exclusión. La realidad más dibujada en prisión es de más deterioro, y a nivel de salud mental cada vez es más serio, o de discapacidad. Y las personas que están por consumo de drogas llevan muchos años en este circuito, y es complicado recuperarse, y lo que va quedando dentro de prisión es el núcleo más complejo.

¿Cuántos voluntarios tiene Cáritas para desarrollar este programa?
Contamos con unos 20 voluntarios, a los que les pedimos un mínimo de dos años de compromiso. En la cárcel tienen que aprender a leer ciertas señales que no tiene nada que ver con las de la calle. En cuanto a la formación, lo hacen junto a otros voluntarios del área de inclusión social de Cáritas, como Ránquines, Padre Damián, Espacio Abierto, la atención a drogodependencias, o de Casa Samuel.

La vida en prisión

¿Cómo afecta a la persona el hecho de estar en prisión?
A los voluntarios se les enseña el impacto que tiene la prisión en la persona, tanto físico como psicológico, y hay cosas en las que no caen, como la pérdida de agudeza visual, ya que, al estar tanto tiempo entre muros, dejan de hacer el ejercicio de profundidad. Además, tratamos de ver el impacto en la familia, porque a prisión llega solo, pero con su mochila vital, donde hay una familia que lo está pasando mal en todo este proceso. A veces se intenta conocer a la familia si vive en Salamanca, e incluso se benefician también de los recursos de Cáritas.

 

¿Qué resulta más duro de esta labor?
No me resulta muy duro porque me gusta, estoy aquí por vocación. Pero al final siempre escuchas historias grises y tristes de vida. Porque cuando acabas en prisión, el recorrido vital es duro. Y quizás es eso lo que más te puede saturar o llenar. Y a nivel más profesional, a veces la incapacidad o impotencia para dar respuesta a determinadas situaciones, porque no hay fórmulas.

¿Y lo más reconfortante?
Lo más reconfortante es la posibilidad de ir a través de cambios personales, de acompañar a personas concretas, y cómo esos cambios permiten abrir puertas a que se generen formas distintas de trabajar y de entender la realidad. El impacto de alguien positivo no solo queda en él, sino que tiene repercusión en el futuro y para los siguientes, y mejora la calidad de vida.

¿Qué imagen se percibe de la cárcel fuera de ella?
Creo que socialmente no estamos preparados para acoger a la gente de prisión, tenemos una visión distorsionada por los medios de comunicación, de que de la cárcel sale el fracaso, del delito atroz, del que se fue de permiso y comete otro delito. Pero no cuentan la historia de los que salen con nosotros de permiso, y lo hacen muy bien. La visión está distorsionada y es negativa, centrada en mitos sobre las personas que están en prisión y eso genera un fuerte rechazo.

(Puedes leer la entrevista completa en la edición impresa de Comunidad, la revista oficial de la Diócesis de Salamanca). ¿Quieres suscribirte? lo puedes hacer en este enlace

 

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